viernes, 28 de junio de 2013

Padre Río, una poesía de Moni Munilla

Padre río ¿Qué me has hecho?
¡Ya nada queda en el rancho!
Volvi otra vez, cabizbajo
porque aquí me había criado.
De nuevo planté semillas
y levanté el alambrado,
traje unas pocas gallinas
y me prestaron caballo.

Yo me acostumbré a tu canto,
a que seas mi patrón,
a caminarte descalzo,
a nombrarte en mi oración.
Crecí sabiendo que el río
era fuente de trabajo
y te ofrecí mis dos brazos
a cambio de dignidad.
La semilla se hizo planta,
nunca me faltó el centavo,
tengo las manos callosas
de manejar el arado.

Padre río ¿Qué me has hecho?
¡Ya nada queda en el rancho!
Esta vez me cuesta creerte,
como hombre me he revelado.
¿Por qué el pobre no merece
las gracias que a otros le han dado?
Busqué mujer, tuve hijos,
a Dios rezo, soy cristiano
y voy tragándome el llanto
mientras hago mi reclamo.

Tengo derecho a decirte
yo que no hice nada malo,
yo que no siento cansancio
y voy remando, remando,
llevándome en la canoa
los sueños que fui soñando
y un poco de tierra fresca
para cuando vuelva al rancho.

Padre río, te aseguro,
que ya te habré perdonado.



jueves, 27 de junio de 2013

Las tres Parcas

Las Parcas eran, en la mitología romana, las personificaciones del destino. Hijas de Júpiter, su madre habría sido la titánide Temis o, según otras versiones, la diosa de la noche Nix.

Eran tres mujeres a veces representadas como jóvenes doncellas; otras, como viejas severas, cuya tarea consistía en escribir el destino de todos, mortales y dioses. Ellas estaban presenten en los nacimiento e hilaban los hilos de la vida, definiendo el porvenir de cada ser. 
La longitud del hilo, que era cortado con una tijera, determinaba la duración de la vida de un ser. Ellas hilaban lana blanca y entremezclaban hilos de oro e hilos de lana negra. los hilos de oro significaban los momentos dichosos en la vida de las personas y la lana negra, los periodos tristes.
El origen de las Parcas se encuentra en la mitología griega, donde se las conocía como las Moiras. Estas eran divinidades relacionadas con los nacimientos, ya que en esos momentos ellas decidían el sino de los recién nacidos, predestinando alegrías, desgracias e incluso la muerte. 
Como hemos dicho, las Parcas eran tres:

  • Nona (o Cloto) “la que hila”: la más joven, era la primera de las tres Parcas. Ella presidía el momento del nacimiento y el del destino, llevando el ovillo de lana e hilando las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento del nacimiento de una persona. Se la representaba con una rueca. 
  • Décima (o Laquesis) “la que asigna el destino”: la segunda en edad, enrollaba el hilo en un carrete, dirigiendo el curso de la vida y determina el futuro de los seres. Ella es quien decidía el largo del hilo de cada una de las vidas. Su atributo era una pluma o un mundo.
  • Morta (o Atropos) “la inflexible”: la mayor y la propia Parca, en el sentido estricto del término como lo conocemos hoy. Ella era la responsable de tomar del carrete el hilo de la vida y cortarlo con sus tijeras de oro, determinando el momento de la muerte de los seres. No discriminada edad, status, poder ni nada, pues la muerte nos llega a todos por igual. La balanza y las tijeras eran sus símbolos.
Al igual que las Moiras de la mitología griega, las Parcas romanas se relacionan con el concepto de destino que rige la vida y los acontecimientos, incluso el de los héroes y reyes, como por ejemplo el de Edipo, que inútilmente trató de evitarlo para acabar de todas formas en desgracia. Puede que a muchos no nos guste la idea de que no controlamos nuestras propias vidas, pero el mito de las Parcas encarna una de las verdades universales que más de un milenio después de los romanos asentaría el célebre poeta francés Jean de la Fontaine: “A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.

http://sobreitalia.com/2009/12/09/el...s-tres-parcas

miércoles, 26 de junio de 2013

Sprout, un lápiz con semilla

Sprout es un lápiz que quiere ser una planta, justo cuando no sea útil para la escritura. Cuando es demasiado corto para escribir, Sprout se planta para hacer crecer hierbas, flores y mucho más.

Sprout es un lápiz con una semilla en su interior. Cuando es demasiado corto para usarse, se puede plantar en casa, en la oficina o en las aulas. Sprout puede adquirirse con una gran variedad de semillas:
Caléndula. 
Cilantro. 
Tomate Cherry. 
Eneldo. 
Berenjena. 
Jalapeño. 
Menta. 
Perejil. 
Rábano. 
Romero. 
Salvia. 
Tomillo. 
Tomate. 
Tienen una sensación táctil que incluso los mejores lápices mecánicos no pueden igualar. No tiene goma de borrar; tampoco han querido añadir pinturas y colores innecesarios.

La cápsula de la semilla es activada por el agua, una vez que el agua disuelve la cápsula protectora comienza la germinación de la semilla. Han plantado decenas de brotes y han encontrado que suelen brotar en torno a una semana.
Quieren que siempre sea un éxito por lo que han incluido por lo menos 3 semillas en cada cápsula para maximizar las posibilidades de éxito de la germinación.
Se puede comprar en: 

martes, 25 de junio de 2013

Real Decreto Femenino

Título I: De los principios fundamentales
Art. 1: Considérese ‘hombre’ en los términos de éste Código, al ser que es como un buen vino: comienzan como ‘uvas’. Es deber y obligación de la mujer pisotearlos y mantenerlos al oscuro, para que maduren y se tornen buena compañía para la cena.
Art. 2: Si él no la quiere, usted tiene quien la quiera.
Art. 2 bis: Si no la quieren, es porque no la merecen.
Art. 3: Finja siempre ser pura, buena e inocente.
Art. 4: Mienta con talento, y niegue todo hasta la muerte. Al final ellos terminan creyendo.
Art. 5: Nunca confíe en los hombres, ni aunque sea su hermano.
Art. 6: Solteras sí, solas nunca.
Art. 7: Si aun así, usted todavía quiere mantener un amigo varón, nunca le cuente sus estrategias de guerra, y mucho menos sus victorias.
Art. 8: ¿Usted piensa en un ‘bonus track’ con algún ex? Recuerde que ‘figurita repetida no completa el álbum’ (aunque las buenas se pueden coleccionar)*.* 
La ignorancia de las leyes no sirve de excusa, si la excepción no esta expresamente autorizada por la ley.
Art. 9: Nunca comente de sus relaciones pasadas a su actual pareja.

