viernes, 23 de diciembre de 2016

El niño que quería ser televisor

Un niño, meditando en su oración, concluyó:

Señor, esta noche te pido algo especial: 
quisiera convertirme en un televisor. 
Quisiera ocupar su lugar, 
quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. 
Es decir, tener un cuarto especial para mí 
y reunir a los miembros de mi familia 
a mi alrededor. 

Ser tomado en serio cuando hablo.
Convertirme en el centro de atención 
al que todos quieren escuchar 
sin interrumpirle ni cuestionarle.
Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele 
cuando algo no funciona...

Y tener la compañía de mi papá 
cuando llega a casa, 
aunque esté cansado del trabajo. 
Y que mi mamá me busque, 
en lugar de ignorarme. 
Y que mis hermanos se peleen para estar conmigo. 

Y que pueda divertir a todos, 
aunque a veces no les diga nada. 
Quisiera vivir la sensación de que lo dejan todo 
por pasar unos momentos a mi lado.

¡Señor, no te pido mucho, 
sólo vivir lo que tiene cualquier televisor!

jueves, 22 de diciembre de 2016

Toco tu boca

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar
“Rayuela”, Cap. 7

Un aplazado

De pronto, como un breve latigazo,
mi nombre, Friedt, estalló en el aula.
Yo me puse de pie, y un poco trémulo
avancé hacia la mesa, entre las bancas.
Era el examen último del curso
y al que tenía más miedo: la gramática.
Hice girar resuelto el bolillero
Las dieciséis bolillas del programa
resonaron en él lúgubremente
y un eco levantaron en mi alma.
Extraje dos: adverbio y sustantivo.

Me dieron a elegir una de ambas
y elegí la segunda. —¿Y qué es el nombre?
díjome uno y me asestó las gafas.
Sentí luego un sudor por todo el cuerpo,
se me puso la boca seca, amarga,
y comprendí, con un terror creciente
que yo del nombre no sabía nada.
Revolvía allá adentro, pero en vano,
me quedé en absoluto sin palabras.

Y empecé a ver la quinta en qué vivíamos:
el camino de arena, cierta planta,
el hermano pequeño, mi perrito,
el té con leche, el dulce de naranja,
¡qué alegría jugar a aquellas horas!
Y sonreía mientras recordaba.
—¡Pero señor —rugió una voz terrible—,
el nombre sustantivo, una pavada!—
Tiré a la realidad: sobre la mesa
los dedos de un señor tamborileaban,
cabeceaba blandamente el otro,
el tercero bebía de una taza.

Hacía gran calor. Yo tengo una
cara redonda, simple, colorada,
los ojos grises y los labios gruesos,
el pelo rubio, la sonrisa clara.
Yo quería jugar, no dar examen
darlo otro día, sí, por la mañana...

Se me nubló la vista de repente,
los profesores se me borroneaban,
adquirió el bolillero proporciones
gigantescas, fantásticas,
oí como entre sueños: Señor mío,
puede sentarse... —Y me llené de lágrimas.

Baldomero Fernández Moreno

martes, 20 de diciembre de 2016

Amistad

Cuando un amigo que hace mucho que no ves te llama de golpe sólo ‘para ver cómo andás’, es posta que a los tres días te vuelve a llamar porque justo y ‘de casualidad’ necesita pedirte algo. Prefiero la frialdad sincera al amiguismo de cotillón.

Decálogo del Niño Rural (A mi maestra)

  1. No te enojes por mis tardanzas, he recorrido muchos kilómetros para llegar a la escuela. 
  2. En las frías mañanas de invierno déjame calentar mis manos y pies: siento frío y tengo hambre. 
  3. No te enojes por mis zapatillas o alpargatas sucias, ellas están mojadas por el rocío del sendero. 
  4. Enséñame a recortar mis uñas, me cuesta usar la tijera. 
  5. No te enojes por no saber usar el lápiz, él es muy liviano y yo estoy acostumbrado a manejar objetos pesados. 
  6. Enséñame a cantar el Himno Nacional, a usar mi Escarapela y a izar y arriar mi Bandera. Por más que sé poquito soy argentino. 
  7. No te enojes por faltar a clase una semana, tuve que trabajar pues mi papá estuvo enfermo. 
  8. Háblame de mis plantas y animales, después cuéntame las cosas que tu conoces. 
  9. No te enojes porque no tenga cuaderno, el patrón no pagó y no pude vender mis cabritos. 
  10. Ven a mi casa a visitarnos, mi perro no te hará daño; él sabe que me quieres. Déjame jugar, silbar, reír y correr en la escuela. Me espera mucho trabajo. 
José Domingo Juárez, Tucumán (Argentina), 1995
Santos Guerra Miguel Ángel
Arqueología de los sentimientos en la escuela, p. 95-96

