domingo, 25 de marzo de 2018

El testigo

XVI. PAUSA SIETE: 
(PARA CONTAR LO QUE VI ADENTRO DE 
BORGES CIERTA VEZ)
El testigo
Era demasiado enero. El calor, que ellos nombraban como la calor, no venía del sol: ciertamente el sol era la tierra.
Viruela Méndez y Bragueta Acuña eran dos malevos que se ganaban el pan y los vicios de cada día trabajando de guardaespaldas para un político que, por poco, fue presidente de nuestra resignada república. Un día decidieron que uno de los dos estaba sobrando en Témperley, y en el mundo.
Se encontraron, para terminar con el que sobraba, cerca de una laguna, a eso de las cuatro de la tarde.
Ya iban a empezar a conversar con el verbo de sus cuchillos, cuando Bragueta Acuña dijo:
-Pará Viruela: ¿no te parce que hace demasiada calor para matar a otro o para morirse uno?
-Tenés razón Bragueta: mucho calor para nosotros solos…
-Entonces, che Viruela, qué te parce si lo dejamos para mañana con la fresca…
-Me parece bien: mañana tempranito nos encontramos… mejor estar sin sueño y descansado para esto de la muerte…
Acuña y Méndez esa noche durmieron con sólo una pared de por medio. Méndez se levantó primero y lo despertó al otro, rozándole el codo con un mate amargo. Tomaron varios, casi sin mirarse y sin muchas palabras.
Después se fueron, con un testigo, hasta la orilla de la laguna.
Se pararon. Se semblantearon. Se amagaron un rato.
En el primer cruce franco Bragueta Acuña hundió el cuchillo en el pecho de Viruela Méndez.
Méndez cayó y sin convicción se tapó el agujero por el que se estaba terminando su historia. Mordió un poco de aire, y dijo:
-Che Bragueta, ese cuchillo con el que me has matado, fíjate bien, es el mío.
Acuña le contestó:
-No te aflijás, Viruela: tu cuerpo es también es el mío, estamos a mano…

Borges, quiero referirle un detalle más: el testigo de ese episodio era un jovencito trajeado, algo pálido, algo miope, que observó todo con fervoroso silencio. Después, a los tropezones, se fue corriendo a su casa de Palermo, a anotar rápido los pormenores del suceso.
Cuando la madre lo vio llegar tan agitado, le preguntó:
-Georgie, ¿dónde has estado esta mañana?
Él le respondió:
-Madre, he estado documentándome.

Rodolfo E. Braceli  (1979) “Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” XVI. Pausa siete: (para contar lo que vi adentro de Borges cierta vez) pág. 94

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