Título II: De los Hombres en General
Art. 10: Cocine los hombres a ‘baño maría’ (demora, pero al final usted nunca sabe cuando va a necesitar de ellos).
Art. 11: Cuando un hombre pide un ‘tiempo’, significa que quiere intentar con otra. Y si no tiene suerte, volverá con usted. Tenga presente que ‘tiempo, solo da el reloj’.
Art. 12: Hombre gallina solo sirve para hacer guiso.
Art. 13: Tenga siempre un titular, y un enorme banco de reservas.
Art. 14: Nunca deje de estar en todos los lugares; si no fuera posible tenga siempre detective que le pase informaciones.
Art. 15: Catalogue sus víctimas siempre.
Art. 16: No trate con prioridad a quien la trata como opción.
Art. 17: ¿El hombre es la cabeza…? ...la mujer es el cuello, y puede mover la cabeza como se le venga en gana (y a donde le convenga, claro está).

Título III: De los Hombres en Particular
Art. 18: El hombre que no da asistencia, abre la concurrencia y pierde la preferencia. 
a-) Repita siempre: ‘No tropiece que la fila avanza’. 
b-) Pero recuerde: La puerta es selectiva. 
Art. 19: Si el hombre que tropezó decide regresar, repita siempre: ‘saque número y espere al final de la fila’.
¿Regresó arrepentido…? No sirve ni que saque número.
Art. 20: No viva en el pasado… quien piensa en pasado es museo.
Art. 21: Su hombre le dice ‘¿usted es demasiado para mí?’ Tenga presente que: ¡ES VERDAD!
Art. 22: ‘¿Príncipe azul…?’ ¡Es mejor el lobo feroz… que la ve mejor, la oye mejor y la come mejor!
Art. 23: Ingenie alguna estrategia para pasar al frente del señor en cuestión, sólo para exclamar ‘¡¡¡que coincidencia que usted pase por aquí!!!’.

Título IV: De las Obligaciones de la Mujer.
Art. 24: Chamulle (sea condescendiente al extremo), el hombre no se percata que nosotras también podemos hacerlo.
Art. 25: Una verdadera experta nunca es sorprendida en flagrancia.
Art. 26: Detone todos los hombres, ninguno merece su consideración.
Art. 27: Registre todo: celular, cajones, auto, bolsillos, papeles…
Art. 28: No perdone, vénguese.
Art. 29: ¿Su hombre la irrita? Estas son las formas de irritarlo a él: 
a) Esconda el control remoto de la tele y del mini componente. 
b) Cierre la puerta del auto con toda su fuerza. 
c) Ponga todas las cervezas en el freezer y déjelas congelar completamente. 
d) Use el espejo retrovisor del auto para maquillarse y déjelo completamente movido. Si tiene tiempo, haga lo mismo con los demás espejos. 
e) Convenzalo que usted sabe cortarle el cabello. 
f) Suba al auto con los tacones llenos de barro y refriéguelos en la alfombra. 
g) Cuando le pregunte ‘¿Y…? como estuvo…?’, diga: ‘No se preocupe por mí, yo estoy bien’. 
h) Escriba mensajes en los vidrios empañados del auto. 
i) Corte la luz ‘accidentalmente’ en medio del partido de fútbol. 
Art.30: ‘No lleve sándwich de mortadela al banquete de caviar’. Si usted va a un lugar lleno de hombres, ¡¡¡¿¿¿para qué ir acompañada???!!!

Título V: De las disposiciones de éste código
Art. 31: A partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplicarán aun a las consecuencias de las relaciones jurídicas existentes.
Art. 32: Las leyes del presente, tienen efecto retroactivo.

Maternidad

He aquí que tu dulce palabra ha sido oída
cuando estaba, en la angustia, por no ser repetida.
En tu estupor, dichosa, te tocas sin querer,
y yo, venido a manos, no lo puedo creer.
¡Ah, tú! Bien que en su noche mi fe te entreveía
como la luz del día;
por algo, desde lejos, el viento del destino
me trajo a tu camino.
Yo dije: -Tengo el alma como una piedra dura,
y la piedra, arrojada, cayó en el agua pura.
Lo mismo hubiera sido
que cayera en el polvo del olvido…
¡Oh, no! Por algo grande tu corazón profundo
con toda mi tristeza me sentía en el mundo;
por algo que era santo mi vida fue esperada,
Y la tuya, tan suave, para siempre entregada.

Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,

tu nombre es la caricia de mi semblante serio;
del corazón me vienen palabras de alabanza,
y las manos me tiemblan ligeras de esperanza.
Mis manos como niños que ríen olvidados
después de haber llorado.
Pienso vivir en calma; deseo ser más justo;
quiero quererte siempre; y he aquí otro gusto
le siento al pan del día, que no en vano se besa,
y al agua del aljibe, y al vino de tu mesa.
Tengo los ojos nuevos, y el corazón. Admiro
las cosas más humildes, y te miro y te miro
sin hablar.
¡Oh, todo por el hijo que tengo que esperar!
Esperar… Es tan dulce la espera acompañada
para quien, siempre solo, nunca ha esperado nada.

Todo en la casa es suave; todo en la casa es santo.