lunes, 19 de diciembre de 2016

Resolución de un problema

Un padre viaja a gran velocidad en una moto con su hijo de diez años en una noche de niebla por una carretera resbaladiza. Ha helado y el suelo parece un cristal. La moto derrapa. Como consecuencia del accidente el padre muere. El hijo queda gravemente herido. Una ambulancia le lleva al hospital más próximo. Los médicos que le exploran deciden operarle inmediatamente.
Cuando el cirujano jefe, que está de guardia, entra en el quirófano y ve al chico, deja caer los brazos con desesperación y desaliento mientras murmura:
-¡Es mi hijo!

Cuestión: ¿Cómo explicas la situación?

Santos Guerra Miguel Ángel
Arqueología de los sentimientos en la escuela, p.91-92

Zenón

"la sangre tiene razones que hacen engordar las venas."
Atahualpa Yupanqui

Zenón depositó en el suelo las canastas que rebosaban de hierbas aromáticas. Dijo sólo "buenas" a manera de saludo. "Buenas", respondió doña Sacramento. Sabía que sus hijos eran de pocas palabras y que hacía falta tiempo para que todo lo que llevaban vivo adentro, rezumara como la leche espesa de los higos.
El mate amargo pasó varias veces de mano entre comentarios de los estropicios que causaba la sequía, que iba para largo según maliciaban los entendidos.
Zenón se distrajo un momento siguiendo el vuelo errante de un pájaro que revoloteaba extrañado, de un lado a otro. Sostenía el mate con las dos manos resguardándole la tibieza o deseando contagiarse de ella.
Por fin atinó a decir con una inquietud que le oscurecía el rostro:
-Me sacaron una foto cuando juntaba yuyos en las sierras. Unos pueblerinos que nomás vinieron y se fueron por el camino ancho.
Doña Sacramento atizó el fuego y como si hablara para ella, dijo que los árboles no son las ramas que crecen hacia el cielo, desordenadas y desparejas. Los árboles son la savia que les recorre las honduras y que se esconde de nuestros ojos. Que los pájaros no son las alas que les permiten volar. Los pájaros son el vuelo mismo y el destino que este lleva prendido como un invisible mensaje. Que los hombres no son la cara, ni sus brazos, ni sus piernas. Los hombres son lo que hacen, lo que dicen, lo que piensan...
Zenón cayó entonces en la cuenta de que los desconocidos se habían llevado, sí, la visión fugaz de sus espaldas dobladas sobre el monte, de sus ojos entrecerrados, de sus manos grandes en fiera disputa con los espinillos; pero que él permanecía allí, con su savia engordándole las venas, con su destino de cristiano pobre asido a esa tierra reseca, con su oficio de yuyero.
-Sólo quería morirme entero... -dijo justificando el tamaño de su angustia.
-De eso puedesz estar seguro -afirmó ella y le estiró el mate, una vez más.

Estela Smania

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Anécdota: Un examen

"Me llamaron por mi apellido y me lo comunicaron: perdí el examen con dos puntos. Firmé, miré a los profesores con bronca, asco y ganas de patearles sus lindas caras. Después me di media vuelta y me fui sin decir una palabra. Al cerrar la puerta, lo hice con tanta fuerza que el portazo generó que los estudiantes y docentes que andaban en la vuelta miraran el lugar en que se generó el estruendo. Seguramente el ruido se habría escuchado desde el piso de abajo. “¿Y, cómo te fue?” preguntó una compañera que me también lo había dado. “¿Que cómo me fue? ¡Para el orto —respondí con un grito violento—"¡Para el orto!”. Entonces, cargado de bronca, volví hasta donde estaban los tres profesores. Me miraron con desconcierto. “¿Nada más?” les dije.

