Desde la ventana que da al patio, María Ester contempla a María Emilia que, inclinada sobre su escritorio, lee no sabemos qué libro.
-“¡Ea! ¡Ea, amiga mía! Deja tus libros, o seguramente te pondrás jorobada”.
-¿Eh? ¿Quién anda por ahí?
María Ester se esconde y sonríe. Luego vuelve a las andadas.
-“¡Ea! ¡Ea, amiga mía! Desarruga el ceño. ¿Para qué tanta fatiga? Ven a oír el chingolito del monte. ¡Cuán suave es su música! ¡Por mi vida, hay mucha más sabiduría en él!”
María Emilia cierra el libro, se acerca a la ventana:
-¡Ah!, ¿eres tú, picarona? ¿Por qué no me dejas estudiar?
-Ya has estudiado mucho. Buscas enriquecer de golpe tu inteligencia y olvidas lo que decía papá: “No hay riqueza comparable con un cuerpo sano ni alegría más grande que la del corazón”.
-Pero yo quiero saber. Los libros me enseñan mucho. ¡Aprender tantas cosas!
-Aprende en los pájaros, en el aire, en el cielo, en el agua, a pleno sol. Ven al patio y deja por un tiempo los libros. Aprenderás mucho contemplando la naturaleza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario