martes, 22 de febrero de 2022

Hidrografía

Alguien ha dejado abierto el grifo y el agua escapa alegre y cantarina.
Cuando Ernesto se da cuenta de lo que ocurre no procura cerrarlo. Su pensamiento es otro. Llama a los demás chicos:
-Alcides: ¡la azada!... María Emilia, Rosa, María Ester: ¡guijarros!
-¡Qué piensas hacer?... ¡Cierra ese grifo!
-Ya lo veréis. No es nada malo… Tú, cava una zanja pequeña que llegue hasta la pileta de los patos… Y ustedes, ¿qué esperan? ¿No he pedido guijarros? Bueno, pues, ¡a traerlos!
¿A qué preguntar? Ernesto no es de aquellos que buscan hacer cosas malas. Todos se han puesto ya a sus órdenes. Y cada cual cumple con la tarea encomendada.


-¡Cuidado con mojarte!
-¡No, no me mojaré!
Cierra el grifo, amontona guijarros donde mismo caía el agua, luego los escalona y, por fin, los ordena. Después abre el grifo que había cerrado a pedido de Alcides. El agua vuelve a salir. Cae sobre las piedras salpicándolo todo. Se forman cascadas y arroyitos. Corre el hilo por la zanja hasta llegar a la pileta, y allí se arremansa.
-¡Esto es el Iguazú! -grita como el triunfo-. ¡Y ahora, María Emilia, aprende aquí tu lección de hidrografía!

jueves, 17 de febrero de 2022

Carta

He leído, Alcides, tus leyendas… ¡Qué bueno eres! ¡Cuánta ternura y delicadez hay en tu corazón! Si tú hubieras hecho el mundo, tengo la seguridad de que en los rosales jamás hubieras puesto una espina ni en nuestra lengua hubieras puesto una palabra que pudiera ofender.
Yo que leo y leo, y nunca me canso de leer, te digo:
-No he aprendido en los libros tanto como lo que he aprendido leyendo tu cuadernillo. ¿Acaso la bondad será sabiduría? ¿Con razón miras de una manera tan plácida! ¡Con razón encuentro en tu frente tanta claridad! Hablas de los árboles y de los pájaros como si te hubieras adentrado en sus vidas y en sus almas. ¡Cuánto cariño hay en ti! Siento orgullo de ser tu hermana y ser tu compañera. ¿Orgullo? Ya lo dije. Quizá no te agrade la palabra, pero es así. De no agradarte, cambia “orgullo” por “satisfacción”. Tal vez sea mejor.
¡Dichoso Joaquín que puede regalarte una estrella para que te ilumine siempre! Yo, ¿qué puedo ofrecerte? Un puñadito de lágrimas… ¡y nada más! Qué poquita cosa, ¿verdad? Pero son tuyas. Me las has hecho brotar mientras leía tu cuadernillo.
Nunca estuve tan cerca de tu corazón.

María Emilia.

sábado, 12 de febrero de 2022

Regalos













Hoy se festeja el cumpleaños de María Emilia.
Ernesto ya tiene su repisa terminada. Observándola bien se nota delicadeza en sus líneas, arte en el calado, limpieza en el lustre.
Ya está en el escritorio de la niña. Sobre la repisa, sin nadie lo note, María Emilia deja un libro de versos que ella misma ha compuesto y encuadernado. Poco después, Rosa penetra en punta de pie y, sobre el libro, coloca un ramillete de fresias olorosas.
María Ester, que ha estado desvelada toda la noche pensando en el regalo, entre en el escritorio y, como no ve a nadie, coloca frente al libro un Pinocho grotesco de madera en actitud de burla y haciendo pito catalán.
Poco más tarde llega Alcides. Trae un cuaderno donde ha transcripto con letra clara sus “Nuevas Leyendas”, a las que ha ilustrado convenientemente.
Nadie se olvida de la buena María Emilia. Ni el mismo Joaquín, el que por andar mirando las nubes, olvida de vez en cuando realizar su trabajo.


Entre con un vaso de agua, lo coloca sobre el escritorio y, por momentos, duda acerca de lo que debe hacer. Se siente; toma después papel y tinta. Moja la pluma y escribe:
“Te regalaría una estrella… ¡pero es tanta la distancia a recorrer para traerte una! Lo único con que puedo obsequiarte es un con vaso de agua; pero ésta es agua del cielo. Te sabrá a licor de ángeles. Y un fuerte abrazo de Joaquín.”
¿Nada más? Hay más. Mete la mano en el bolsillo y saca un prendedor. Es la representación de una mariposa se colores asentada sobre una media luna. La coloca en el borde del vaso y en voz baja murmura:
-¡Merecerías todo el cielo!
Y se va.

martes, 8 de febrero de 2022

Invitación

Desde la ventana que da al patio, María Ester contempla a María Emilia que, inclinada sobre su escritorio, lee no sabemos qué libro.
-“¡Ea! ¡Ea, amiga mía! Deja tus libros, o seguramente te pondrás jorobada”.
-¿Eh? ¿Quién anda por ahí?
María Ester se esconde y sonríe. Luego vuelve a las andadas.
-“¡Ea! ¡Ea, amiga mía! Desarruga el ceño. ¿Para qué tanta fatiga? Ven a oír el chingolito del monte. ¡Cuán suave es su música! ¡Por mi vida, hay mucha más sabiduría en él!”
María Emilia cierra el libro, se acerca a la ventana:
-¡Ah!, ¿eres tú, picarona? ¿Por qué no me dejas estudiar?


-Ya has estudiado mucho. Buscas enriquecer de golpe tu inteligencia y olvidas lo que decía papá: “No hay riqueza comparable con un cuerpo sano ni alegría más grande que la del corazón”.
-Pero yo quiero saber. Los libros me enseñan mucho. ¡Aprender tantas cosas!
-Aprende en los pájaros, en el aire, en el cielo, en el agua, a pleno sol. Ven al patio y deja por un tiempo los libros. Aprenderás mucho contemplando la naturaleza.