—¿Nada más qué?
—preguntó una de las profesoras
—¿Nada más me iban a preguntar? ¿Y todo lo otro que me estudié? ¿No me lo van a preguntar?
—El examen..
—¿Me lo hicieron estudiar al pedo?
—Mirá, el...
—¡Al pedo, me hicieron estudiar al pedo!
Di media vuelta, se escuchó otro portazo, e ignorando todos los ojos que curioseaban la escena, bajé la escalera y empecé a caminar cada vez más rápido. No disimulé mi cara de culo, pero sí hice lo posible para aguantar las lágrimas. Una docente del liceo se me cruzó en el camino.
—Sebastián —me dijo. La quedé mirando. No podía responder. No por la bronca, o porque no supiera qué decirle. El nudo en la garganta me enmudeció—. ¿Qué pasa —continuó compasiva— , Sebastián? —Me largué a llorar y ella me abrazó con fuerza.
La llené de lágrimas. “Es un examen, un examen” me decía y me abraza más fuerte. “Un examen” resonó en mí. “Un examen”. Pero a mí no me llenaba de bronca y angustia el examen perdido, ni todo el verano estudiando. A mí me llenaba de angustia y de bronca el hambre y el futuro incierto. “Un examen” repitió y me estrechó más. Sentí cuánto necesitaba ese abrazo, y pensé solamente en que no podía repetir otro año más, que no podía darme el lujo de retrasarme, porque en este juego que no da tregua, llamado pobreza, cualquier error te puede enterrar en el destino de los marginados. Que cualquier error te puede condenar a ser una mano de obra barata, incapaz de escapar de la periferia más turbia.
—Lo vas a preparar mejor —me dijo al rato— y lo vas a salvar. Lo vas a salvar. —Para ese entonces, ya había dejado de llorar y estábamos con esta profesora sentados en el patio del liceo. —Sí... Lo voy a preparar mejor...
Me llamaron por mi apellido y me lo comunicaron: salvé el examen con nueve puntos. Firmé y no pude mirar a los profesores a los ojos. Antes de darme media vuelta, les pedí disculpas por los que había pasado en el examen anterior. Al cerrar la puerta, sentí cómo el terror del futuro incierto de mi pobreza empezó a diluirse, y me prometí desde entonces estudiar y que esa sea mi única preocupación, sabiendo que es lo único que tengo para desenterrarme de la mediocridad en la que vivo.
Ahora ya pasaron unos años de esa anécdota, y la recuerdo un poco avergonzado, aunque no evite sonreírme de mi vieja histeria. No soy ya aquel adolescente violento y miedoso. No le tengo ya miedo al futuro incierto, porque ahora sé que hay cosas peores que un estómago con hambre. Como un corazón sin amor, o una casa sin una biblioteca. Pero sobre todo no le tengo miedo al futuro incierto, porque ahora sé que ese futuro incierto no es tan incierto, y que gracias al sacrificio del estudio y al apoyo de mi familia, desde hace ya mucho tiempo que salí de la mediocridad. No soy aquel, pero necesité serlo para ser quien soy, y sobre todo, necesité de aquellos docentes que me enseñaron a aspirar, soñar y a creer en mí mismo.
—¿No querés terminar el liceo? —le pregunté hace poco a un vecino de mi edad, con quien hace unos años me juntaba todas las madrugadas en una esquina a hacer fogatas y hablar. —Estoy yendo de noche... —¿Cómo te está yendo? —No voy a llegar a cuarto ni loco, ñery. Sabés qué, tenés que tener tremendo bocho para llegar a cuarto. A mí no me da la cabeza como pa' terminar un libro, ñery. —No te creas... Es estudiar un poquito todos los días. Dale, metele.
Pero no hubo forma de convencerlo. Traté, pero no pude. Al final me di cuenta que desde hacía años, él seguía haciendo lo mismo: juntándose casi todas las noches en una esquina a drogarse, y de vez en cuando, a delinquir, porque adictos y delincuentes no faltan en mi cuadra. Entonces pensé en todos los docentes que tuve que me llenaron de esperanzas cuando en mí solo había hambre e incertidumbre.
—Vos Seba decís eso porque siempre tuviste tremendo bocho y hablás corte con palabras raras —“Ojalá (pensé mirándolo) que esté el suficiente tiempo en el liceo para que pueda creer en sí mismo y aspirar a algo más. Que sepa que él también tiene “tremendo bocho” y que puede hablar corte “con palabras raras”. Que se cruce a los docentes necesarios para vaciar su hambre y violencia, y llenarse de sueños y esperanzas. Porque en estos lugares así, donde nadie aspira a nada, los únicos que nos salvan son ellos, los docentes".

