sábado, 29 de enero de 2022

La pedigüeña


Seda las palabras,
las pupilas, seda.
En la faz rugosa
de la india, el aire
su ternura afelpa.

Suavidad su vida.
Suavidad toda ella,
tal como si hubiese
crecido entre niños
esquilando ovejas.

De ordeñar las cabras,
hilar lanas crespas
y coser cueritos
de chulengos, tiene
las manos de seda.


De mirar la nieve,
las briznas, las ceibas,
la luna y el agua
del deshielo, tiene
la mirada buena.

De escuchar al tordo,
beber leche fresca
y ungirse los labios
con plegarias, tiene
la palabra buena.

…Y la vida toda
de esta india vieja
fue sentir rasguños,
recoger mendrugos
y trepar las sierras.

Gaspar L. Benavento

viernes, 21 de enero de 2022

Ojos asombrados

Trabajamos sin cesar desde que se van las estrellas hasta que las estrellas vuelven.
¡Somos dos pobres esclavitos!
Juntos los dos, al mismo tiempo nos movemos, un poco a un lado, un poco a otro.
Nada más que un poco, porque estamos atados…
¡Somos dos pobres esclavitos!
A la mañana alzamos el manto y nos ponemos a trabajar; a la noche se nos cae encima el manto, y tan cansados estamos que no podemos alzarlo más.
Todo el día acarreamos luz de afuera adentro.
¿Adónde va tanta luz de todos colores? ¿Para qué trabajamos tanto? No lo sabemos.
¡Somos dos pobres esclavitos!
“Ojos asombrados”, nos llama la gente.
Estamos asombrados porque todo el día echamos luz hacia adentro. ¡Y allá adentro siempre está oscuro!

sábado, 8 de enero de 2022

La humildad

Pasó el viento y preguntó:
-¿A qué parece la claridad del día?
-Sin duda a mi savia en la primavera -dijo el árbol.
-A mi canto en el amanecer -dijo el gallo.
A otros preguntó y cada cual lo comparaba con lo mejor de si mismo.
-A todo esto, ¿qué dice el día? -murmuró el viento-. Preguntémosle.
-¿Mi claridad? -replicó del día.- ¡Bah! Apenas he pensado en ella, yo que sigo siempre a la noche por recoger un poco de su bellísima oscuridad.

martes, 4 de enero de 2022

Alegría de los ojos


-¡Qué tentación la de cortar la rosa!
Por entre el enrejado del jardín que da a la acera, un rosal alarga sus gajos cargados de pimpollos.
Una rosa abierta –la primera de la estación–, es como una sonrisa que tratara de suavizar el gesto de los que pasan, serios, a su lado.
María Ester, que acompaña a la abuela, se detiene. ¡Qué tentación la de cortar la rosa!
-¿La quieres para ti, abuelita?
¿Es tuyo el jardín, acaso?
-Sé que no lo es; pero creo que si alguien me viera arrancarla no diría nada. Es una flor, ¡nada más que una flor!
-Pero cuesta cultivarla, querida. Quien plantó allí el rosal pensó quizás alegrar los ojos de lo que por aquí pasamos… Y, ¡cómo es generosa la planta! Se adelanta al saludo. Te sonríe como una amiga tuya. Se inclina en un gesto de bondad al más pequeño soplo. Pone una nota limpia en el camino. Perfuma el aire que respiras… Si la arrancaras -lo que no podría estar bien hecho- quitarías a los demás una pequeña dicha, la dicha que a ti misma te ofrece. Déjala, allí, en su tallo, columpiarse al soplo de la brisa. Déjala endulzar la vida y darse a todos, que la bondad en la vida es eso: dar para mejorar.