De un labrado camafeo;
Ojos de color ambiguo
Y apagado centelleo.
Su fina cabeza breve
Semeja en el busto vago,
Una gardenia de nieve
Sobre la margen de un lago.
Él tiene rostro severo
De un anciano general,
Y se adivina al guerrero
Ante su paso marcial.
A lo lejos se oye un canto
Evocador de otros días,
Que más bien parece el llanto
De dulces melancolías.
¿Recuerdas, mi Juan? Murmuraba
La viejecita con calma;
Vibra en su voz la ternura,
Se asoma en su rostro el alma.
Él la contempla un instante,
Y como cuando era bello,
Imprime un ósculo amante
En su nevado cabello.
Y proyectadas sus sombras,
En los brumosos espejos,
Sin ruido, por las alfombras,
Vánse alejando los viejos.
Leopoldo Díaz
Faro, pág 116
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