Sebastián Lanzani
 tiene 18 años y es estudiante del IAVA en Uruguay.

sábado, 1 de octubre de 2016

Karaí Octubre

Este hombre que ahora trenza su látigo de ysypo resguardado en las anchas alas de su raído sombrero de paja vive solo en el monte. Nadie lo ve sino una sola vez al año. Aparece para comprobar que se cumpla la tradición de siempre el primer día de octubre. Viene preparado, con su rebenque listo para castigar a quienes se atrevan a desafiar la costumbre. 
Le interesa sobremanera la cocina de cada casa. Pasa hasta donde las ollas están hirviendo sin importarle nada más. Lo ha hecho durante siglos. ¿Quién podría cuestionar su actitud?.
Malhumorado y hombre de pocas pulgas elKarai se pasea por los poblados haciendo sonar su látigo para anunciar su llegada. Las mayoría de las mujeres le ceden el paso y le dejan espiar en las ollas. Pero aquellas que no han seguido la tradición, pretenden ahuyentarlo, temerosas. Esas no se salvan del castigo. 
Karaí Octubre le llaman. Medio petisón es el hombre y su ancho sombrero lo achata aún más. Lleva puestas unas ropas roñosas y, como ya dijimos, hace sonar su rebenque antes de entrar a espiar en las cocinas y en las ollas. 
Karaí Octubre es la pobreza, la miseria, las penurias. Se le ahuyenta solamente con una olla repleta de comida. Si no encuentra suficiente, se queda con esa familia para todo el año y, además de los rebencazos, la miseria les acompañará por todo el año, con sus nefastas consecuencias. 
De ahí que en todas las casas, cada primero de octubre, no falte el puchero bien servido. De esa forma la conciencia de toda la familia quedará tranquila por el resto del año. En cambio aquellos que se resistan y mezquinen la comida de ese día tendrán que convivir con el hambre por el resto del año. Esta tradición enseña al campesino a prever el alimento para los suyos durante los meses de “vacas flacas”, época que se inicia en octubre y que abarca los últimos meses del año. 
El premio es para los previsores. 
El castigo, para los haraganes.

Lo que quiero ahora

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

Ángeles Caso

sábado, 2 de abril de 2016

Soldado de Malvinas

Soldado argentino, ¡gauchito valiente!
la patria te llamo, resuena el clarin,
izás la bandera con todo tu orgullo
y empuñas el arma dispuesto a morir.

Un lema te guia, "Dios, Patria y hogar"
la sangre te hierve, vas a reclamar
lo que nos robaron mucho tiempo atrás.
"las Islas Malvinas", ¡querido pedazo
de tierra argentina!

Soldado argentino, que Dios te proteja
que América toda rezará por ti,
que todas las madres bendicen la tuya
que ha dado un valiente que quiere partir.

Llegar al pedazo de tierra querida,
"Malvina Argentina", como siempre fue,
izar su bandera, colores del cielo,
custodiar sus costas igual que un mastin.

Soldado argentino, no teme a nada,
soportas heroico, el fango, la helada,
la furia del viento que azota la zona.
Malvinas queridas, con estos valientes,
por toda la vida serás argentina.

Y llega rugiendo el intruso enemigo,
piratas modernos con garras atómicas,
poderosa flota, cargada con armas,
mentira y ponzoña.

Comienza la furia de cruentas batallas
misiles, metrallas, sin cesar estallan,
defiendes heroico, valiente soldado,
las Islas Malvinas por siempre argentinas.

Y heriste de muerte al vil mercenario,
no pediste ayuda, te basto tus manos,
pensando en tu tierra. Malvinas queridas,
enfrentaste al lobo, que igual que hizo antaño
hoy quiso robarnos.

Soldado argentino, el mundo hoy te admira,
con tu valentía supiste ganar
un puesto en la historia de nuestra Argentina, e
n la que tu nombre por siempre estará.

Y para el heroico que ofrendó su vida,
con llanto en los ojos rogamos a Dios,
porque lo reviva en Su Santa Gloria,
murió como un héroe, ¡con todo el honor!

Soldado argentino, ¡gauchito valiente!,
la patria te llama, resuena el clarín,
izas la bandera con todo tu orgullo
y empuñas el arma, dispuesto a morir.

jueves, 24 de marzo de 2016

Canción de los niños pobres

Hemos venido sin querer
y sin saber vamos andando,
tal como el viento ignora cuándo
Y dónde se ha de detener.

