lunes, 23 de diciembre de 2019

Poema del Padre

-Oye negra, ¿Te puedo hablar? ya los chicos se han dormido 
Así que, así que deja el tejido que después te equivocas… 

Hoy te quiero preguntar 
Por qué motivo las madres amenazan a sus hijos 
Con ese estribillo fijo de ¡Ah, cuando venga tu padre! 

Y con tu padre de aquí y con tu padre de allá 
Resulta de que al final al verme llegar a mí 
Lo ven entrar a Caín y escapan por todos lados 
Y yo, que vengo cansado de trabajar todo el día 
Recibo de bienvenida una lista de acusados 

Tú empiezas con tus quejas y yo tengo que enojarme 
Igual que hacía mi padre al escuchar a su vieja 
Entraba a fruncir la ceja apoyando a ese fiscal 
Que en medio del temporal se erigía en defensora 
Lo mismo que tú ahora que siempre me dejas mal 

Si los perdono, ¡Qué ejemplo! ¡Es así como los educas! 
Si los castigo, ¡No tienes sentimientos! 

A mí, a mí que llegué contento y no tuve más remedio 
Que poner cara de serio 
Y escuchar tu letanía 

A mí, a mí que me paso el día 
Pensando en jugar con ellos 
Yo sueño en llegar a casa y olvidarme felizmente del trabajo 
De la gente y de todo lo que pasa 

Los hijos son la esperanza y el porqué de 
Nuestras vidas 

Por eso nunca les digas ¡Ah, cuando venga tu padre! 

No quiero encontrar culpables 
Quiero encontrar alegría 
Que no me pongas de escudo como lo hacía mi madre 
Que consiguió que a mi padre lo imaginara un verdugo 

El llegaba y te aseguro que se acababan las risas 
Y en lugar de una caricia o hablarle como a un amigo 
Lo miraba compungido presintiendo una paliza 
Y el pobre que me entendía, sacudiendo la cabeza 
Escuchaba con tristeza lo que mi madre decía 
Y que él, y que él de sobra sabía 

Que con éste no se puede, que me pinta las paredes 
Que trajo las suelas rotas, que la calle, la pelota 
Que me saca canas verdes 
¡A la cama sin cenar! Aburrido me ordenaba 
Mi madre me consolaba y yo, yo lo culpaba a él 
A él que había llegado recién de trabajar, cansado 
Y ya lo había yo amargado con todas mis travesuras 
Los hijos nunca analizan el sentimiento del padre 
Porque el brillo de la madre es tan fuerte que lo eclipsa 
Sólo le hacemos justicia cuando nos toca vivir 
A nosotros su problema 

Ay, si mi padre viviera ¡Que recién lo comprendo! 
Y porque nunca me dijo lo mucho que me quería 
Si hoy yo sé cuanto sufría al ver enfermo a su hijo 
Porque me miraba fijo el primer pantalón largo 
Y sé que, hasta me ha besado cuando yo 
Estaba dormido 

Hoy que todo lo comprendo 
Por qué no estás a mi lado 
Porqué no estás ahora para besarte bien fuerte 
Viejo lindo 
Y ofrecerte mi cariño a todas horas 
Ves a tu hijo que llora, pero llora con razón 
Porque te pide perdón pensando en aquellos días 
En que ciego no veía que eras puro corazón 
Déjame negra que llore, es tan lindo desahogarse 

En fin, veamos, veamos que hacen nuestros 
Futuros señores. Mira esos pantalones 
Tápale un poco a la nena 
Si, si ya sé, no me lo digas 
Hoy se fué a la calle sola 
Acuéstate rezongona, mañana, mañana será otro 

Héctor Francisco Gagliardi (1909-1984)

sábado, 21 de diciembre de 2019

La culpa

Mientras dormías, te di un beso en la frente y respiré cansada. 
Te acaricié el pelo y te olí, como hacen los animales con sus cachorritos. 
En ese segundo, me volvió el alma al cuerpo. 
Recuperé la calma, y así, con la cabeza más cuerda, me arrepentí. 
De ese grito, de esa cara de enojada. 
De tantas cosas que te había dicho durante el día. 
Mientras dormías, me reencontré con la culpa, 
esa vieja enemiga que tanto conozco y no puedo, todavía, eliminar de mi vida. 
Cerré los ojos y respiré profundo. 

