María Ester, al regreso de la escuela, ha venido deshojando, sin querer o sin pensar, una flor. En el zaguán de la casa cayeron los últimos pétalos…
Cuando el padre entró ya había visto el reguero de hojitas. A la hora de la mesa, preguntó:
-¿Quién se dedica a deshojar flores? Porque he visto…
Como los chicos no acostumbran a mentir, María Ester ha interrumpido:
-He sido yo, papá.
-¿Tú? Ya me lo parecía.
La niña bajó la cabeza como temiendo un reproche.
-Vamos, alza esa cabeza. Si no te reñiré. Solo quiero decirte unas palabras… Tu calle es la de todos. La quieres, ¿verdad? Como que por ella vas a la escuela, al parque, a la casa de tus amigas. Es la calle por donde transita papá cuando va al trabajo o viene de él. Sus piedras y sus árboles guardan tu paso, conservan tu recuerdo. No la cambiarías por ninguna otra; lo sé. Entonces, cuida tu calle; trata de conservarla limpia, alegre. No le tires papeles ni basuras. Llénala de risas, pero no de gritos; de simpatía, pero no de actitudes descompuestas. Y, te repito, no eches sobre ella ni siquiera una flor.
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