¿Quién ha mecido nuestra cuna?
Fue el Amor o fue la Tristeza?
Somos el mal de la Pobreza?
Somos el mal de la Fortuna?

Hemos nacido inmaculados?
Venimos de la multitud?
Es nuestra madre una virtud
que nos dejara abandonados?

Hemos venido sin querer
y sin saber vamos andando,
tal como el viento ignora cuándo
y dónde se ha de detener.

Sean benditos los portales
que han amparado nuestros gritos
en la noche invernal. ¡Benditos
sean también los Hospitales!

Hoy, para damos alegría
la sociedad sentimental
abre un paréntesis cabal
que ha de durar tan solo un día.

Y nuestro día es todo el año!
Y es un mismo año nuestra vida,
vamos por una oscurecida
senda de rudo desengaño.

La irónica beneficencia
hoy lucirá sedas y alhajas,
para arrojarnos las migajas
de su esplendor y su opulencia.

Caridad llegada a deshora
para salvar la Humanidad!
Fuera como dar claridad
con una lámpara a la aurora!

Hemos venido sin querer
y sin saber vamos andando,
tal como el viento ignora cuándo
y dónde se ha de detener.

Nuestros padres nunca han tenido
seguramente un día tal.
Y han fallecido en un portal,
Cual nosotros hemos nacido.

Ellos han sido acaso buenos.
No nos pudieron ver sufrir,
Y nos lanzaron a vivir…
Pero a vivir la vida al menos!

¿Quién ha mecido nuestra cuna?
Fue el Amor o fue la Tristeza?
Somos el mal de la Pobreza?
Somos el mal de la Fortuna?

Sí, pues, no somos responsables,
ante la honesta sociedad,
de no tener paternidad
y sor los niños miserables!

Hemos venido sin querer
y sin saber vamos andando,
tal como el viento ignora cuándo
y dónde se ha de detener.
Mario Bravo

miércoles, 27 de enero de 2016

El psicoanálisis (Velmiro A. Gauna)

