viernes, 25 de mayo de 2018

La historia secreta del Hombre de la Esquina Rosada

XXX. PAUSA TRECE: 
(PARA LA RESURRECCIÓN DE 
VARIOS CUCHILLEROS PENDIENTES)

La historia secreta del Hombre de la Esquina Rosada
Ha habido malevos con muy mala suerte, Borges, malevos que podrían haber llegado a más, pero…
Créame, cuando leí Hombre de la Esquina Rosada, me quedé muy preocupado por la conducta de Rosendo, el pegador. Traté por todos mis medios posibles de responder a estos interrogantes: ¿Por qué aflojó Rosendo? ¿Por qué no aceptó el duelo que le proponía el provocador forastero? ¿Por qué no se hizo cargo del cuchillo que le impuso su mujer, la magnífica Lujanera?
No hay caso, las respuestas que me di para tales interrogantes, no me conformaron. Tampoco me conformó la explicación que usted propuso sobre la conducta de Rosendo Juárez en El informe de Brodie. Me olió a literatura y no a verdad. Por eso empecé por mi cuenta a hacer averiguaciones sobre la extraña huida de Rosendo Juárez. Me impuse descubrir qué había pasado por el alma de Rosendo en aquel momento en el que no aceptó el duelo. Hice mis averiguaciones –inclusive consulté a un par de psiquiatras– convencido de que la vergonzosa huida de Rosendo no había sido ocasionada por el miedo, ni por la vergüenza, como usted dice. Allí había otra cosa que lo había hecho actuar (o no actuar así). Allí había una causa secreta…
Casi cuatro años de mi juventud me llevó confirmar mi, al principio, difusa hipótesis, resolver aquellos intranquilizantes interrogante. Fueron cuatro años fatigantes de preguntar y preguntar, de tener que oír infinitas historias de almacén. Pero mi empeño no fue al cuete. Un día conocí al hombre que tenía toda la verdad, nada más que la verdad, solamente la verdad: don Toribio Z, un viejo trenzador que espera su definitiva noche en un ranchito de Carlos Tejedor. Don Toribio me relató esto que traslado a usted, Borges, sin ponerle ni quitarle:
A Rosendo Juárez lo conocí dos años después que se fue de su pueblo y de la Lujanera, por no poder afrontar el duelo que le proponía un tal Francisco Real. El Rosendo que yo conocí era un hombre callado, casi una tumba. Nunca lo vi reír. Nunca lo vi conversar con nadie. Decía las palabras mínimas para la sobrevivencia. Así, siempre hosco, siempre tumba lo vi transcurrir veinticinco años. Yo vivía a pocos metros de su pieza. No tenía más remedio que ser la persona más allegada a su enconado silencio. Varias veces, con el consentimiento de algunos vasos de vino, le pregunté qué guardaba tan dentro suyo. Nunca soltó nada. Pero una noche me despertó y me dijo: “Don Toribio, ya tengo edad para morirme, y no quiero irme de este mundo llevando la carga de este pesado secreto”. Entonces Rosendo me refirió lo que realmente le pasó aquella noche en el baile de la Esquina Rosada… Resulta que cuando Francisco Real entró en el salón, y lo encaró y le dijo que venía a buscarlo para pelear y ver quién era más hombre, Rosendo tuvo un percance fiero: una descompostura de estómago lo visitó justo en ese crucial momento. No tenía miedo Rosendo, quería peliarlo a Francisco Real… pero no daba más. Cuando la Lujanera, su mujer del alma, lo sacudió y le sacó el cuchillo y se lo puso casi en la jeta aborreciéndolo y gritándole “Rosendo, creo que lo estarás precisando”, el pobre Rosendo estaba a la borde de hacerse encima… Entonces se fue, ultrajado por las miradas de todos. Quiso justificarse con unas palabras, pero seguro que no se las escucharon. Y salió de allí, humillado para siempre, con unas ganas absolutas de encontrar la oscuridad, bajarse los pantalones y por fin estallar su ya incontenible apocalipsis intestinal. Con las estrellas arriba hizo el buen Rosendo lo que tenía que hacer… pero ya era tarde para explicar nada: había sido crucificado por la incomprensión de sus contemporáneos. Por eso abandonó su pueblo, y se metió en el silencio, y fue propiamente una tumba…
Como podrá apreciar, Borges, nada épico lo que le pasó al pobre Rosendo en aquella infortunada noche de la Esquina Rosada. Pero qué le vamos a hacer, no todo en la vida ha de ser épico…
–Don Jorge Luis, ¿por qué se marcha?
–Lo que ocurre es que hoy es mi cumpleaños y vendrán algunos amigos a visitarme…
–Justamente, porque es su cumpleaños, hoy quiero contarle no una sino varias historias de pendientes de cuchilleros…

–Entonces me quedo. Cuente.

Rodolfo E. Braceli  (1979) “Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” 
XXX. Pausa trece: (para la resurrección de varios cuchilleros pendientes) La historia secreta del Hombre de la Esquina Rosada. p. 155

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