Compañero insustituible del impermeable y de las botas de goma, el paraguas completa el equipo de lluvia. Pariente cercano del severo bastón y de la delicada y hermosa sombrilla, el paraguas tiene también su historia y por supuesto que se trata de una historia "llovediza".
En el siglo XVI los cortesanos franceses lo usaban. Pero el paraguas era objeto de burlas. Se lo veía como un objeto raro e incómodo. Recién en el siglo XVIII su uso se hizo masivo y el rey de Francia, Luis XV, tuvo que instituir el gremio de fabricantes de paraguas.
Se difundió luego por todo el mundo. Sus partes son: la empuñadura, el bastón, la tela, las varillas, el anillo de tope que se encuentra al final del bastón y el collar que sujeta las varillas. Se "guarda" en una funda.
Las telas de los paraguas -que son impermeables- presentan diversos diseños y colores. Los primeros paraguas fueron largos y podían abrirse y cerrarse fácilmente, pero eran manuales y no podían plegarse como los automáticos. Es decir, eran útiles mientras llovía, pero luego... una incomodidad.
A pesar de ser un elemento de uso cotidiano, tiene algo de mágico. Escondido en un bolsillo -como en la manga de un mago- de pronto, cuando cae un chaparrón, se abre, se extiende, se despliega transformándose para protegernos del enojo del tiempo.
Revista Anteojito N°1541, p. 31
20 de septiembre 1994
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