miércoles, 31 de octubre de 2018

Adivinanzas

Brama y brama como el toro y relumbra como el oro. El trueno

Una vieja corcoveta
Tuvo un hijo enredador,
Unas hijas buenas mozas
Y un nieto predicador. La viña

Oro no es,
Plata no es,
Abrí la cortina,
Sabrás lo que es. El plátano

Blanca en mi nacimiento,
Morada en mi vivir,
Y me voy poniendo negra
Cuando me voy a morir. La mora

Yo vi cien damas hermosas
En un momento nacer,
Ponerse como una rosa
Y en seguida perecer. Las chispas
Cuando me siento, me estiro,
Cuando me paro, me encojo;
Entro al fuego y no me quemo,
Entro al agua y no me mojo. La sombra

En la punta de una barranca, hay cinco niñas con gorras blancas. Las uñas

Una dama muy delgada
Y de palidez mortal,
Que se alegra y se reanima
Cuando la van a quemar. La vela

Más largo que un pino, pesa menos que un comino. El humo
Entre muralla y muralla,
Hay una flor colorada;
Llueve o no llueva,
Siempre está mojada. La lengua

domingo, 21 de octubre de 2018

Tienes madre

Pedazo de mis entrañas,
sangre que llevas mi sangre,
duerme tranquilo tu sueño…
¡Tienes madre!

Duerme tranquilo en mis brazos,
en este trono tan grande
que Dios tan solo concede
a los hombres cuando nacen.
Yo espantaré con mis ojos
a quien venga a despetarte;
duerme tranquilo alma mía…
¡Tienes madre!

Ningún peligro te asuste,
no te de miedo de nadie;
de lobos que te acosaran
yo sabría resguardarte.
Y cuando el invierno llegue
el frio no te acobarde:
yo traeré la leña del monte…
¡Tienes madre!

Te esperan en este mundo
traiciones y falsedades,
y no has de librarte de ellas
aunque vivas vigilante.
Hay solamente un cercado
donde la traición no cabe:
búscalo que está en mi pecho…
¡Tienes madre!

Yo seré luz de tus ojos,
lucero que te acompañe
alimento de tu boca
medicina de tus males.
Y seré flor en tus pasos,
y seré olor en tu aire,
y seré sombra en tu vida…
¡Tienes madre!

Cuando penes ve a mi encuentro,
que en el camino has de hallarme
cuando llores no me grites
que yo iré sin que me llames,
pedazo de mis entrañas,
sangre que llevas mi sangre,
duerme tranquilo tu sueño…
¡Tienes madre!
Serafín y Joaquín Álvarez Quintero 
Tomado de Fuentes de vida de B.N.B. de Iacobucci y G.C. Iacobucci, pág 241

Ultratumba

A mis hijos

Cuando me halle lejos, muy lejos, muy lejos.
En ese ignorado remoto país
Al que todos, todos, más pronto o más tarde,—
Tras esta existencia,—hemos de partir;
Cuando ya tan sólo quede la memoria.
Tenue y esfumada, de aquello que fui;
Y como en un sueño, muy vago, muy vago.
Mi voz, mis consejos, os parezca oír;
Si el «Dos de Noviembre
», dia de los Muertos,
O en mis cumpleaños, u otra fecha así,
Suena en vuestros labios mi nombre; y, ansiosos.
Vuestros nietezuelos, antes de dormir,
Os piden «un cuento» muy largo, muy largo.
Con claras noticias acerca de mi,
E incrédula os dice su voz asombrada:
«—¿Tú tuviste madre? ¿Fuiste chiquitín?
«—¿Era hermosa y buena? ¿Te besaba siempre?
«¿Como tú nos quieres, te quiso ella a ti?» —
Entonces, entonces, doblad sus rodillas,
Y sus manecitas color de jazmín
Sobre el pecho crucen, y al Dios de los Cielos,
Que atiende los ruegos del labio infantil,
Que oren, enseñadles, que oren por aquella
Que cumplió el precepto de amar y sufrir;
Y aunque esté mi cuerpo muy hondo, muy hondo.
Sus mágicas voces irán hasta allí;
Y aunque mi alma arriba, muy alta, muy alta.
Feliz reposando de la humana lid.
Se encuentre,—¡no importa! que ese eco bendito
Espíritu y cuerpo lo habrán de sentir!

