-¡Qué tentación la de cortar la rosa!
Por entre el enrejado del jardín que da a la acera, un rosal alarga sus gajos cargados de pimpollos.
Una rosa abierta –la primera de la estación–, es como una sonrisa que tratara de suavizar el gesto de los que pasan, serios, a su lado.
María Ester, que acompaña a la abuela, se detiene. ¡Qué tentación la de cortar la rosa!
-¿La quieres para ti, abuelita?
¿Es tuyo el jardín, acaso?
-Sé que no lo es; pero creo que si alguien me viera arrancarla no diría nada. Es una flor, ¡nada más que una flor!
-Pero cuesta cultivarla, querida. Quien plantó allí el rosal pensó quizás alegrar los ojos de lo que por aquí pasamos… Y, ¡cómo es generosa la planta! Se adelanta al saludo. Te sonríe como una amiga tuya. Se inclina en un gesto de bondad al más pequeño soplo. Pone una nota limpia en el camino. Perfuma el aire que respiras… Si la arrancaras -lo que no podría estar bien hecho- quitarías a los demás una pequeña dicha, la dicha que a ti misma te ofrece. Déjala, allí, en su tallo, columpiarse al soplo de la brisa. Déjala endulzar la vida y darse a todos, que la bondad en la vida es eso: dar para mejorar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario