Alguien ha dejado abierto el grifo y el agua escapa alegre y cantarina.
Cuando Ernesto se da cuenta de lo que ocurre no procura cerrarlo. Su pensamiento es otro. Llama a los demás chicos:
-Alcides: ¡la azada!... María Emilia, Rosa, María Ester: ¡guijarros!
-¡Qué piensas hacer?... ¡Cierra ese grifo!
-Ya lo veréis. No es nada malo… Tú, cava una zanja pequeña que llegue hasta la pileta de los patos… Y ustedes, ¿qué esperan? ¿No he pedido guijarros? Bueno, pues, ¡a traerlos!
¿A qué preguntar? Ernesto no es de aquellos que buscan hacer cosas malas. Todos se han puesto ya a sus órdenes. Y cada cual cumple con la tarea encomendada.
-¡Cuidado con mojarte!
-¡No, no me mojaré!
Cierra el grifo, amontona guijarros donde mismo caía el agua, luego los escalona y, por fin, los ordena. Después abre el grifo que había cerrado a pedido de Alcides. El agua vuelve a salir. Cae sobre las piedras salpicándolo todo. Se forman cascadas y arroyitos. Corre el hilo por la zanja hasta llegar a la pileta, y allí se arremansa.
-¡Esto es el Iguazú! -grita como el triunfo-. ¡Y ahora, María Emilia, aprende aquí tu lección de hidrografía!
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