Tú canto, lento y fácil, es un sagrado canto.
-Hay un olor de espiga en mis libros leídos
y olor de santidad en tus vestidos-.
Tu andar, por lo que llevas, se ha vuelto silencioso.
Tus ojos se entrecierran en límpido reposo.
Y en todo sitio dejas tú bienquerer ufano,
que se te pierde solo, como arena en la mano.
Oh, sepan los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi vida es mansa con lo que se ha cumplido;

como el milagro antiguo de Moisés y la roca
inesperadamente se repitió en mi boca;
porque en mi boca, amigos, esta palabra pura
es como el agua clara sobre la piedra obscura.
Oh, sepan los que tienen una tristeza vieja,
cómo el feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó lo mismo que saco ceniciento
desempolvado al viento.
Oh, sepan los que llevan al cuello desventura,
cómo en un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan cómo es fuerte mi mano apresurada,
que quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi amor es simple; cómo mi vida es suave…

Mujer: en un silencio que me sabrá de ternura,

durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.
-El hueco de tu almohada tendrá olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido.
Si mi mano te toca,
tu voz, con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tú mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río.

Y un día, un dulce día, quizás un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas

vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, el pescador no pesca…
-Tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje…
Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
de besare las manos, y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,

y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…
José Pedroni

lunes, 24 de junio de 2013

La Libertad


¿Qué es mamá, la libertad? Me preguntaste. La libertad, Verónica, la tan nombrada, la cantada despacio y a los gritos, las de alas desplegadas y el espacio interminable por delante. La libertad… y me quede pensando.
- ¿Puedo responderte mañana?
- Sí.
Tal vez mi idea de la libertad no se parezca a las de todos. Pero es la idea que me dejaron luchas, años vividos, gente que paso a mi lado, cosas que leí en los diarios.
La libertad es una cama caliente cuando hace frío. Y el pan desmigándose sobre el vestido limpio. Es que llueva y nos mojemos si queremos mojarnos, pero si no queremos… un buen techo, un buen suelo…
Elegir… pero no solamente en lo abstracto, en lo ideal.
Elegir en la cosa cotidiana, eso pequeño y obvio que no tiene la dimensión mágica de la paloma, la rama de olivo y el laurel, lo de todos los días que no es la gloria, ni la letra impresa, ni el canto que se escucha desde los cuatro puntos cardinales.
La libertad del niño que elige entre un zapato y una zapatilla, entre un caramelo y un chocolatín.
La libertad de la mujer que elige entre un hospital que queda cerca y otro que queda lejos… y en los dos hay algodón, alcohol, y sabanas lavadas, no solamente la buena voluntad del medico, no solamente el humanitarismo de quien juro salvar vidas.
La libertad del hombre para usar las horas de descanso después del trabajo… en vez de buscarles un nuevo trabajo, una nueva obligación… porque si no, el salario no alcanza.
La libertad de la madre que puede elegir entre doblarse sobre la maquina o hacerle las trenzas a su hija.
La libertad…
Cuando yo era pequeña como tú, la palabra libertad me llegaba envuelta en la bandera, sacudida por altísimas notas de pífanos y redobles sonoros de tambores.
Y la dejaba en alto, intocable y destellante.
Era, más que una verdad una estatua entonces… yo creía más en los mapas que en el mundo: países pintados de celeste, de verde, de amarillo, ríos azules y montañas pardas… puntitos para separar las provincias y anchas líneas para separar los países…
El mundo era un montón de casilleros, cada cual son sus hombres que no podían mezclarse ni juntarse con los otros.
La libertad era cuidar su propio casillero, pero después conocí el mundo y no encontré gruesas rayas ni puntos suspensivos trazados en la tierra, señalando los límites. Pero después conocí hombres de distintos lugares, sabes, Verónica, y no tenían señales que los diferenciaran… y todos querían lo mismo: bienestar para ellos y sus hijos
Y querían vivir.
Vivir, eso tan simple, eso a lo que tenemos derecho… y que a tantos se les termina por falta de remedios, o por falta de techo, o por falta de pan.
La libertad de amar a los otros.
Pero amarlos mirándolos.
Pero amándolos tocando.
Pero amarlos sintiéndolos.
Y querer que vivan. Sin hambres, Verónica, sin frío, Verónica, sanos.
Pero eso mi libertad ha echado sus palomas al viento, y ha puesto los laureles, los mirlos y las ramas de olivo en un sencillo florero de la casa.
Porque si esta limitado por un chico que muere justamente por falta de las cosas sencillas, si esta limitada por un chico que vende flores a la noche o lustra zapatos, o extiende su mano pidiendo… mi libertad no sirve para nada. Y la cedo a cambio de cualquier rigor, a mirar hacia los desposeídos, los desheredados, los dolientes.
La libertad de hacer crujir el pan, y de abrazarte, porque este abrazo entre un hijo y una madre apretado y caliente, es el verdadero nombre de la libertad que debemos rescatar para el mundo.
Poldy Bird

domingo, 23 de junio de 2013

Romance del Malevo

Yo siempre quise tener 
un perro como la gente. 
Al fin el tiempo y la esperanza 
me dieron uno, pero bien mirao 
es hombre de pocas pulgas. 

Yo no atrancaba la puerta 
de mi rancho, ni durmiendo; 
¿pa qué? ¡si del lao de ajuera, 
por malo que juese’l tiempo, 
la enrejaba de colmillos 
el coraje de mi perro! 

Cimarrón, medio atigrao. 
Lo hallé perdido en las sierras, 
boquiando de agusanao. 
¡Malo, como manga’e piedra! 
Tuve que trairlo enlazao 
pa' curarle las bicheras! 

Y... a’i se quedó, aquerenciao. 
Compañero de horas lerdas, 
trotiando abajo’el estribo 
¡ni carculaba las leguas! 
y ande afluejaba la cincha, 
se echaba a cuidar las priendas. 

Eso sí ¿eh? ¡Muy delicao! 
¿Manosiarlo? ¡Ni le cuento! 
Se ponía di ojo estaviao 
y se l’erizaba’l pelo. 
Con que... tenía bien ganao 
su apelativo: "El Malevo". 

¡Qué animal capacitao 
pa'l trabajo en campo abierto! 
¡Había que verlo al mentao, 
trajinando en un rodeo! 
De ser cristiano, ¡clavao 
qu’era dotor aquel perro! 

¿Yo echar tropilla’l corral? 
Le chiflaba entre dos dedos, 
y embretaos en el chiflido 
me los traiba, clin al viento; 
¡y era un abrojo, priendido 
de los garrones de un trueno! 

Una vez, bandiando tropa 
con much’agua en el Río Negro, 
caí quebrao di un apretón 
entre un remolino’e cuernos, 
y me ganó la mollera 
l’escuridá y el silencio. 