Me reproché haber perdido, una vez más, la paciencia tan rápido. 
Porque en ese instante, mientras dormías, 
tu berrinche no parecía tan grave, 
ni tu demanda tan incomprensible. 

Con la luz semi apagada y tus ojos cerrados, 
fue tan fácil ver lo chiquito y frágil que eres, 
y lo mucho que me necesitas. 

Rogué al universo despertarme distinta. 
Deseé convertirme en una mejor mamá para ti 
Más amable, más paciente. 
Y en ese instante, mientras dormías, decidí empezar conmigo. 

Me abracé y me hablé con cariño. 
«No lo estás haciendo tan mal», me dije. 
Y me acordé. 
No todo habían sido gritos y retos. 
Durante el día también te había dicho que te quería, más de una vez. 
Te había abrazado y consolado después de esa gran caída. 
Me había sentado en el piso a jugar. 
Había tenido paciencia y me había reído. 
No siempre, pero sí muchas veces. 

Te di otro beso en la frente y respiré, un poco menos cansada. 
«Te quiero, siempre», dije en voz baja. 
Y esa noche, mientras dormías, me fui de tu cuarto con ganas de volverlo a intentar. 

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Ortografía (fragmento)

Será cuestión de idiosincrasia, o de educación, o de nervios, o tal vez, -algo ha de ser,- pero una palabra escrita con mala ortografía me hace el efecto de ese chirrido áspero e hiriente que suelen producir las ruedas de un tranvía en las líneas curvas de los rieles. 
Y no se crea por esto que pretendo echármelas de sabio ni de mero cultivador de la filología. No hay tal cosa; cultivo solamente las buenas formas como puede hacerlo cualquier hijo de vecino. No se requiere ser profesor de música para observar una desafinación, por más que haya sujetos para quienes la sucesión de sonidos armoniosos no sea otra cosa que el más soportable de los ruidos. 
Ahí, donde alguien vería con fruición y con encanto los colores abigarrados y chillones de una tela de brocha gorda, un espíritu más culto se limitaría a hacer la crítica mental de ese embadurnado y a apreciar el grado de potencialidad artística de su autor y de su dueño. 