En el amplio rancho donde funcionaba la comisaría de Capibara-Cué se encontraban, en la mañana de un cálido verano, los más distinguidos representantes de la autoridad policial lugareña, vale decir, don Frutos Gómez, el comisario; Luis Arzásola, el oficial sumariante y el cabo Leiva, amén de un agente que cebaba mate para los tres primeros. La conversación, aburrida por falta de temas, se arrastraba de silencio en silencio, cuando Arzásola, de pronto, interrogó:
—¿Conoce usted el psicoanálisis, don Frutos?
—No m'hijo... Ese circo nunca vino pu acá.
El cabo Leiva interrumpió diciendo:
—Circo lindo era el Olivood, Joligú que el decían algunos que se daban de leídos... Traiban una mocita alambrera con unos pantaloncito muy ajustaos que sabía hacer unas pruebas de equilirbio muy difíciles...
— ¡Pero, no!... No hablaba de eso, yo dije psicoanálisis...
—Ya te dije nicó que el Circo Análisi no vino pu acá, al meno dende que soy comesario. ¿Gringos los dueños, pa?
—¿Qué dueños?
—Los del circo... los Análisi esos, pues...
— ¡Oh, señor!... Parece que lo hiciera a propósito... yo dije psicoanálisis, de psico, que quiere decir: alma y análisis, investigación o sea la investigación del alma.
—¿Y por qué pa no haula en crestiano, m'hijo? Yo a esos idiomas extranjeros no loj entiendo.
—Yo sí... —dijo el cabo vanidosamente— ¡Y hay que oír cómo haulamos con el míster 'e la estancia!
— ¡Pero si apenas sabes la castilla qué vas a haular en gringo! —se rió el comisario.
—Y de no, don Frutos... Fasilidá que tiene uno.
—Pero eso es imposible —exclamó el oficial—. ¿Cómo va a hablar un idioma sin conocerlo?
—Yo no sé, pero cuando él me ve, me dice: Tuyuyú hú (Cigüeña negra) y yo le contesto: Juera
güey pirú (Fuera buey flaco). Dispué me dice Uruguay y yo li rispondo Paraguay...
— ¡Ja... ja!... —se lanzó a reír Arzásola—. ¡Qué fantástico! ¿Sabe lo que pasa, comisario?
—No... Y si vo sabe esplieate pue.
—Muy bien. El inglés le dice "How do you do? " que quiere decir: "¿Cómo le va? " y cree que Leiva le contesta: "Very well, thank you" o sea: "Muy bien, gracias". Entonces se despide diciéndole: "Good bye" que significa "Adiós" y se va convencido que el cabo le ha contestado lo mismo. Lo que pasa es que en inglés esas palabras se pronuncian de manera muy parecida a lo que él entiende.
— ¡Vea si serán atravesados los gringos pa la conversa! —dijo el aludido—. Si alguna ve me nuembran comesario del mundo yo les vua a obligar a todos a que haulen bien, así como haulamos nosotro u seáse en castilla o guaraní, lo idioma 'el crestiano y no ese entreviere 'e palabras.
—Bien —continuó el oficial—; volviendo al psicoanálisis, es una ciencia muy útil para la policía.
— ¡No digas! —expresó don Frutos, interesado.
—Sí comisario. Mediante preguntas bien calculadas se consigue que el delincuente sea delatado en sus respuestas por el subconsciente.
— ¡Qué lástima que aquí no haiga subconsciente! Supo haber un subcomisario y una ve vino un subteniente pa las elesiones, pero subconsciente no conocí... ¿Y qué grado es?¿Encima 'e sargento pa*?
—El subconsciente... —siguió el oficial sumariante con inagotable paciencia— es aquella parte de ...
—Párate m'hijo —interrumpió don Frutos— que aquí viene doña Moncha muy apurada... Vamo a ver qué le pasa.
La noticia que trajo la buena mujer fue que, cerca del boliche, detrás de un corral, habían encontrado, malamente herido, a don Casiano, el resero, por lo que lo habían llevado, sin pérdida de tiempo, a casa de doña Belén, la curandera.
Rápidamente fueron hacia el rancho de la "médica" y allí hallaron al hombre, tendido sobre el lecho, con la cabeza y el hombro derecho vendados, en estado de semiinconsciencia.
—¿Qué tal, pa, doña Belén? ¿Hay peligro que se corte?
—No, don Frutos ... Ya dentro a bajarle la fiebre, pero va a tener pa rat...
—¿No dijo nada?
—Nada, se quejaba nomás.
Él comisario lo observó detenidamente y volvió a preguntar:
-¿Algún hachazo o qué?
—Pa mí... —respondió la vieja— un garrotazo que le agarró 'e refilón la cabeza y le rompió
l'islilla...
-¡Ah!
—Endemá tenía los bolsillos 'e la blusa daos güelta y sin un peso.
—Pa robarlo entonse jue . . .
—Sí, pero no le encontraron una bolsita llena 'e plata que tenía colgada del pecho... Aquí está.
—Güeno —dijo don Frutos—, vua llevarla a la comesaría pa que allí la reclame cuando sane. De mientras cuídelo, doña . . .
—Pierda cuidao, don Frutos, como si juera 'e la familia lo voy a tener.
