Siempre que Ernesto trabaja lo hace cantando.
-¿Por qué cantas? –le pregunta Alcides.
-¡Como si tú no lo supieras! Canto porque me gusta.
-Es ya una razón.
-Y porque es lindo cantar. A ti ni te oigo nunca, a no ser cuando hacemos ronda.
-Sin embargo, me agrada; pero más me agrada oír cantar.
-Por eso quieres tanto a los pájaros.
-Y no sólo a los pájaros… Quién más, quién menos tiene su cantar.
-¿Sabes que no te entiendo?
-También el agua canta: cuando cae en la lluvia, cuando escapa del grifo, cuando desciende en manantial por la montaña. Canta el árbol cuando lo acuna el viento; y el viento canta y silba en los cañaverales. El sol es un canto de luz; un canto de color, el arco iris; y un canto de perfume, el jazmín.
-¡Qué cosas bonitas se te ocurren! Cuando yo canto me acompaño con el trabajo. ¡Y es tan hermoso cantar y trabajar! ¿No has visto con qué entusiasmo realiza el labrador su faena, cuando, desde la horqueta de algún árbol, le acompaña el cardenal con su canto?
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