miércoles, 31 de enero de 2018

Brisas Correntinas

En las noches silentes, serenadas y bellas
en que el alma del bosque pareciera soñar;
en que brillan fulgentes, diamantinas estrellas
y nos cuenta la luna sus divinas querellas,
hay un suave perfume que nos suele embriagar.

Son las brisas cuajadas de aromitas y azahares
que nos llegan al alma, desde el gran Paraná,
cual si fuera el aliento con que los trebolares
perfumaron el cofre de los Santos Altares
en el que desangran cinco llagas Tupá.

Son las brisas benditas que besaron la frente
y la carne morena, limpia de la Itatí,
al morir de una tarde aromada y silente
en que hallose su cuerpo, que arrojó la corriente,
en la playa desierta del solar guaraní.

Carlos A. Castellan
Revista Vida Correntina, Primer Magazine Correntino. 
Año III, N°77, Abril 10 de 1936, pág. 12.

Canción de Luna

En el aro ligero de la luna
canta para mí solo un ruiseñor.

A cada golpe de oro de su pico
brota en el aire una constelación.

Canta el pájaro pardo dulcemente
y se eriza de plumas y palor.

Cuando se pone el pecho más delgado,
dice mucho más clara su canción:

Morir, acaso, es continuar un sueño
de luna en luna, y de sol en sol.

Baldomero Fernández Moreno

domingo, 28 de enero de 2018

La Cuna


Hoy no pudimos más, y envueltos
del crepúsculo azul en la penumbra,
nos fuimos por el pueblo lentamente
a comprar una cuna.
Y compramos de intento la más pobre,
mimbre trenzado a la manera rústica,
cuna de labradores y pastores...
Hijo: la vida es dura.

Baldomero Fernández Moreno

jueves, 25 de enero de 2018

Los callados

VIII. PAUSA TRES: 
(PARA INICIAR EL CANJE, CON UNA
 HISTORIA DE CUCHILLEROS)
Los callados
Borges, el lugar donde ocurrió lo que ocurrirá no tiene nombre. Ni eso.
Estaba empezando el siglo, iba por su tercer día. Pero allí era como si nada.
No espera adiciones de metáforas o de paisajes porque allí, donde ocurrió lo que ocurrirá, la rutina de la pobreza lo había carcomido todo. Hasta las furias, hasta las pasiones, hasta las venganzas, hasta las envidias.
Pero dos hombres se obstinaban en recordar que lo eran: Hormiga Cruz y Serafín Soler.
Tenían fatalmente que enfrentarse, porque eran los únicos que conservaban un residuo de coraje, y extrañaban el agrio sabor del peligro.
Hormiga Cruz y Serafín Soler memorizaban cuidadosamente el hábito de expresarse mejor con la velocidad del acero.
No se buscaron.
No hubo provocador en esta contienda (detalle inusual que usted, Borges, sabrá valorar como nadie en el mundo).
No se buscaron porque no hacía falta.
Cierto día, el irrevocable azar los juntó: el sol los alumbró en la puerta del mismo almacén.
Se miraron hondo. Se aquietaron con la mirada. No se dijeron nada.
Serafín Soler entró no más al almacén, compró tabaco y fosforo. Pero se veía que venía por otra cosa.
Hormiga Cruz entró también al almacén, compró gomina para el pelo y peine. Pero se veía que venía por otra cosa.
Los dos se fueron del almacén y olvidaron lo que habían pagado.
Los dos comenzaron a caminarla misma desdibujada vereda, barriada por el mismo desganado viento.
Taloneaban en la misma dirección.
Ninguno de los dos usaba chambergo. No había charol ni lustre en sus pies. Pero se habían puesto lo mejor que tenían.
Al llegar al último árbol de la vereda los dos consintieron en mirarse de nuevo. Y no se dijeron nada. Ni se regalaron el énfasis del más precario gesto. Eso sí, se miraron hondo otra vez. Bastaba.
Siguieron.
Más adelante los esperaba un frágil puente de soga y tablas que atravesaba un riacho que ahora estaba seco. Sólo cabía uno por vez en ese puente tan angosto.
Hormiga Cruz lo empezó a caminar primero.
Pero muy enseguida Serafín Soler.
Al otro lado del puente había muy poco para ver.
Y ya estaba a la vista: un terreno interrumpido transversalmente por un largo trozo de pared (medianera con la distancia) por momentos celeste, por momentos verde, por momentos blanca. En ese muro, en tiempo pasado y sin duda mejor, se habían afirmado tres casas ahora derrumbadas.
En aquella especie de patio con una sola frontera y el único techo de un cielo callado, desentendido, iba a ocurrir lo que ya está ocurriendo.