Cuando golví’abrir los ojos, 
cruzaba una nube’l cielo. 
Gemidos y lambetazos 
llegaban como de lejos. 
¡Redepente, compriendí! 

Medio me senté en el suelo 
pa darle gracias: "Hermano, 
d’esta, te quedo debiendo. 
¡No me halla ni el pan bendito 
si no me sacás, Malevo!" 
¡Y una inmensa gratitú 
se me atracó en el garguero! 

Güeno; la cosa pasó. 
Yo dentré pa'l casamiento. 
Hice’l horno, la cocina, 
mi rancho estiró un alero, 
y en su chúcara clinera 
charquió el arrorró, y el rezo. 

¡A los dos años, gatiaba 
mi gurí sobre un pelego! 
O andaba po’l guardapatio, 
priendido a la cruz del perro; 
ah! ¡porque’l me le sacó 
las cosquillas al Malevo! 

Lo habrá tomao por cachorro 
de su cría, el pendenciero. 
Le soportaba imprudencias, 
se priestaba pa' sus juegos, 
y ande amenazaba cairse 
¡se l’echaba bajo ’el cuerpo! 

La cosa jué tan de golpe, 
que hasta me parece cuento. 
Jué dispués de un mediodía, 
como pa' fines d’enero. 
Yo me había echao en el catre 
pa' descabezar un sueño. 

La patrona, trajinaba, 
prosiando con el borrego; 
y un redepente, aquel grito 
como de terror: "¡Rosendo!" 
Y ya me pelé pal' patio 
manotiando el caronero. 

Ella, estaba contra’l horno 
tartamudiando en silencio; 
tenía al gurisito alzao, 
tembloroso contra’l pecho; 
y avanzando, agazapao 
como una fiera, ¡mi perro! 

¡Enseñaba unos colmillos 
como puñales! Los pelos 
se le habían parao di un modo 
que costaba conocerlo, 
y ¡en las brasas de sus ojos 
se habían quemao los recuerdos! 

De un salto me puse enfrente; 
le pegué el grito: "¡Malevo!" 
Lo vi soltar una baba; 
-"¡Está rabioso, Rosendo!"- 
-"No te me acerqués hermano! 
¡Echá p’atrás! ¡Juera perro!" 

Redepente, me saltó. 
Ladié pa' un costao el cuerpo, 
sentí como que la mano 
lo topaba contra el pecho, 
y cayó; cuasi sin ruido; 
como una jerga en el suelo... 

Cuando lo miré, los ojos 
se le habían puesto muy güenos, 
¡como dándome las gracias 
se le acortaba el resuello! 
Se arrastró, lambió mis pieses, 
y me brotó un lagrimeo. 

"No tenía pa' elegir, 
hermano! ’tabas enfermo. 
Jué po’l, cachorro, ¿sabés? 
¡De nó, no lo hubiera hecho!" 
Menió la cola una vez,
dos veces, y ¡quedó muerto! 

Por eso es que, desde entonces, 
no me gusta tener perro; 
y cuando voy de a caballo, 
me parece que lo siento 
seguir abajo ’el estribo, 
¡trote y trote por el tiempo!

Nota: También el nombre del poema suele reducirse simplemente a "El Malevo", aunque el nombre completo es "Romance del Malevo". Su autor, Osiris Rodríguez Castillos, nacido en Montevideo el 21 de julio de 1925, fue un poeta, escritor, investigador, compositor, cantante, instrumentista y luthier de Uruguay y está considerado como uno de los pilares del folclore de su país. Falleció el 10 de octubre de 1996.

Conejitos...





Conejitos hechos a partir de calcetines...


 
 
 

sábado, 22 de junio de 2013

Mateada

Esta comenzó siendo una costumbre campestre, pero con el tiempo, se fue "aquerenciando" en la ciudad; hoy en día es muy difícil encontrar un sitio en el territorio nacional donde no se junte la gente a hacer pasear el "mate". 
El recipiente del mate es un envase, generalmente de calabaza o de madera, de forma cilíndrica con una base más amplia. Para beber se utiliza una bombilla (elemento hueco y alargado, por lo general de metal con un pequeño filtro en la punta que va dentro del mate), que es parecida a un "sorbete".
La hierba que va en el mate es, justamente, la Yerba Mate, la cual, según los expertos, no debe tener ni mucho "palo" ni tan poco (pucha los expertos...). Se agrega agua caliente y se bebe. Al mate sin azúcar se le llama el "amargo". En la zona del litoral se lo toma frío y se lo conoce como "Tereré".
En los valles calchaquíes se le agrega alcohol (96 poderosísimos grados) y algún yuyo como la "Muña-Muña" o "Peperina" y se llama "Yerbiao", en La Ciénega (Tafí del Valle, al oeste de Tucumán) se realiza la fiesta provincial del Yerbiao, y allí se bebe esta "juerte" bebida.
De acuerdo a como se sirve el mate en una rueda podemos decir:

Frío: desprecio 
Lavado (sin gusto): desgano 
Hervido (muy caliente): envidia 
Cebado por la bombilla (se calienta el metal): odio 
Servirlo al de la izquierda: falta de respeto 
Con ruda: matecito "para el amor" 
Bombilla trancada (no se puede tomar): enamorado 
Con espuma: aprecio 
Con cedrón: daño del corazón 
Primer mate: mate para el tonto. Siempre al primer mate lo toma el cebador 
Amargo: lealtad y franqueza 