Los policías se despidieron y fueron al lugar donde se había encontrado al herido. Numerosos árboles rodeaban un corral de palo a pique. Muy cerca del mismo pasaba un tortuoso sendero que, no lejos de allí, empalmaba con el camino real.
—Don Casiano haberá dejao el boliche medio en tranca y agarrao pu aquí como de costumbre, porque es más cerca —explicó el comisario.
—El malhechor, sin duda —intervino el oficial— lo habrá esperado escondido detrás de esos troncos.
—Ansí parece —confirmó el superior.
Observaron el lugar donde el hombre había caído. El fino polvo estaba aplastado y conservaba malamente la forma del cuerpo. Unas manchas oscuras, eran los rastros que quedaban de la sangre vertida. A su alrededor había confusas pisadas de hombres y animales. Revisaron concienzudamente el lugar y hallaron entre la hierba algunas monedas y una gruesa rama con rojizas señales.
—Con esto le pegaron —exclamó el oficial— Si pudiéramos sacarles las impresiones digitales...
—Nú hace falta. Déjame estudear el asunto. Pa mí el creminal lo esperó escuendído atra 'e ¿se paraíso y cuando el viejo Casiano pasó le abajó el garrotazo. Felismente di apurao o por ía escuridá le erró el viscachazo y por eso le agarró el costao 'e la cabeza y le rompió el güesito ese del hombro.
—La clavícula, señor.
—Será, pa nojotro es l'islilla. Dispué le revisó y le sacó la plata que encuentro en la blusa.
—Si le acierta bien lo dijuntea —afirmó el cabo Leiva.
—Meno mal, ansí sólo tendremos que meterlo preso por robo y heridas y no por muerte qu'es cosa más seria.
—Pero antes hay que saber quién es, señor.
— ¡Claro, pué! Pero ya lo agarraremos... Por más que quiera esconderse al zorrino lo traiciona l'olor.
El comisario fue y habló con don Pedro, el bolichero, luego consultó con los parroquianos que habían estado esa noche en el negocio. De un rancho se trasladó a otro, conversó, tomó mate, siguió conversando y tomando mates y, cuando hubo efectuado todas sus averiguaciones, quedó con dos sospechosos alojados en la comisaría.
Eran dos peones que habían conducido una tropa de hacienda para el carnicero y luego habían permanecido en el pueblo a la espera de otra changa.
Los dos habían estado en el negocio jugando al monte la noche anterior y salido con intervalos de minutos, un rato antes que don Casiano, y sus explicaciones no eran muy satisfactorias.
Uno decía que, como había perdido todo lo que llevaba encima había ido hasta donde se alojaba a buscar más dinero y que, al volver, encontró el negocio cerrado por lo cual volvió a dormir.
El otro dijo que, después que perdió los veinte pesos que se había propuesto arriesgar esa noche y, para no volver a caer en la tentación, salió a caminar y se estuvo un largo rato sentado sobre una piedra a orillas del río.
Ninguno, sin embargo, pudo citar testigos o presentar pruebas en favor de su aserto.
—Pa mí —decía el comisario— es uno de estos dos. L'otra gente qu'estuvo esa noche son gente vieja 'el pueblo y no son capaces 'e una jechuría mesejante con don Casiano. ¿Y a vo qué te parece oficial?
—Yo comparto su opinión, señor.
—Güeno, ¿pero cómo hasemo pa saber quién es?
—Si usté me deja, don Fruto —dijo el cabo Leiva— a lo mejor yo li hago hablar con una güeña estaquiada...
— ¡No sea bárbaro, cabo! —saltó Arzásola—, hay que proceder con métodos humanos.
—Güeno —accedió don Frutos—, te los dejo a vo hasta mañana. L'único que te pido es que los tengas sin comer y sin darles agua. ¡Total! 'un día de ayuno no hace mal a ninguno.
Un poco a regañadientes el oficial consintió a esta última petición y procedió a interrogarlos.
Toda la noche estuvo valiéndose de las preguntas más sutiles sin ningún resultado. Finalmente, perdida su paciencia, gritó y amenazó con gran contento del cabo Leiva y del agente de turno pero tampoco obtuvo fruto alguno. Cuando, cansado, renunció a su tarea para ir a dormir no había sacado nada en limpio.
Él también tenía el convencimiento que uno de los dos era culpable, pero no acertaba a determinar cuál de ellos con precisión. Desesperado acudió a sus libros y, a la mañana siguiente, después de saludar a don Frutos, dijo:
—Vea, comisario, ayer no conseguí nada, pero hoy espero tener éxito porque voy a aplicar el psicoanálisis.
—Métele nomá, muchacho . . . L'único que te repito es que los tengas sin comer y sin agua mesmo que si jueran a comulgar. Eso ayuda.
El oficial hizo traer a uno de los detenidos y le dijo:
—Le voy a decir una serie de palabras y usted me va a contestar lo primero que le venga a la cabeza. ¿Entendió?