Hormiga Cruz detiene sus pasos, afirma sus piernas y pone la mirada a disposición de Serafín Soler.
Serafín Soler también busca ángulo para sus pies y mete sus ojos en los ojos de Hormiga Cruz.
Consumen un momento de algunos segundos, así.
Sin gestos ni palabras.
Los dos a la vez acuden a sus cuchillos.
Sin demoras empiezan a buscarse.
Hay un roce en un pómulo para uno.
Hay un tajo sin importancia en un codo para otro.
Los dos sienten el olor a hombre del otro, agravado por el olor a duelo.
Uno hace como que retrocede. El otro se le viene encima, con todo.
Pero se encuentra antes, en el trayecto, con el cuchillo del contrario, que se lo encaja arriba del ombligo.
No tiene necesidad de repetir la punzada, el más ligero. Siente que el otro empieza a derrumbarse. Saca la mano y le deja el cuchillo, adentro, hasta el mango.

Sobre la pared y al borde del puentecito, todos los rostros que tenían el lugar estaban mirando.
Entre aquello rostros había dos mujeres que lloraban, por distintos motivos.
Los dos hombres continuaban casi en la misma posición. Uno de pie, el otro en el suelo, encogido.
El que estaba de pie se inclinó sobre el otro, que todavía estaba vivo, y con el último pensamiento para decir.
Se inclinó para retirar el cuchillo de su cuerpo.
Pero le caído lo detuvo con un chistido y estas últimas, únicas palabras: Déjemelo puesto el cuchillo… usted no lo va a precisar más.
¿Quién fue el muerto, quién el vivo?
Lo mismo daba en aquel paraje del mundo.

Posdata: Borges, como ve, soy hombre de palabra: ya empecé a cumplir lo pactado. Sobre su curiosidad no me caben dudas: usted seguirá leyéndome, y leyéndose. Seguramente usted esperaba más de esta primera historia de coraje, pero trate de amortiguar sus exigencias. En mi relato, procuré ser lo más informativo posible. Sepa disculpar algunos deslices de piel literaria: no fueron causados por mí espero: son consecuencia de las malas lecturas, y de las buenas, que usted, con su adiestrado hábito, sabrá destacar. Seguro.

Rodolfo E. Braceli (1979) “Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” VIII. Pausa tres: (para iniciar el canje, con una historia de cuchilleros) pág. 47

sábado, 13 de enero de 2018

Memorización de los departamentos de la provincia de Corrientes

Un recurso nemotécnico para facilitar la retención de los nombres de los veinticinco departamentos en se halla dividida la provincia de Corrientes, puede ser el que sigue:
Cinco santos
Cinco espadas
Y una virgen
Venerada.
Vale decir: San Cosme, San Luis del Palmar, San Miguel, San Roque y Santo Tomé. San Martin, General Alvear, General Paz, Lavalle, Beron de Astrada. La virgen: Itati.
Para los departamentos del sur:
Cruza el Paso del Monte
Mercedes Montoya
Y planta un Sauce
En la Esquina de Goya.
Lo que nos recuerda a Curuzú Cuatiá, Paso de los Libres, Monte Caseros, Mercedes, Sauce, Esquina y Goya.
Y para los departamentos del norte que no hayan sido mencionados:
Si sales de la Capital
A Concepción llegarás.
Pasando por Empedrado
Y, si quieres, Mburucuyá.
Y tú habrás conocido
La Bella tierra natal.
Con que habremos terminado de nombrar los siguientes: Saladas, Capital, Concepción, Empedrado, Mburucuyás, Ituizaingo (Y tu…), Bella Vista.

Adaptado del Manual geográfico de la provincia de Corrientes, de José A. Núñez.

jueves, 4 de enero de 2018

La palabra que cure las heridas

Iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá, con una mediecita caída y la otra no, las florcitas celestes de su vestidito arracimándose, cómo pequeños cielos repartidos sobre la tela, y el pelito de seda, dócil y apenas una lluvia enrulada por el aire. 

