Huellas del sol que doran
la serranía
y disipan las nubes
en pleno día.
Huellas de las carretas
en el sendero
que con su helado soplo
barre el pampero.
Huella, huellita, huella
del alma mía
que ni la misma muerte
la borraría.
II
Huella de los fogones
–humo y cenizas–
que dispersan al aire
las leves brisas.
Huellas de los luceros
que resplandecen
y que al rayar el alba
desaparecen.
Huella, huellita, huella
del alma mía
que ni la misma muerte
la borraría.
Ricardo del Campo
Hojas Sueltas, pág. 104
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