Cabe mencionar también la existencia del exquisito Mate Cocido, con tanto afianzamiento en el campo como el mate con bombilla... El preparado del Cocido, es muy fácil: Se pone a hervir la cantidad de tazas o jarros de agua que se quiera beber, se ponen tantas cucharadas de yerba mate como tazas haya puesto. Se deja tomar hervor, cuando sube la espuma, apagar y retirar, luego se puede echar un chorro de agua fría para asentar la yerba. Luego se sirve colado. Se puede poner leche en vez de agua y es un alimento muy rico y poderoso. Se endulza a gusto y... listo el pollo. 
Nos cuenta Eliseo Soria Quiroga en su Espíritu de la Nacionalidad, que se atribuye a los indios guaraníes precolombinos la primicia de hacer uso de la yerba mate, éstos la tomaban con agua fría y les servía de sustento y energizante... Según el el hermano jesuita Pedro Montenegro, aún en tiempos de frío el mate debe tomarse con agua templada y en poca cantidad, puesto que el mate caliente "es harto pernicioso, agita el corazón, priva el sueño, enerva y mueve a la cólera"; también nos hace saber que el mate dulce más daña que beneficia, ya que el amargo posee propiedades estomacales y diuréticas.
Moreau de Tours, en su obra "Le mate" nos entrega las siguientes conclusiones:
El mate estimula las funciones, obra tanto sobre las inteligencias y el aparato locomotor, como sobre las funciones de la vida vegetativa. Esta estimulación no termina en fatiga como el alcohol. 
Tomado en pequeñas cantidades y con la alimentación indispensable, reduce una cuarta parte la cantidad de urea secretada y hace lenta la oxidación de los tejidos. 
La acción favorable sobre la nutrición es debida a las modificaciones que lleva a los intercambios nutritivos más que a las materias que entran en su composición (¿?). 
Tomado en mayor cantidad y faltando los alimentos es suficiente para prolongar la vida, pues la mantiene más tiempo que el ayuno y con una pérdida de peso menor de la mitad. Mantiene la energía física general y puede tener una utilidad temporaria considerable. 


La leyenda de la Yerba Mate

De noche Yací, la luna, alumbra desde el cielo misionero las copas de los árboles y platea el agua de las cataratas. Eso es todo lo que conocía de la selva: los enormes torrentes y el colchón verde e ininterrumpido del follaje, que casi no deja pasar la luz. Muy de trecho en trecho, podía colarse en algún claro para espiar las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las arañas. Pero Yací es curiosa y quiso ver por sí misma las maravillas de las que le hablaron el sol y las nubes: el tornasol de los picaflores, el encaje de los helechos y los picos brillantes de los tucanes.
Pero un día bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, y juntas, convertidas en muchachas, se pusieron a recorrer la selva. Era el mediodía y, el rumor de la selva las invadió, por eso era imposible que escucharan los pasos sigilosos del yaguareté que se acercaba, agazapado, listo para sorprenderlas, dispuesto a atacar. Pero en ese mismo instante una flecha disparada por un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al tigre fue a clavarse en el costado del animal. La bestia rugió furiosa y se volvió hacia el lado del tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.


En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.
Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá. Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos, tus hijos y los hijos de tus hijos...
Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.

