XXX. PAUSA TRECE:
(PARA LA RESURRECCIÓN DE
VARIOS CUCHILLEROS PENDIENTES)
VARIOS CUCHILLEROS PENDIENTES)
Un cuchillero de prestigio inmerecido
Pero no crea, Borges,
que me he especializado en documentar historias de cuchilleros incomprendidos,
o con mala suerte. Sé de un cuchillero que llegó a mucho, pero sin merecerlo. Yo
en la realidad ya conté a usted esta
historia, en mi entrevista del 28 de marzo de 1978, para ver cómo reaccionaba
ante mis relatos. Se entusiasmó mucho y me dijo: “Escriba eso rápidamente que si no voy a plagiarlo…” Yo por las
dudas registro estos apuntes, no es que desconfíe…
Se trata del Bizco de
Guaymallén, un matón mendocino del año veinte. El Bizco tenía, ya se verá, la
suerte de sus desgraciados ojos… Sí, dije bien, la suerte de sus desgraciados
ojos.
Este hombre hizo carrera
con el cuchillo, llegó a abreviar la vida de siete hombres, aunque no daba para
tanto. Algo les pasaba a quienes lo enfrentaba: se distraían con su mirada
equívoca. Los ojos enemistados del Bizco de Guaymallén desconcertaban a sus
adversarios. Y en los duelos, con la desconcentración, pasa como en el tenis. Pero
aquí la primera vez es la última.
La cuestión es que ese
segundo de distracción le costaba la vida a quienes sucesivamente iban
enfrentando al mentado Bizco. No precisaba nada más que ese segundo, el Bizco,
para colocar debidamente su cuchillo.
Así es que sumó siete
hazañas.
Hasta que un mal día le
llegó al octavo hombre, se topó con Ismael Donaire, el que nunca miraba a los ojos. Donaire no padeció la fatal
distracción de sus antecesores y allí mismo el Bizco de Guaymallén cesó en sus
funciones de corajudo.
Rodolfo E. Braceli (1979) “Don
Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” XXX. Pausa trece:
(para la resurrección de varios cuchilleros pendientes) Un cuchillero de
prestigio inmerecido pág. 160
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