La voz de la venganza,
Y no eleve sus himnos la victoria
Tras el rudo fragor de la batalla.
¡Ah! ¡no sembréis sobre el vencido campo
Desolación y lágrimas;
Que es indigno de un alma valerosa
Sepultarse entre el lodo de la infamia!
Y si se fuerza que el hombre se levante
Sobre ruina y matanzas
No surja para oprobio de sus triunfos
La acusadora imagen de la Patria!
¡Piedad! ¡piedad! ¡Cuando la sangre corre
Todo en la tierra calla,
Y no hay voz que profane los sepulcros
Que el hombre impío para el hombre cava!
¡Cuando chocan las olas impetuosas
Y ruge la borrasca
Hasta el cielo se viste de tristeza
Para ver el cadáver en la playa!
¡Cuando muere entre sábanas de fuego
La flor de la montaña,
Hasta el aura parece que solloza
En sus grietas, sombría, acongojada!
Sí; todo dice al corazón sensible
Que lave con sus lágrimas
El cadáver sangriento del que impío
Nuestra sangre en la lucha derramara.
Todo dice que el cielo es del piadoso,
Del que lleva en el alma
Un rayo de bondad para el caído
Que a todos mundos eleva la mirada.
Por eso Dios al corazón ha dado
De la oración las alas,
Para elevar sobre ella compasivo
El suspiro postrer de quién le llama.
¡Ah! ¡no entonéis sobre el vencido campo
Del triunfo la alabanza;
Que es entonces sacrílego y blasfemo
El que la muerte canta!
De la oración las alas,
Para elevar sobre ella compasivo
El suspiro postrer de quién le llama.
¡Ah! ¡no entonéis sobre el vencido campo
Del triunfo la alabanza;
Que es entonces sacrílego y blasfemo
El que la muerte canta!
Rosendo Villalobos
Estudiante Argentino, pág. 135
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