A. Richieri. 
“El Estudiante Argentino” Pág. 71

domingo, 15 de diciembre de 2019

José Gabriel Brochero

(Canónigo de la Catedral de Córdoba) 
Después de los trabajos que había realizado, Brochero se consagró enteramente a moralizar el vecindario, llevando a todas partes la doctrina cristiana, procurando que su ejemplo precediera a su palabra, que la profesaran en acción y practicándola conocieran sus preceptos. 
Existía entonces un bandido terrible que moraba en las quebradas profundas o en los bosques espesos. Inútiles habían sido para su captura todas las diligencias de la Policía. 
Un día salió Brochero en dirección al punto en que se hallaba. Montó tranquilamente en mula, y sin comunicar a nadie su pensamiento partió solo al lugar indicado. 
Encontró a un hombre recostado en el suelo y el caballo que montaba a poca distancia. No manifestó la menor señal de alarma al verlo aproximarse, y conservo la misma actitud con impasibilidad estoica. 
Brochero, después de saludarlo y conversar un momento, le dijo: -“Amigo, vengo a convidarlo para que vamos a los ejercicios.” 
El gaucho se levanta entonces y le dirige brutales insultos acompañados de horribles amenazas. Brochero saca una imagen de Cristo que lleva siempre bajo su sotana y enseñándosela le responde: -“Yo no soy, amigo el que viene a convidarlo; es éste. ¿A qué no lo insulta?” movido por este original recurso, el bárbaro paisano, tan colérico al principio, se presta entonces a conversar con él, y concluye aceptando la invitación de concurrir a los ejercicios. Hoy es un vecino honrado y un esposo irreprochable. 
Había un individuo que vivía perpetuamente ebrio, haciendo la desgracia de una familia numerosa, que iba acercándose a las puertas de la miseria. 
Todos los medios que la imaginación aguzada por la necesidad puede sugerir, se habían tentado para despojarlo del vicio. Todos los esfuerzos habían sido infructuosos. 
Una vez la dice Brochero –Vea, don N: ¿quiere que hagamos un trato? 
- Señor, como usted mande hay ser. 
- Bueno; usted se va a comprometer a no tomar ni un traguito de licor durante dos años, y yo tampoco voy a tomar ni un chiquito de dulce ni un poquito de bebida 
- ¡Vaya! -¿quiere qué hagamos este convenio? 
- No, señor, no me animo. 
- Pero, hombre, vea que yo también me voy a embromar. 
El paisano se queda pensando un momento y al fin responde. 
- Está bien, señor. 
Desde este día, en el tiempo determinado, no se vio a ninguno de los dos infringir lo pactado, y desde esa época el ebrio consuetudinario ha olvidado para siempre su vicio, y vive contraído a su familia y a sus intereses. 
Serían innumerables los actos de este género que pudiera referir, pero bastante los mencionados para mostrar el sacrificio, las privaciones, el peligro, las fatigas y los dolores que con gusto soporta Brochero, para conseguir el bien que se propone. 
Esto se llama practicar la virtud cristiana de la que los pueblos mucho necesitan. 
Hay un acto en la vida de Brochero, que ni puedo dejar que pase en silencio. 
Guayama, el heredero de las tradiciones de Quiroga y Chacho a la cabeza de sus montoneros andaba sublevado en los Llanos de la Rioja, saqueando las poblaciones, que mantenía en constante alarma, y haciendo sentir su acción vandálica hasta en los departamentos de la Sierra. 
Brochero se propuso desarmarlo y hacerlo entrar en la vida civilizada, de trabajo y de sosiego. 
Se dirigió a la provincia de la Rioja en busca del célebre caudillo y vago varios días por esos desiertos, sin más compañía que su propio pensamiento. 
De Guayama no adquiría noticias. – Encontraba sus gauchos, les interrogaba por su jefe, y todos guardaban misterioso secreto del sitio en que se hallaba; pero Brochero persistía en su propósito y seguía por campos despoblados y caminos intransitables en sus laudables correrías. 
Por fin un día encontró a un amigo suyo, que servía a las órdenes de Guayama y era persona de su confianza. Este le prometió conducirlo delante del caudillo, pero después de prevenírselo y recabar su consentimiento. 
Guayama, informado del objeto de la visita de Brochero accedió a darle una cita en un bosque espesísimo e impenetrable. El cura fue puntual y el montonero no concurrió. Desconfiaba profundamente de este amigo oficios, que se le ofrecía, y creía que bajo la capa humilde de un sacerdote se le ocultaría una celada. 
Brochero insistió no obstante y Guayama volvió a repetir la cita. El primero asistió acompañado del amigo que le servía de intermediario, y nuevamente no encontraron al segundo. Brochero quedó en el lugar señalado y su compañero comenzó a reconocer las inmediaciones. Como a las dos cuadras encontró a Guayama que con atenta vista seguía todos sus movimientos. 
Allí en ese punto, el virtuoso cura y el semibárbaro de los Llanos, último vástago del individualismo brutal de nuestros campos, tuvieron una larga conferencia, abandonándose en íntima y franca conversación. 
Brochero lo exhorto a que abandonara esa vida andariega y aventurera que llevaba y se contrajera por entero al trabajo. Le prometió entregarle una estancia con numerosa hacienda, dándole una fuerte participación en sus productos, lo que conseguiría de un acaudalado propietario de su departamento, y le ofreció pagarle todas sus deudas y darle un indulto del Gobierno Nacional. 
Guayama aceptó esta proposición, exigiéndole, sobre todo, el cumplimiento de su última promesa, que el doctor Juárez Celma se encargó de solicitar del Gobierno de la Nación. 
El general Roca respondió que por parte del Gobierno Nacional no se le molestaría, pero que esto mismo no podía asegurarle respecto a la acción común que podía entablarse ante los tribunales ordinarios. 
Brochero volvió a ver a Guayama, pero este no tuvo valor para dejar su vida de pillaje sin obtener completas y absolutas garantías contra el fallo justiciero de las leyes. 
Sin embargo, sus gauchos no se hicieron sentir más en San Alberto y él se vio luego en una cárcel hasta sufrir el fin trágico que todos conocemos. 

Ramón J. Cárcano. 
“El Estudiante Argentino” Pág. 51-54