¡Cómo le llaman la atención a María Ester los fuegos de artificio!
Alegremente salta, juega, ríe, cuando ve girar la rueda que chisporrotea como en una locura de luces. Oye explotar los cohetes, y grita e contenta; pero cuando es una bomba la que explota, se asusta y se lleva las manos a los oídos para evitar que el ruido le hago daño. Gira la rueda, gira el molino, disparan las cañas hacia el cielo como si fueran flechas luminosas, disparan los buscapiés al ras del suelo, y todos huyen para no ser tocados... En la noche, aquello es una fuente que, en lugar de agua, vertiera chorros de luz. Es una fiesta para los ojos y para la imaginación.
Una bomba se eleva, explota en la altura y se deshace en una lluvia multicolor de luces.
María Ester, en su inocencia, cree ver pedazos de arco iris, serpentinas, colibríes, mariposas, y, palmoteando, dice:
-¡No hay tan alegre como el fuego!
-Es alegre -manifiesta el papá-; pero es siempre peligroso, porque una vez que toma cuerpo es difícil vencerlo. Desespera el solo pensar lo que aniquila y destruye.
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