Lastenia Larriva de Llona

sábado, 20 de octubre de 2018

Pascual Duarte, de limpio

Pascual Duarte, a fuerza de llevar tiempo y tiempo sin mudarse de ropa, estaba sucio y casi desconocido. Muy limpio, lo que se dice muy limpio, no lo fuera nunca, bien cierto es, pero tan sucio como últimamente andaba tampoco era su natural. Los libros que tienen muchas ediciones acaban siempre por ensuciarse y, de cuando en cuando, conviene fregotearles la cara para volverlos a su ser. Esto de la higiene es arte capcioso pero necesario, arte que si bien debe usarse con cautela para no caer en sus garras, fieras como las del vicio, tampoco es prudente huirlo ni despreciarlo. En Orense vivía un señor que se llamaba don Romualdo Vaqueriza Duque, quien motejaba al bidet de cabeza de puente de la masonería en la vetusta civilización hispana; la gente, como no sabía bien lo que quería decir eso de vetusta, lo dejaba hablar. Don Romualdo, que era muy aparente, murió de un incordio anal que, según la ciencia, quizás hubiera podido desprendérsele con jabón. A mí no me agradaría que el recuerdo de Pascual Duarte —¡pobre Pascual Duarte, muerto en garrote!— muriese como don Romualdo, de resultas de su miedo al agua. 
Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizás por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, como es más bien haragán, manda a un vecino. El resultado es que, al final, al texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes. Los libros, con frecuencia, mejoran con esta gratuita y tácita colaboración, pero los autores rara vez nos avenimos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habitados por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito. 
A veces pienso que escribir no es más que recopilar y ordenar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a escribirlos y aun después de ponerles su punto final. La cosecha de las sensaciones se tamiza en la criba de mil agujeros de la cabeza y cuando se siente madura y en sazón, se apunta en el papel y el libro nace. Lo que sucede es que el libro, después de nacer, sigue creciendo —armónico o desordenado— y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la imaginación o el sentimiento de los lectores y, por descontado, en las páginas de sus ulteriores ediciones. Estos crecimientos no son de la misma sustancia, bien es verdad, pero todos le hacen crecer. Un niño crece de diferente manera que un cáncer, pero el cáncer —y eso es lo malo— también crece. 
Con el Pascual Duarte casi he tenido —en esta ocasión— que recurrir a la cirugía para podarle lo que le sobraba tanto como para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena jabonadura. Aunque ahora, al releerlo al cabo de los años, me entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud, he preferido dejar las cosas —en lo fundamental— como estaban y no andarle hurgando. No la hurgues, que es mocita y pierde —oí decir por el campo de Salamanca, algo más arriba del paisaje extremeño de Pascual Duarte. Además, mi cabeza no es la misma de hace veinte años y este libro es producto de mi cabeza aquella y no de mi cabeza de hoy. Seamos respetuosos con el calendario. 
Montaigne llamaba al orden virtud triste y sombría. Probablemente, Montaigne confundió el orden con su máscara, con su mera apariencia; es actitud frecuente entre gentes de orden, entre quienes llaman orden a lo que no es ritmo sino quietud y, a fuerza de no distinguir entre el culo y las cuatro témporas, acaban tomando el rábano por las hojas. Yo pienso que el orden es algo alegre, vivo y luminoso; lo que es triste y muerto y opaco es lo que suele darse, fraudulenta y enfáticamente, por orden, cuando en realidad no pasa de ser un vacío. El firmamento es un hermoso prodigio de orden. El orden público, por el contrario, no es más cosa, con harta frecuencia, que un caos silencioso al que se fuerza a fingir el límpido color del orden aunque, claro es, nadie acabe creyéndoselo. 

Pero si a veces pienso que escribir y ordenar son una misma cosa, otras veces sospecho lo contrario y hasta llego a creer en la inspiración de que nos hablan los poetas románticos —esos grandes mixtificadores— y los críticos románticos —esos denodados paladines de la confusión. Entiendo saludable —no sé si sabio— no pensar siempre lo mismo en lo adjetivo y sí, en cambio, variar poco en lo substantivo y permanente. Lo digo a cuenta de que tampoco me extrañaría poder llegar a incluir a la inspiración en la órbita del orden. 
A mi novela La familia de Pascual Duarte, después de lo mucho que sobre ella he trabajado, voy a procurar no tocarla más. Su texto original queda fijado (quizás fuera menos pedante decir: establecido) en esta edición y a ella procuraré remitirme siempre que lo necesite. Sus traducciones habrá que admitirlas tal como están, salvo que mis futuros traductores prefieran ajustarse al texto de hoy, cosa que habría de agradecerles. Como es de sentido común, las traducciones casi siempre he tenido que darlas por buenas porque, para revisarlas y comentarlas, precisaría de unos conocimientos que estoy muy lejos de poseer. En mis tiempos de La Coruña conocí y admiré mucho a un guardia municipal que se llamaba Castelo y que llevaba bordadas en la manga siete banderitas, una por cada país cuya lengua hablaba. No es mi caso y no me duelen prendas al reconocer que no hubiera podido servir para guardia urbano o, al menos, para guardia urbano coruñés; a lo mejor, en Jaén o en Cáceres exigen menos requisitos y sabidurías. 
En fin: Pascual Duarte está de limpio, que es lo importante. Ahora se dispone a empezar a morir de nuevo, poco a poco. 

Palma de Mallorca, 23 de agosto de 1960. 
La familia de Pascual Duarte 
Camilo José Cela

sábado, 13 de octubre de 2018

Árbol de Fuego
























Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
"Corazones hechos flores".

Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera...
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego...!

Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes...

Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía...
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía...

Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.

Alfredo Espino 

viernes, 5 de octubre de 2018

La danza de las horas

Hoy que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy que parece un niño juguetón, la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
hoy quisiera reír…

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida;
hoy quisiera besar…

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
hoy quisiera llorar…

Hoy, que la noche tiene una trágica duda
en que vaga en las sombras una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
hoy quisiera morir…

Abraham Valdelomar 

martes, 2 de octubre de 2018

A una orquídea

Cuarzo viviente, colibrí sin alas

quimera realizada en una flor.
Tú del extraño mundo submarino
venir pareces a mirar el sol;

tú no difundes orgulloso aliento
ni cálidos efluvios de pasión:
en tu fragancia tímida y agreste
respiras la modestia y el pudor.

Como poeta mudo y abstraído
que en su alma eleva cántico sin voz,
tú soñadora vives, entonando
el himno silencioso del color.
Manuel Gonzalez Prada