Cada tanto levantaba la carita para preguntar algo y la mamá sonreía. 
Iban tranquilas. Sin apuro. 
Eran todas las mamás y todas las nenas, un resumen hermoso en la tarde serena. 
Eran, también, mi hija y yo hace unos años cuando yo no tenía todas las respuestas pero las inventaba. Lo que tenía era la risa. Lo que tenía era el futuro iluminado y el bello cansancio de las cosas que ahora ya no hago y por eso me cansan... han dejado un vacío en mis horas. 
La niña me necesitaba y me amaba sin condiciones para amarme. 
La niña aceptaba todo de mí: mi forma de vestirme, de peinarme, de resolver problemas, de vivir. 
Ella apretaba mi mano fuerte, fuerte, y frotaba sus mejillas redondas en mis mejillas también redondas. 
Acurrucaba su cuerpo contra mi cuerpo, tibiecita y era la rama florecida de mi árbol. Una prolongación de mí. 
No buscaba una doble lectura en mis palabras. 
No exigía. No miraba de reojo. 
Yo elegía sus zapatitos blancos o de negro charol. 
Y todo estaba bien. 
Porque la amaba y me amaba y nada entorpecía ese amor. 
Ahora... ella mujer y yo tan sola (porque a mí lile tocaron los dolores que marcan la soledad como una cicatriz) - todo ha cambiado. 
Ya no soy la que elige sus zapatos, y ella corrige mis elecciones. 
He dejado de ser inteligente. 
Escondo lo que siento de verdad porque temo su juicio. 
Fui una tonta al no sacar mi entrada para ir a ver a Sting. 
-Desde casa, por la pantalla del televisor, el espectáculo fue perfecto... Tomé café, sentada en un sillón... no tuve frío ni temí la lluvia... 
Ella se encoge de hombros. "No es lo mismo", replica. "No es la vida". 
Y a mí me da pereza explicarle que a su edad yo temblaba de frío en el invierno. Que tenía miedo de llegar tarde al trabajo y me reprendieran. Que los días quince comenzaba a contar las monedas para llegar a fin de mes. Que si no hubiese tenido éxito con mis libros, nunca hubiera podido tener la casa propia". 
Soy, para ella, una especie de tonta que no sabe disfrutar de las cosas. 
Tal vez tenga razón. 
Me costaron tanto, que las cuido. 
Y las quiero. 
Quiero mi Platerito de madera, todas las chucherías que los amigos y los lee torea me mandan de regalo. Las atesoro. Cada una de ellas posee un significado y un mensaje. Quiero los libros subrayados, las copas de cristal qué pagué en mensualidades, el mantel de las grandes ocasiones. No me gusta que revuelva mis papeles ni mis fotografías, porque es como si hojeara mi vida viendo con ojos críticos o burlones lo que es sagrado para mí. 
Ella ha crecido. 
Es más grande que yo. 
Es más sabia. 
Es menos frágil. 
Tuvo más posibilidades y más tiempo para seleccionar lo mejor de la vida, mientras yo me golpeaba, me equivocaba, me quedaba sin aliento armando el difícil rompecabezas del presente sin vuelo, del futuro sin problemas. 
Y estoy aquí, siempre aguardando su llamado o su visita apresurada, porque tiene que hacer tantas cosas 
Y entre su entrada ruidosa y su salida al trotecito (esta niña mía no aprendió nunca a caminar denuncie), una frase 
que me golpea la boca del estómago que le corta la res respiración 
-Mirá mamá, vos hacé lo que quieras, pero a mí me parece que ... 
Ella lo dice al pasar. 
No oye lo que respondo, de modo que no contesto nada. Y se va. 
El mundo la aguarda fuera de esta puerta. Es hermosa y es buena. Creo que es más generosa que yo. 
Y que si se ocupara realmente de darle forma a lo que siente, podría ayudar a mejorar el mundo en que vivimos. 
Sin duda, sufrirá menos que yo. 
Con algún granito de arena habré contribuido para que fuese más fuerte y decidida, menos temerosa de lo que soy. 
Ella sale por esa puerta, deja impregnada la casa con su perfume algo sofisticado, y yo me quedo sola. 
Solemne soledad la mía. 
Maravilla, mi perra, se pone como loca cuando lloro. Entonces no lloro, porque me apena verla acongojada. 
Se ovilla a mis pies mientras escribo Mueve la cola, alborozada, - cuando la llamo mi compañerita. 
Tal vez ella sí sabe que yo tengo miedo. 
Que me da vergüenza. 
Que me encierro y a veces me paso horas rezando mi rosario y pidiéndole a Dios que me ayude, que me dé una respuesta, que me muestre el camino, que me tienda una mano con temperatura humana, que alguien sepa obligarme a vivir lo que me queda de vida, alguien sin miedo, a quien no pueda discutirle nada, alguien que me entienda y me conmueva y no me dé tiempo a titubear ni a contradecirlo. 
Alguien que me vea. Soy así ni demasiado linda, ni poderosa, ni invencible, con bosquecitos dentro de los ojos, y todo un cielo estrellado en el torrente de mi sangre. Soy buena compañera para los silencios y para las charlas amanecidas. Pongo el hombro en la lucha, y en la paz puedo ser una isla arbolada, una plaza con tilos florecidos. 
Oh, iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá. Entregada y pequeña! 
Ahora yo soy la niña entregada y pequeña que busca la palabra encendida que no queme, que simplemente alumbre. La palabra que cure las heridas...

