Será cuestión de idiosincrasia, o de educación, o de nervios, o tal vez, -algo ha de ser,- pero una palabra escrita con mala ortografía me hace el efecto de ese chirrido áspero e hiriente que suelen producir las ruedas de un tranvía en las líneas curvas de los rieles.
Y no se crea por esto que pretendo echármelas de sabio ni de mero cultivador de la filología. No hay tal cosa; cultivo solamente las buenas formas como puede hacerlo cualquier hijo de vecino. No se requiere ser profesor de música para observar una desafinación, por más que haya sujetos para quienes la sucesión de sonidos armoniosos no sea otra cosa que el más soportable de los ruidos.
Ahí, donde alguien vería con fruición y con encanto los colores abigarrados y chillones de una tela de brocha gorda, un espíritu más culto se limitaría a hacer la crítica mental de ese embadurnado y a apreciar el grado de potencialidad artística de su autor y de su dueño.
A. Richieri.
“El Estudiante Argentino” Pág. 71
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