-No.
Una y otra vez repitió Arzásola su explicación y, al final logró hacerse entender.
Empezó:
—Blanco.
—Blanco.
—Rancho.
—Rancho.
— ¡Oh! dígame otra cosa, lo primero que se le ocurra.
—Y no se me ocurre nada, pue, sino lo que usté me dice.
Después de luchar media mañana decidió probar con el otro de modo diferente.
—Vea, —le dijo— aquí tiene una serie de palabras. Léalas y abajo de cada una de ellas escriba lo que le venga en gana, ¿sabe?
—Sí oficial, pero el caso es que no sé escrebir.
Viéndolo sudoroso y fatigado don Frutos le invitó:
—Mira, mándalo adentro otra vez y descansa un poco.
—Gracias, don Frutos.
Cuando hubo cumplido el mandato y vino a sentarse junto al viejo, éste le preguntó, después de alcanzarle un mate:
— ¿Y cómo pa trabaja el sircoanálisi ese que decí vo?
—En lo substancial no es sino el estudio de las palabras o de los actos que dicen o realizan las personas, en forma inconsciente, para relacionarlas con un hecho determinado...
— ... ¡Cha que sos difísil, m'hijo! ¿Y qué pa 'e inconsciente?
—Lo que se hace sin pensar, en forma habitual y automática... casi por costumbre, como usted por ejemplo, cuando está preocupado, se tira de la barba...
-¡Aja!
—Con esos actos el individuo, sin querer se traiciona y suelta cosas ocultas...
Don Frutos pensó un rato y dijo:
—¿Sabes que teñe razón, m'hijo? Mirá, no te preocupes más y déjame a mí que yo le vua aplicar el sircoanálisi. A mí también me gusta '1 progreso. 
Arzásola suspiró, resignado, y mansamente aceptó:
—Como usted quiera, don Frutos.
La siesta fue calurosa en extremo y los dos detenidos se desesperaban pidiendo agua al inmutable cabo Leiva o a los inconmovibles agentes.
Cuando, después de una larga siesta, apareció don Frutos en el local, ya lo estaba esperando el oficial.
—Mira —dijo el viejo al cabo—, anda a traerme unas naranjas, un plato y un cuchillo.
Cuando tuvo las cosas pedidas en su poder, el comisario acomodó sobre la mesa una naranja en un plato y, a su lado, colocó el cuchillo.
—Hace pasar al más flaco —ordenó después.
El detenido vino y se quedó esperando, pensando en la clase de suplicio a que sería sometido.
—Sentate ahí —ordenó don Frutos— y tomate esa naranja. Dispué vamoj a haular.
Brillaron los ojos del sediento al oírlo y después de sentarse, empezó a pelar la dorada esfera con todo cuidado, luego la succionó golosamente hasta la última gota, colocando las semillas en el plato.
—Pónete en ese rincón y espera —le dijo don Frutos enseguida.
Mandó al cabo que limpiara el plato y colocara sobre él otra naranja y el cuchillo como antes.
Cuando el segundo sospechoso oyó la invitación, se arrojó sobre la fruta, le arrancó un pedazo de cascara de un mordisco y empezó a chuparla a los estrujones.
—Este es ... —sentenció don Frutos— Mételo otra vez n'el calaboso.
Después dirigiéndose al del rincón se disculpó:
—Perdona m'hijo l'encerrona, . pero tenía qu'encontrar al culpable y vo no tenías naides que te hubiera visto junto al río, como dijiste. Ándate nomá. '
Arzásola que no salía de su asombro, interrogó atónito:
—Pero, don Frutos. ¿Cómo puede resolverlo con tanta seguridad? ¿Y si se equivoca?
— ¡Qué me vua equivocar m'hijo! El sircoanálisi no engaña...
—No entiendo, comisario.
—Sos lerdo, muchacho. ¿No les viste tomar naranjas a esos dos?
-Sí.
—Y güeno, al primero, a pesar de haber pasao desde ayer a la tarde sin tomar agua no se
impacientó, peló la fruta con calma y puso las semillas n'el plato; el otro, en cambio, anduvo a
los empujones, se atropello todo y tiró las cascaras y semillas donde cayeran...
—¿Y eso qué tiene que ver con don Casiano?
—Que el que lo golpió jue un atropellao que de puro nervioso le erró el garrotazo a la cabeza y le pegó solamente de refilón, dispué, di apurao, apena si lo revisó por arribita y se jue... Perdé cuidao que si hubiera sido el primero no le fallaba ni un negro 'e uña y luego li hubiera sacao hasta laj media pa ver si no tenía escuendido algo. Estos tipo sin yel, tranquilos como agua 'e tanque son una cosa seria cuando les da por hacerse los malandras.
—Tiene razón, don Frutos.
—Güeno y aura vamoj al boliche a tomar una cañita...
Salieron y a la media cuadra oyeron un alarido de angustia que erizó los pelos del oficial.
—¿Y eso?... ¿Oyó, don Frutos?
—Sí pero no te apures, muchacho. Es el cabo Leiva que le está aplicando el sircoanálisi a su modo al malevo, pa hacerle firmar la confesión y averiguar ande ha escuendido la plata que le sacó al viejo.
Velmiro A. Gauna