martes, 18 de diciembre de 2018

La mendiga del carrizal

Desde la cuesta bordeada por ancha carretera, se descubre el valle. Las casitas diseminadas se asientan como blancas palomas sobre el césped; la iglesia de la aldea alarga su campanario a las nubes, en muda oración, solitaria.

Sobre los campos y los árboles, el otoño estremece su manto de oro, bajo el cielo nublado. El ambiente es húmedo, casi tangible en su pesadez.
Por la carretera las jacas campanillean, arrastrando a los aldeanos endomingados de casinetas chillonas, a la feria de los trigos; las campanas tañen desde lejos, contando sus ecos a las lomas sin fin.
En un recodo del camino de la cuesta, sobre una geométrica piedra gris, sentada, descansa una mendiga. Su cabeza: copo de lana, despilfarrado al viento; en el sitio de los ojos: un globo rojo en el uno, una cuenca vacía en el otro; en ambos: dos párpados se sumen secos. Su rostro arrugado como corteza de algarrobo; sus manos, raíces nudosas, tiemblan, y por debajo de sus harapos indefinidos apuntan sus óseas fugitivas rodillas. Al son de las herraduras en las piedras extiende en curva trémula, su mano descarnada.
–Una limosna, por amor de Dios –dice. En su voz cavernosa, honda, como salida de un cántaro vacío, hay algo que sorprende. ¿La miseria o el crimen, la ahuecan? Oscuro enigma que obliga a meditar. ¿Qué pasión terrible habrá, tal vez, en la punta de un puñal, arrancado la luz de sus pupilas? Mujer, un tiempo joven, hermosa, quizás… Hoy: vieja, miserable; ¡hilacha de carne!
La Naturaleza, indiferente, mira quieta, rozando los sentidos, mientras la criatura, sombra dudosa, se aplasta con el peso de la existencia.

Rosa Bazán de Cámara.

sábado, 15 de diciembre de 2018

A una señorita el día de sus 15 años

Inocente Pilar; mi tierna amiga,
Sobre tus sienes su invisible mano,
El Padre de los cielos te bendiga
Desde su trono de oro soberano.

Hoy el sol de tu vida se levanta;
El alba ya pasó. Brilla en tu Oriente
Magnífica su luz; deslumbra, encanta,
¿Nunca una nube eclipsará su frente?

¡Ah! Quien pudiera detener la noche
Que los años traen yerta y oscura,
Y bajo eterno sol guardar en broche
La delicada flor de tu hermosura!

Ríe; canta feliz; sean tus horas
Gotas de agua de fuentes cristalinas,
Y sea de placer si inquieta lloras,
Tórtola de mis playas argentinas.

Guarda en tu corazón tan inocente
Por largo tiempo tu infantil sonrisa;
Y al adormirse tu virgínea frente
Sueña por tu jardín lirios y brisa.

De hora en hora tan libre como hermosa
Juega con tus canciones y tus galas,
Como juega la blanca mariposa
De flor en flor sin espinar sus alas.

Y como ella se escapa de los suelos
Embriagada en el ámbar de las flores,
Tu alma, soplo de Dios, alce sus vuelos
Al Padre de tus cándidos amores.

Pilar, y acaso si llegara un día,
Allá en el vuelco de lejanos años,
En que oprimiesen con su mano impía
Tu noble corazón los desengaños;

Mira estas hojas pálidas, sin nombre,
Con que oso coronar tus quince abriles:
Y busca luego sin temor al hombre
Que sonrió a tus años juveniles.

Jose Marmol 

lunes, 10 de diciembre de 2018

El pastor de estrellas

En el risco más solo y escarpado
De la sierra distante,
Vive un pastor de cabras, ignorado
De todos, e ignorante.

Resplandece en los ojos del cabrero
La gloria de la cumbre,
Y del naciente sol es el primero
Que recibe la lumbre.

Con una áspera piel de su rebaño
Cubre sus desnudeces,
Y se alimenta, tal un ermitaño,
De raíces y nueces.

Libre como las águilas salvajes,
Odia la tierra baja,
Y duerme bajo plácido follajes
Sobre un lecho de paja.

Como nunca a los riscos de la sierra
Se aventura el viandante,
Imagina el pastor que de la tierra
Es el solo habitante.

No sabe del idioma de los hombres
Sino medias palabras,
Y llama a las estrellas con los nombres
Que le ha puesto a sus cabras.

