"la sangre tiene razones que hacen engordar las venas."
Atahualpa Yupanqui
Zenón depositó en el suelo las canastas que rebosaban de hierbas aromáticas. Dijo sólo "buenas" a manera de saludo. "Buenas", respondió doña Sacramento. Sabía que sus hijos eran de pocas palabras y que hacía falta tiempo para que todo lo que llevaban vivo adentro, rezumara como la leche espesa de los higos.
El mate amargo pasó varias veces de mano entre comentarios de los estropicios que causaba la sequía, que iba para largo según maliciaban los entendidos.
Zenón se distrajo un momento siguiendo el vuelo errante de un pájaro que revoloteaba extrañado, de un lado a otro. Sostenía el mate con las dos manos resguardándole la tibieza o deseando contagiarse de ella.
Por fin atinó a decir con una inquietud que le oscurecía el rostro:
-Me sacaron una foto cuando juntaba yuyos en las sierras. Unos pueblerinos que nomás vinieron y se fueron por el camino ancho.
Doña Sacramento atizó el fuego y como si hablara para ella, dijo que los árboles no son las ramas que crecen hacia el cielo, desordenadas y desparejas. Los árboles son la savia que les recorre las honduras y que se esconde de nuestros ojos. Que los pájaros no son las alas que les permiten volar. Los pájaros son el vuelo mismo y el destino que este lleva prendido como un invisible mensaje. Que los hombres no son la cara, ni sus brazos, ni sus piernas. Los hombres son lo que hacen, lo que dicen, lo que piensan...
Zenón cayó entonces en la cuenta de que los desconocidos se habían llevado, sí, la visión fugaz de sus espaldas dobladas sobre el monte, de sus ojos entrecerrados, de sus manos grandes en fiera disputa con los espinillos; pero que él permanecía allí, con su savia engordándole las venas, con su destino de cristiano pobre asido a esa tierra reseca, con su oficio de yuyero.
-Sólo quería morirme entero... -dijo justificando el tamaño de su angustia.
-De eso puedesz estar seguro -afirmó ella y le estiró el mate, una vez más.
Estela Smania
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