viernes, 21 de junio de 2013

Al este del sol y al oeste de la luna

Érase una vez un pobre carretero que tenía muchos hijos. Era tan pobre que no podía alimentarlos bien ni darles ropa que ponerse en el cuerpo; sin embargo, todos los hijos eran muy guapos, aunque la más guapa de todas era la hija pequeña.
Un jueves por la tarde, a finales de otoño, hacía un tiempo horrible. Estaba oscurísimo y además llovía y tronaba de tal forma que las ventanas crujían. Toda la familia estaba sentada alrededor de la chimenea, ocupado cada uno con su trabajo. De repente llamaron tres veces a la ventana. El hombre salió a ver quién era, y entonces vio a un gran oso blanco.
-Buenas tardes -dijo el oso.
-Buenas tardes -dijo el hombre. 
-Si me das por esposa a tu hija menor -dijo el oso-, te haré tan rico como pobre eres ahora. 
Al hombre no le pareció mala idea, pero dijo que primero lo tenía que consultar con su hija; entró y contó que fuera había un gran oso blanco que le había prometido que le haría tan rico como pobre era ahora si le daba por esposa a su hija menor. La muchacha, sin embargo, dijo que no, que no quería saber nada de aquel trato. 
El hombre volvió a salir, habló amistosamente con el oso y le dijo que volviera el jueves siguiente por la tarde, que entretanto ya vería qué podía hacer. 
Intentaron convencer entonces a la muchacha y le contaron de todas las maneras posibles lo ricos que podían llegar a ser y lo bien que le iría también a ella. 
Finalmente ella accedió, lavó el par de harapos que tenía, se arregló lo mejor que pudo y se preparó para el viaje. 
Cuando el jueves siguiente, por la tarde, llegó el oso, le dijeron que sí, que todo estaba en orden. La muchacha se montó con su hatillo sobre su lomo y se pusieron en marcha. 
Una vez recorrido un buen trecho, el oso le preguntó:
-¿Tienes miedo?
Ella contestó que no, que no tenía ningún miedo.
-Sujétate siempre muy fuerte a mi pelambre -dijo el oso-; así no te pasará nada. 
Ella cabalgó por todo el mundo a lomos del oso hasta muy, muy lejos; tan lejos que nadie podría decir realmente cuánto. Finalmente llegaron a una gran roca. El oso llamó con los nudillos y a continuación se abrió una puerta, a través de la cual llegaron a un gran palacio. Dentro había muchas habitaciones iluminadas con lámparas, y todo resplandecía por el oro y la plata; también disponía de un gran salón, en el cual había una mesa sobre la que se habían servido los más deliciosos platos. El oso le dio entonces una campanilla de plata y le dijo que cuando deseara cualquier cosa, no tenía más que tocar la campanilla y enseguida la tendría. 
La muchacha comió y bebió. Como ya había anochecido, sintió sueño y quiso irse a la cama. Entonces tocó la campanilla... e inmediatamente se abrió una cámara en la que había una cama hecha, la más bella que pudiera uno desear, con almohadones de seda y cortinas con flecos de oro, y todo lo que había en la cámara era asimismo de oro y plata. Pero en cuanto apagó la luz y se metió en la cama, llegó una persona que se acostó a su lado. Y así sucedió todas las noches. 
Ella no podía ver quién era, porque siempre llegaba después de que hubiera apagado la luz y se volvía a ir antes de que hubiera amanecido. 
Así vivió una temporada tranquila y contenta. Pero pronto le entró tal nostalgia por volver a ver a sus padres y a sus hermanos que se volvió muy taciturna y triste. Entonces, un día el oso le preguntó qué le pasaba que estaba siempre tan taciturna y ensimismada. 
-Ay -dijo ella-, es que me aburro tanto aquí en el palacio... Me gustaría muchísimo volver a ver a mis padres y a mis hermanos. 
-Eso se puede arreglar -dijo el oso-, pero tienes que prometerme que jamás hablarás con tu madre a solas, sino cuando los demás estén presentes. 
Seguramente te querrá coger de la mano y llevarte a una alcoba para hablar contigo a solas, pero no consientas, pues si lo haces me harás muy desgraciado y te harás muy desgraciada a ti misma. 
La muchacha dijo que no, que tendría cuidado. 
El domingo se presentó el oso y dijo que había llegado el momento de emprender el viaje hacia la casa de sus padres. Ella se montó a lomos del oso y se pusieron en marcha. Cuando ya llevaban mucho tiempo viajando, llegaron a un gran palacio blanco, del que sus hermanos entraban y salían y en el cual jugaban. Todo era tan hermoso y maravilloso que daba gusto verlo. 
-¡Allí viven tus padres! -dijo el oso-. No te olvides de lo que te he dicho, pues de lo contrario serás muy desgraciada y me harás muy desgraciado a mí. La muchacha dijo que no, que no lo olvidaría, y se dirigió hacia el palacio. El oso, sin embargo, regresó. 
Cuando los padres volvieron a ver a su hija, se alegraron tanto que es imposible describirlo. Nunca podrían agradecerle lo que había hecho por ellos. Le contaron que ahora les iba extraordinariamente bien y le preguntaron qué tal le iba a ella. 
La muchacha dijo que a ella también le iba bastante bien y que tenía todo lo que deseaba. No sé muy bien qué más les contó, pero me da la impresión de que no les dio todos los detalles. 
Por la tarde, después de comer, ocurrió lo que el oso le había dicho: la madre quiso hablar con su hija a solas en la alcoba. Pero la muchacha, que recordaba las palabras del oso, no quiso ir con ella y dijo: 
-Oh, lo que tengamos que hablar podemos hablarlo también aquí. 
No sé cómo ocurrió, pero el caso es que la madre al final la convenció y entonces ella tuvo que contarle todo lo que sabía. Le contó también que, por las noches, cuando apagaba la luz, llegaba siempre alguien y se acostaba a su lado en la cama. Pero que nunca podía ver quién era, porque antes del amanecer se volvía a marchar; le dijo que se sentía afligida, que le gustaría mucho verle, ya que, al estar siempre tan sola, los días se le hacían muy largos. 
-¿Quién sabe? Seguro que el que duerme contigo es un trol -dijo la madre-. Pero si quieres seguir mi consejo, levántate en mitad de la noche, cuando esté dormido, enciende una vela y obsérvale. Pero ten cuidado no le vayas a derramar encima una gota de cera. 
Por la tarde el oso volvió a recoger a la muchacha. Cuando ya llevaban un buen trecho, le preguntó si había ocurrido lo que él había dicho. 
-Sí -dijo la muchacha, incapaz de negarlo. 
-Si piensas seguir el consejo de tu madre -dijo el oso-, te harás muy desgraciada, me harás muy desgraciado a mí y se acabará la amistad entre nosotros. 
Ella dijo que no pensaba seguir el consejo de su madre. 
Cuando llegaron al palacio y la muchacha se acostó, ocurrió lo mismo de siempre: alguien llegó y se echó a su lado. Pero por la noche, cuando ella oyó que estaba durmiendo, se levantó, encendió una vela y entonces vio acostado en la cama al príncipe más bello que nadie pudiera ver. Se enamoró tanto de él que quiso besarle en el acto. Pero entonces, sin darse cuenta, derramó tres gotas de cera hirviendo sobre su camisa y el príncipe se despertó. 