Y así, a la luz vaga del lucero
En las cumbres aquellas,
Más que un pastor de cabras, el cabrero
Es un pastor de estrellas…

Federico Mistral 
(Trad. de T. Llorente)

viernes, 7 de diciembre de 2018

El desdén del oficio

Voy a hablarte del heroísmo en cualquier oficio y del heroísmo en cualquier aprendizaje.
Aquel hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana, ¿sabes, el de la cazadora color de tierra? No es un hombre honesto. A dulce, a fiado, a trabajador, a buen padre de familia pocos le ganan. Pero este hombre ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado.
Esto le da de qué vivir. Esto le ocupa las horas de la jornada. Y, sin embargo, él habla siempre con asco de su oficio y me dice: “–¡Si yo pudiera ser pintor! Pero me es indispensable dibujar esas tonterías para comer. ¡No mires los muñecos, chico, no los mires! Comercio puro…” Quiere decir que él cumple únicamente por la ganancia y que ha dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos, en lugar de llevar a la labor que le ocupa las manos del espíritu. Porque él tiene su faena por vilísima.
Pero dígote, hijo, que si la faena de mi amigo es tan vil, si sus dibujos pueden ser llamados tonterías, la razón está justamente en que él no metió allí su espíritu. Cuando el espíritu en ella reside no hay faena que no se vuelva noble y santa. Lo es la del caricaturista como la del carpintero, y la del que recoge las basuras, y la del que lleva las fajas para repartir un periódico a los suscriptores.
Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera, y también de limpiar de estiércol las plazas o de escribir direcciones que revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio y que no hay obra ni obrilla humana en la que no pueda florecer; es la manera de trabajar buena. La otra, la de menospreciar el oficio teniéndolo por vil, en lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral. El visitante de la cazadora color de tierra es, pues, un hombre inmoral porque no ama su oficio.
Hijo: tú eres un niño aún, pero ya hablo en ti a todas las almas jóvenes que están o han de estar pronto en estudio y en aprendizaje, y mañana en oficio, cargo o dignidad. A todos quiero decir la moral única en el estudio y en el aprendizaje, en el oficio, cargo o dignidad.
Además, nunca es tiempo perdido el que se emplea en escuchar con humildad cosas que no se entienden. Estas cosas trabajan los dentros y llega día en que el provecho se encuentra… Está, pues quieto.
Deja, niño, tus manos descansar en la mías. Mira con ojos extrañados salir de mi boca las palabras con un movimiento de labios y de dientes.
La palabra espíritu te la he de repetir mucho. Y tú me preguntarás tal vez, que cosa sea. Tú no la puedes saber de fijo y creo que yo tampoco. Pero bien está que hablemos de ello siempre que, si nosotros no la entendemos, él, el espíritu, a nosotros sí nos entiende y nos da mejor disposición a entendernos los unos a los otros y, por consiguiente, hacernos mejores.

Eugenio D´ors

martes, 4 de diciembre de 2018

El cumplimiento del deber

Muchas veces habrás oído decir, hijo mío, que no hay placer semejante al que produce la satisfacción del deber cumplido. Sin embargo, nosotros creemos que quienes eso dicen se equivocan, porque tenemos como verdad inconcusa que el cumplimiento del deber sólo termina para el hombre con la vida. La vida es acción, trabajo, movimiento, lucha. Cuando volvemos la vista hacia el pasado, no lo hacemos para deleitarnos estáticamente en la contemplación de la obra cumplida, sino para medir, por lo poco que hemos hecho, lo mucho que nos falta. ¿Cómo hemos de perder tiempo gozándonos en el minúsculo tesoro que nuestro pasado custodia, cuando nos ofrece el porvenir riquezas indefinidas que hemos de conquistar con nuestro esfuerzo? 
Estamos convencidos de que no es la posesión de las cosas la que proporciona placer, sino el deseo de ellas, aunque pueda parecernos doloroso; no es el pasado el que nos interesa sino el presente, y aun éste como promesa de porvenir. El recuerdo, por ejemplo, no es sólo el esfuerzo que hacemos por revivir lo que está muerto; recordar es proyectar una nueva luz sobre los acontecimientos vividos, apreciar con nuevo criterio multitud de detalles, observar y analizar algunos aspectos hasta entonces inadvertidos, acrecentar nuestra experiencia deduciendo las normas que han de reglar nuestra acción en el futuro. 
Paralelamente, cuando recorremos una colección de fotografías tomadas en un viaje, y señalamos en el mapa los lugares visitados, y evocamos las peripecias sufridas y los goces experimentados, ¿no viajamos en cierto modo de segunda vez? ¿No alentamos, acaso, en ese instante, el deseo de repetir nuestras andanzas? Luego, lo que nos hace felices, es el nuevo viajar imaginario, el nuevo desear la realidad futura. 
Vivir es viajar a través de los días, y su goce mayor no consiste en recordar el ayer sino en esperar el mañana llenando con nuestra actividad todas las horas del día de hoy. A esta constante utilización del momento presente se la llama cumplimiento del deber. 
Llena todos los minutos de tu vida, hijo mío; cada uno de ellos es una celdilla del panal maravilloso de tu existencia; cólmalos con la dulce miel de tu esfuerzo constante y provechoso; liba en todos los trabajos, en todas las ocupaciones en todos los oficios que la suerte te depare: en todos encontrarás, por ásperos que te perezcan, su poca de dulzura, como encuentran las abejas en todas las flores su gotita de néctar.