XXX. PAUSA TRECE:
(PARA
LA RESURRECCIÓN DE
VARIOS CUCHILLEROS PENDIENTES)
La historia secreta del Hombre de la Esquina
Rosada
Ha habido malevos con
muy mala suerte, Borges, malevos que podrían haber llegado a más, pero…
Créame, cuando leí Hombre de la Esquina Rosada, me quedé
muy preocupado por la conducta de Rosendo, el pegador. Traté por todos mis
medios posibles de responder a estos interrogantes: ¿Por qué aflojó Rosendo?
¿Por qué no aceptó el duelo que le proponía el provocador forastero? ¿Por qué no
se hizo cargo del cuchillo que le impuso su mujer, la magnífica Lujanera?
No hay caso, las
respuestas que me di para tales interrogantes, no me conformaron. Tampoco me
conformó la explicación que usted propuso sobre la conducta de Rosendo Juárez
en El informe de Brodie. Me olió a
literatura y no a verdad. Por eso empecé por mi cuenta a hacer averiguaciones
sobre la extraña huida de Rosendo Juárez. Me impuse descubrir qué había pasado
por el alma de Rosendo en aquel momento en el que no aceptó el duelo. Hice mis
averiguaciones –inclusive consulté a un par de psiquiatras– convencido de que
la vergonzosa huida de Rosendo no había sido ocasionada por el miedo, ni por la
vergüenza, como usted dice. Allí había otra
cosa que lo había hecho actuar (o no actuar así). Allí había una causa
secreta…
Casi cuatro años de mi
juventud me llevó confirmar mi, al principio, difusa hipótesis, resolver
aquellos intranquilizantes interrogante. Fueron cuatro años fatigantes de
preguntar y preguntar, de tener que oír infinitas historias de almacén. Pero mi
empeño no fue al cuete. Un día conocí al hombre que tenía toda la verdad, nada
más que la verdad, solamente la verdad: don Toribio
Z, un viejo trenzador que espera su definitiva noche en un ranchito de
Carlos Tejedor. Don Toribio me relató esto que traslado a usted, Borges, sin
ponerle ni quitarle:
A Rosendo Juárez lo conocí dos años después que se fue de su pueblo y de
la Lujanera, por no poder afrontar el duelo que le proponía un tal Francisco
Real. El Rosendo que yo conocí era un hombre callado, casi una tumba. Nunca lo
vi reír. Nunca lo vi conversar con nadie. Decía las palabras mínimas para la
sobrevivencia. Así, siempre hosco, siempre tumba lo vi transcurrir veinticinco
años. Yo vivía a pocos metros de su pieza. No tenía más remedio que ser la
persona más allegada a su enconado silencio. Varias veces, con el consentimiento
de algunos vasos de vino, le pregunté qué guardaba tan dentro suyo. Nunca soltó
nada. Pero una noche me despertó y me dijo: “Don Toribio, ya tengo edad para
morirme, y no quiero irme de este mundo llevando la carga de este pesado
secreto”. Entonces Rosendo me refirió lo que realmente le pasó aquella noche en
el baile de la Esquina Rosada… Resulta que cuando Francisco Real entró en el
salón, y lo encaró y le dijo que venía a buscarlo para pelear y ver quién era
más hombre, Rosendo tuvo un percance fiero: una descompostura de estómago lo
visitó justo en ese crucial momento. No tenía miedo Rosendo, quería peliarlo a
Francisco Real… pero no daba más. Cuando la Lujanera, su mujer del alma, lo
sacudió y le sacó el cuchillo y se lo puso casi en la jeta aborreciéndolo y
gritándole “Rosendo, creo que lo estarás precisando”, el pobre Rosendo estaba a
la borde de hacerse encima… Entonces se fue, ultrajado por las miradas de
todos. Quiso justificarse con unas palabras, pero seguro que no se las
escucharon. Y salió de allí, humillado para siempre, con unas ganas absolutas
de encontrar la oscuridad, bajarse los pantalones y por fin estallar su ya
incontenible apocalipsis intestinal. Con las estrellas arriba hizo el buen
Rosendo lo que tenía que hacer… pero ya era tarde para explicar nada: había
sido crucificado por la incomprensión de sus contemporáneos. Por eso abandonó
su pueblo, y se metió en el silencio, y fue propiamente una tumba…
Como podrá apreciar, Borges,
nada épico lo que le pasó al pobre Rosendo en aquella infortunada noche de la
Esquina Rosada. Pero qué le vamos a hacer, no todo en la vida ha de ser épico…
–Don Jorge Luis, ¿por
qué se marcha?
–Lo que ocurre es que hoy es mi cumpleaños y vendrán algunos amigos a
visitarme…
–Justamente, porque es
su cumpleaños, hoy quiero contarle no una sino varias historias de pendientes
de cuchilleros…
–Entonces me quedo. Cuente.
Rodolfo E. Braceli (1979) “Don
Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo”
XXX. Pausa trece:
(para la resurrección de varios cuchilleros pendientes) La historia secreta del
Hombre de la Esquina Rosada. p. 155
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