-¿Qué has hecho? -exclamó al abrir los ojos-. Ahora tanto tú como yo seremos desgraciados. Si hubieras resistido solamente un año, me habrías salvado; mi madrastra me ha hechizado y por eso durante el día soy un oso y por la noche una persona. Pero ahora lo nuestro se ha acabado, pues tengo que abandonarte y volver de nuevo con ella. Vive en un palacio que está al este del sol y al oeste de la luna; allí tendré que casarme con una princesa que tiene una nariz que mide tres varas. 
La muchacha empezó a llorar y a lamentarse; pero ya era demasiado tarde, pues él tenía que irse. Le preguntó si podía viajar con él, pero él le contestó que eso era imposible. 
-¿No puedes decirme entonces por dónde se va para que vaya a buscarte? -preguntó ella-. Porque eso sí me estará permitido, ¿no? 
-Sí, eso sí puedes hacerlo -dijo él-, pero no hay ningún camino que lleve hasta allí. El palacio está al este del sol y al oeste de la luna; nunca podrás llegar hasta allí. 
Por la mañana, cuando se despertó, tanto el príncipe como el palacio habían desaparecido. Se encontró tendida en el suelo, en medio de un denso y tenebroso bosque, con sus viejos harapos. A su lado estaba el mismo hatillo con el que había salido de su casa. 
Cuando terminó de quitarse el sueño de encima a base de frotarse los ojos y se había hartado de llorar, se puso en marcha; caminó durante muchos días hasta que, finalmente, llegó a una gran montaña. Al pie de la montaña había una vieja mujer que estaba jugando con una manzana de oro.
La muchacha le preguntó si sabía el camino para llegar hasta el príncipe que vivía con su madrastra en un palacio situado al este del sol y al oeste de la luna y que se tenía que casar con una princesa con una nariz que medía tres varas.
-¿De qué le conoces? -preguntó la mujer-. ¿Eres acaso la muchacha con la que él se quería casar?
La muchacha dijo que sí, que era ella. 
-¡Vaya! ¡Así que eres tú! -dijo la mujer-. Sí, hija mía -siguió diciendo-, me gustaría ayudarte, pero lo único que sé del palacio es que está al este del sol y al oeste de la luna y que probablemente nunca conseguirás llegar. Pero te voy a prestar mi caballo; en él podrás cabalgar hasta donde vive mi vecina más próxima; a lo mejor ella te puede indicar el camino. Cuando llegues a su casa, golpea al caballo debajo de la oreja izquierda y ordénale que vuelva a casa. 
Toma, coge esta manzana de oro; quizá te sea útil. 
La muchacha se montó en el caballo y cabalgó durante mucho, mucho tiempo. 
Llegó por fin a otra montaña, a cuyo pie estaba una vieja mujer con una devanadera de oro. La muchacha le preguntó si le podía decir por dónde se iba al palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna. Pero ella, como la mujer anterior, dijo que lo único que sabía del palacio era que estaba al este del sol y al oeste de la luna. 
-Y probablemente nunca conseguirás llegar. Pero te prestaré mi caballo; en él podrás cabalgar hasta donde vive mi vecina más próxima; a lo mejor ella te puede indicar el camino. Cuando llegues a su casa, golpea al caballo debajo de la oreja izquierda y ordénale que vuelva a casa. Toma, llévate esta devanadera de oro; quizá te sea útil. La muchacha se montó en el caballo y cabalgó durante muchos días y muchas semanas. Llegó por fin a otra montaña, a cuyo pie estaba una vieja mujer tejiendo una falda de oro. La muchacha volvió a preguntar por el príncipe y por el palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna. 
-¿Eres tú la muchacha con la que quería casarse el príncipe? -preguntó la mujer. 
-Sí -dijo la muchacha. 
Pero la mujer no conocía el camino mejor que las dos anteriores.
-Al este del sol y al oeste de la luna está el palacio -dijo-, y probablemente nunca conseguirás llegar. Pero te prestaré mi caballo; con él podrás viajar hasta el viento del Este; a lo mejor él te puede indicar el camino. Cuando llegues a él, golpea al caballo debajo de la oreja izquierda y ordénale que vuelva a casa. Y toma, llévate esta falda de oro; quizá te sea útil. 
Cabalgó durante mucho tiempo, hasta que por fin llegó ante el viento del Este. 
Preguntó una vez más si le podía decir cómo llegar hasta el príncipe que vivía en el palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna. 
-Sí, me parece haber oído hablar del príncipe y también del palacio -dijo el viento del Este-, pero no te puedo indicar el camino porque nunca he soplado hasta tan lejos. Te llevaré hasta mi hermano, el viento del Oeste; a lo mejor él lo sabe, pues es mucho más fuerte que yo. No tienes más que sentarte sobre mi espalda y te llevaré hasta allí. 
La muchacha se sentó sobre su espalda y se pusieron en marcha. 
Cuando llegaron ante el viento del Oeste, el viento del Este le contó que había traído consigo a una muchacha con la que quería casarse el príncipe que vivía en el palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna, y le preguntó si él conocía el camino. 
-No -repuso el viento del Oeste-, tan lejos nunca he soplado. Pero, si quieres -le dijo a la muchacha-, te puedes sentar sobre mi espalda y te llevaré hasta el viento del Sur; a lo mejor él te lo puede decir, pues es mucho más fuerte que yo y sopla y resopla por todas partes. 
La muchacha se sentó sobre su espalda; no había pasado mucho tiempo cuando llegaron ante el viento del Sur. 
Cuando llegaron, el viento del Oeste le preguntó si él conocía el camino para ir al palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna, pues la muchacha que había llevado consigo quería casarse con el príncipe. 
-Ah, ¿sí? -dijo el viento del Sur, que tampoco conocía el camino-. A lo largo de mi vida he soplado por todas partes -dijo-, pero tan lejos no he llegado nunca. 
Pero, si lo deseas -le dijo a la muchacha-, te llevaré hasta mi hermano, el viento del Norte; él es el más viejo y fuerte de todos nosotros, así que si él no te puede indicar el camino, jamás lo averiguarás. 
La muchacha tuvo que sentarse sobre su espalda, y se marcharon de allí de tal forma que tembló la tierra. 
No tardaron mucho en llegar ante el viento del Norte, pero era tan violento e impetuoso que ya desde lejos les lanzó de un soplo un montón de nieve y hielo a la cara. 
-¿Qué queréis? -les gritó de tal modo que les entraron escalofríos. 
-Oh, no tienes por qué enfurecerte así con nosotros -dijo el viento del Sur-, pues soy yo, tu hermano, y ésta es la muchacha con la que quiere casarse el príncipe que vive en el palacio que hay al este del sol y al oeste de la luna; a ella le gustaría preguntarte si conoces aquel lugar. 
-Sí, sé muy bien dónde está -dijo el viento del Norte-. Una vez soplé una hoja de álamo temblón hasta allí. Pero me cansé tanto que durante muchos días no pude volver a soplar. Aun así, si quieres ir hasta allí a toda costa -le dijo a la muchacha- y no te da miedo, te montaré sobre mi espalda y veré si puedo llevarte. 
La muchacha dijo que sí, que quería y tenía que llegar hasta allí si es que había alguna manera de conseguirlo, y que no le daba en absoluto miedo, por muy mal que lo fuera a pasar. 