lunes, 1 de enero de 2018

Pasarán cosas

Ha empezado otro año.
Como un cuaderno nuevo está ante mí, y me acuerdo de cuando era chica, iba a la escuela y me apuraba para terminar el viejo cuaderno y así comenzar el otro. En las últimas páginas hacía letra grande, enormes dibujos apresurados. Pegaba dos hojas con engrudo de fabricación casera: agua y harina en la cocina.
Los cuadernos nuevos se empiezan con letra pequeña, pareja, prolija, cuidada...
Igual que los años.
Igual que éste.
¿Borrón y cuenta nueva?
No, no, sin borrón.
Y sumando a la cuenta nueva las otras cuentas que antes nos sirvieron.
Porque no todo está para el olvido.
Porque no todo fue para dejarlo atrás, disimulado entre las hierbas secas del otoño.
Pasaron cosas.
NOS PASARON COSAS.
Crecimos un poquito, un poquito así, pero crecimos.
Llorar hace crecer, es esa lluviecita de uvas de cristal sobre el techo de chapa de nuestro corazón. Pica, repica, musiquea, despierta.
Nadie es el mismo después de haber llorado.
Reír hace crecer.
También reímos.
Algunas veces, quizá podemos contarlas con los dedos de una mano... ¡Y cómo une la risa!: dos que se rieron juntos, a carcajadas limpia, no se desatan nunca en el recuerdo.
Yo tengo siete chistes favoritos, y me acuerdo de quiénes fueron las siete personas que me los contaron.
En cambio, no me acuerdo de todas las que me hicieron llorar o compartieron mis angustias.
No creas que se trata de mala memoria... me parece que es puro instinto de conservación.
Fíjate que la gente le huye a la tragedia.
En algún tiempo me daba mucha rabia, pero ahora lo entiendo y no la juzgo mal.
Una amiga de la infancia, que quiero profundamente, todavía no habló conmigo desde que murió mi compañero. Y si yo no la llamo no es porque no tenga ganas de hacerlo ni porque piense que es a ella a quien le corresponde llamarme... sino simplemente porque me da miedo que se sienta mal...
A ella le digo: si leés esto, no busques entre líneas... te quiero mucho, me gustaría que estuvieras cerca. No temas, no estoy desahuciada, no contagio las penas, las tengo dentro de mí, tan escondidas que para hallarlas tendrías que escarbar demasiado. Y, además, a los muertos queridos no los recuerdo muertos, los recuerdo con su olor a perfume y su camisa favorita, con la música que les gustaba, con las anécdotas que los muestran en su mejor momento. No hablaremos de heridas ni agonías ni hablaremos de nieblas o tormentas... no, ¿sabes qué haremos?... terminaremos la charla aquella que empezamos una tarde en un café de la calle Córdoba... o la seguiremos, porque las charlas entre amigas no se terminan nunca, son siempre una continuación de la anterior, que fue una continuación de la anterior... y así, siempre, siempre, hayan pasado días, meses, años.
Trabajar, hace crecer.
Y me ha dado un poco de trabajo trabajar.
Porque mi trabajo es solitario, callado, sin jefes que me obliguen a hacerlo, sin un horario que cumplir.
Se trata de transformarme en médium y sentir lo que todos sienten a mi alrededor... e interpretarlo con palabras escritas que traduzcan exactamente eso que siento, eso que sentís, eso que sienten otros.
Admirar hace crecer.
Es tan larga la lista de la gente que admiro, que te cansaría leerla. Pero en esos nombres seguramente nos reconoceremos, hermanadas, vos y yo. Violeta Parra, Mozart Mick Jagger, Horacio Molina, Paganini, Cortázar, Woody Allen, Silvio Rodriguez. Beethoven, Raúl Porcheto, Chopin, Alejo Carpentier, Fellini, la hermana Teresa, Silvina Ocampo, Bergman, Ricardo Montener, siempre mi Felisberto Hernández que releo, los hermanos Marx, Olga Orozco, Humphrey Bogart reviviendo cada vez que pasan "Casablanca" por televisión (ojalá que no dejen de pasarla nunca).
Al admirar abrimos una ventanita del alma que, a veces, está cerrada con candado. Al abrirla, nos abrimos. Dejamos que eche a volar un pájaro cautivo y que entre el aire con olor a magnolias y a flores de tilo, ese olor que es olor a verano y a plaza (Cuando era chica llevaba botellitas a la plaza, las movía, dando vueltas, y luego las tapaba, creyendo que en ellas podían guardarse los olores. Tal vez sí. Nunca las encontré, después, nunca tuve oportunidad de destaparlas...
Agradecer es crecer.
Amar es crecer.
Crear es crecer.
Ha empezado otro año.
Cuadernito nuevo.
Cuadernito de hojas inmaculadas, todavía en blanco.
Cuadernito que en la tapa dice Poldy.
Solamente que yo podré escribir en él los días que vendrán.

Poldy Bird