Te cantaré para que duermas, amor,
para que descanses en paz.
Yo sé que escucharás mi canto,
en voz muy baja,
tan solo audible para vos.
Estás tan lejos y tan cerca.
No sé ni el nombre ni el lugar.
¿Será un oasis, una selva, una ciudad?
¿Por donde irás con las respuestas a las
preguntas que no te pude preguntar?
No sé por qué cuando te pienso
se me pone tan loca la ansiedad.
Es como si te aguardara todavía
y como si estuvieras por llegar.
Me parece que entrás; que tus pasos cruzan el corredor, que llegan al cuarto, se detienen junto a mi lado de la cama y, mientras yo me incorporo para recibirte, tus brazos me estrechan contra tu pecho, y los latidos de tu corazón hacen un dúo de ritmo acompasado con los latidos de mi corazón.
Pero abro los ojos y estoy sola.
Ni tu olor ha quedado en el aire que me pesa, que yo embarullo con el perfume de una rosa que se va abriendo entre las fotos, encima de la cómoda.
Fotos donde tu mano se posa en mi rodilla, sentados con el mar atrás y tu sonrisa avanza.
La de tu último cumpleaños con los amigos rodeándonos. y aquella de tus tres años: un nene con el tapadito cerrado con doble hilera de botones y un conejito blanco relleno de estopa, que se te perdió en una tarde de compras con tu mamá en Gath & Chaves.
Cuando te despedimos, amor, lloramos por el hombre que se iba sin regreso. Y lloramos (algunos sin saberlo), por el nenito con el conejo blanco y la carita asombrada de nuevo explorador de vida...
Ay! ¿Por qué, cuatro años antes de llegar al 2000?
Vas a perderte tantas cosas: los festejos del fin del siglo, del fin del segundo milenio, la pirotecnia del recibimiento del Tercer Milenio.
No lo viste a Alan disfrazado de pirata en su cuarto cumpleaños, ni París en septiembre ya casi totalmente programado, ni las pirámides de Egipto con sus ondas energéticas. Ni "Casablanca" por décima vez por un canal de cable. Ni a Vargas Llosa, que publicó Los cuadernos de Rigoberto y vino a la Argentina, ¡cómo te habría gustado leer esta continuación de aquel impresionante Elogio de la madrastra, que te maravilló!
Uso tus jeans azules. Mandé acortar las mangas de tu saco de tweed. Y el sastre me dijo que con tres toques me va a quedar tu traje gris.
Se secaron todas las plantas del balcón cerrado del living. Ni bien partiste. Todas, las chicas y las que estaban desde hace años.
Alguien me dijo que las plantas extrañan.
Te extrañaron, amor.
Todavía no fui a comprar otras, no tuve ganas, no quiero ir sola...
¿Y si a las nuevas las ahoga la tristeza que todavía flota por la casa como un fantasma transparente que da vueltas y vueltas, incansable bailarín de valsecito melancólico?
Me puse tu pulóver de rombos para la misa del Pilar.
Si, te llevo a misa, amor: seguimos yendo juntos, como antes.
Y le pregunto a Dios si El no hubiera podido...
Pero no sé si quiero escuchar su respuesta.
Le pido, le ruego que Él te cuide.
Que no te suelte la mano.
Que no apague la luz de la estrella secreta que mirábamos a veces, a las diez de la noche, y que ahora es nuestro punto de reunión.
Le suplico que te dé paz, que borre de mi recuerdo todas las cosas tristes y me deje intactos los flashes de ternura y de alegría, para que no me asalte la desesperación.
Aquí estoy, amor.
No te dejaré solo.
Nada es lo mismo ahora.
Quiero que sepas que, pase lo que pase, andarás en los caminos de mis pensamientos.
Y aunque mi vida cambie, aunque el rompecabezas se arme de otra manera, todas las noches te cantaré para que duermas...
Para que duermas con tu gesto entregado, con la expresión de niño abrazando el conejito blanco que el sueño te ponía en el rostro.
Si, te cantaré para que duermas, amor.
Poldy Bird