-Entonces tendrás que pasar aquí la noche -dijo el viento del Norte-, pues si queremos llegar hasta allí tenemos que tener todo el día por delante. 
Al día siguiente, por la mañana, el viento del Norte la despertó, se infló, se hizo tan grande y fuerte que daba miedo y recorrieron los aires como si tuvieran que ir al fin del mundo. Estalló entonces una tormenta tan violenta que derribó pueblos y bosques enteros y, al pasar sobre el mar, naufragaron barcos a centenares. Siguieron avanzando y avanzando sobre el agua, tan lejos que ningún ser humano puede siquiera imaginarse la distancia. El viento del Norte fue quedándose cada vez más y más débil; llegó un momento que estaba tan débil que casi no podía ya soplar; se fue hundiendo cada vez más y más, y al final iba ya tan bajo que las olas le golpeaban en los talones. 
-¿Tienes miedo? -le preguntó a la muchacha. 
-No, en absoluto -dijo ella. 
Ya no estaban lejos de tierra, así que al viento del Norte le quedaron aún las fuerzas justas para llevarla hasta la playa que había bajo las ventanas del palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna. Pero se quedó tan exhausto y agotado que tuvo que descansar durante muchos días antes de poder regresar a casa. 
A la mañana siguiente, la muchacha se sentó bajo las ventanas del palacio y se puso a jugar con la manzana de oro. Lo primero que vio fue a la princesa nariguda con la que se iba a casar el príncipe. 
-¿Qué quieres por tu manzana de oro? -le preguntó a la muchacha cuando abrió la ventana. 
-No la vendo ni por oro ni por dinero -dijo la muchacha. 
-Si no la quieres vender ni por oro ni por dinero, ¿qué quieres entonces por ella? -dijo la princesa-. Te daré lo que me pidas. 
-Pues entonces..., si se me permite dormir una noche con el príncipe, será tuya - dijo la muchacha. 
-Sí, puedes hacerlo si quieres -dijo la princesa llevándose la manzana de oro. 
Pero cuando la muchacha entró en la alcoba del príncipe, éste estaba profundamente dormido. Le llamó y le sacudió, lloró y se lamentó, pero no pudo despertarle. Cuando amaneció, llegó la princesa de la larga nariz y la echó de allí. 
Durante el resto del día, la muchacha volvió a sentarse de nuevo bajo las ventanas del palacio y se puso a devanar hilo en su devanadera de oro. Entonces ocurrió lo mismo que el día anterior. La princesa le preguntó qué quería por la devanadera. La muchacha le contestó que no la vendería ni por oro ni por dinero, pero que si le permitía dormir otra noche con el príncipe, la devanadera sería suya. La princesa dijo inmediatamente que sí y se llevó la devanadera de oro. Pero cuando la muchacha subió, el príncipe estaba otra vez profundamente dormido. Y por más que le llamó y le sacudió, por más que lloró y se lamentó, no consiguió despertarle. En cuanto amaneció, llegó la princesa de la larga nariz y la echó de allí. 
Ese día la muchacha se sentó con su falda de oro bajo las ventanas y se puso a tejer. Cuando la princesa de la larga nariz vio la falda, también quiso tenerla.
Abrió la ventana y le preguntó a la muchacha qué quería por su falda de oro.
Como las dos veces anteriores, la muchacha dijo que no la vendía ni por oro ni por dinero, pero que si la princesa le permitía dormir otra noche con el príncipe, sería suya. La princesa dijo que sí, que podía hacerlo si quería y se llevó la falda de oro. Pero unos cristianos que estaban cautivos en el palacio, encerrados en una cámara contigua a la del príncipe, habían oído durante dos noches llamadas y llantos muy lastimeros de una mujer, así que por la mañana se lo contaron al príncipe. Cuando por la noche llegó la princesa con la sopa que el príncipe solía tomar antes de irse a la cama, hizo ver que se la tomaba, pero lo que realmente hizo fue tirarla, pues sospechaba que la princesa había echado un somnífero en la sopa. 
Cuando por la noche la muchacha entró en la alcoba, el príncipe estaba todavía despierto y se alegró muchísimo de volver a verla. Le pidió que le contara cómo le había ido y cómo había conseguido llegar al palacio. Cuando ella se lo contó todo, él dijo: 
-Has llegado justo a tiempo, pues mañana debe celebrarse mi boda con la princesa. No siento ningún aprecio por ella ni por su larga nariz; tú eres la única a quien quiero. Por eso diré que deseo poner a prueba lo que sabe hacer mi prometida y exigiré a la princesa que lave las tres manchas de cera que tengo en la camisa. Ella probablemente aceptará, pero sé que no lo conseguirá, pues las manchas son las gotas que tu mano derramó y sólo manos cristianas pueden quitarlas, no las manos de alguien como ella que pertenece a la chusma de los trols. Entonces, diré que no quiero más novia que la que sea capaz de quitarlas y, una vez que lo hayan intentado todas y ninguna lo haya conseguido, te llamaré a ti para que lo intentes. 
Luego pasaron la noche juntos, alegres y satisfechos. 
Cuando al día siguiente iba a celebrarse la boda, el príncipe dijo: 
-Antes me gustaría ver de lo que es capaz mi prometida. La madrastra dijo que aquello le parecía justo. 
-Tengo una camisa muy bonita -dijo el príncipe- que me gustaría llevar puesta en la boda. Pero me han caído tres manchas y quisiera que la lavaran y me las quitaran. Por eso he decidido que sólo me casaré con la mujer que lo consiga.Las mujeres dijeron que bah, que eso no era nada del otro mundo, asi que se pusieron manos a la obra. La princesa de la larga nariz empezó a lavar lo mejor que pudo; pero cuanto más lavaba, más grandes y más negras se hacían las manchas. 
-Bah, no tienes ni idea -dijo su vieja madre trol-. ¡Trae aquí! 
Pero cuando empezó a lavar la camisa, ésta se fue poniendo cada vez más negra, y cuanto más la lavó y la restregó, más grandes se hicieron las manchas. 
Entonces tuvieron que lavar la camisa las demás mujeres trol, pero cuanto más la lavaban, peor aspecto tenía, y al final parecía que la camisa entera hubiera estado colgando de una chimenea. 
-¡Bah, ninguna de vosotras sirve para nada! -dijo el príncipe-. Bajo aquella ventana hay una pobre mendiga. Estoy seguro de que ella sabe lavar mejor que todas vosotras juntas. ¡Pasa, muchacha! -gritó. 
Cuando la muchacha entró, él le preguntó: 
-¿Serías capaz de lavar esta camisa y dejarla limpia? 
-No lo sé -dijo la muchacha-, pero creo que sí. La muchacha cogió entonces la camisa que, entre sus manos, quedó tan blanca como nieve recién caída, o más blanca incluso. 
-¡Sí, a ti es a quien quiero! -dijo el príncipe. 
La vieja mujer trol se puso entonces tan furiosa que reventó. Creo que la princesa de la larga nariz y toda la demás chusma de trols también reventaron, pues jamás he vuelto a oír nada de ellos. El príncipe y su prometida pusieron entonces en libertad a todos los cristianos que estaban cautivos en el palacio. 
Después, cogieron todo el oro y toda la plata que fueron capaces de llevarse y se marcharon muy lejos del palacio que estaba al este del sol y al oeste de la luna. 
No sé cómo siguieron y hasta dónde llegaron. Pero si son los que yo creo que son, no están nada lejos de aquí.