Muchas veces habrás oído decir, hijo mío, que no hay placer semejante al que produce la satisfacción del deber cumplido. Sin embargo, nosotros creemos que quienes eso dicen se equivocan, porque tenemos como verdad inconcusa que el cumplimiento del deber sólo termina para el hombre con la vida. La vida es acción, trabajo, movimiento, lucha. Cuando volvemos la vista hacia el pasado, no lo hacemos para deleitarnos estáticamente en la contemplación de la obra cumplida, sino para medir, por lo poco que hemos hecho, lo mucho que nos falta. ¿Cómo hemos de perder tiempo gozándonos en el minúsculo tesoro que nuestro pasado custodia, cuando nos ofrece el porvenir riquezas indefinidas que hemos de conquistar con nuestro esfuerzo?
Estamos convencidos de que no es la posesión de las cosas la que proporciona placer, sino el deseo de ellas, aunque pueda parecernos doloroso; no es el pasado el que nos interesa sino el presente, y aun éste como promesa de porvenir. El recuerdo, por ejemplo, no es sólo el esfuerzo que hacemos por revivir lo que está muerto; recordar es proyectar una nueva luz sobre los acontecimientos vividos, apreciar con nuevo criterio multitud de detalles, observar y analizar algunos aspectos hasta entonces inadvertidos, acrecentar nuestra experiencia deduciendo las normas que han de reglar nuestra acción en el futuro.
Paralelamente, cuando recorremos una colección de fotografías tomadas en un viaje, y señalamos en el mapa los lugares visitados, y evocamos las peripecias sufridas y los goces experimentados, ¿no viajamos en cierto modo de segunda vez? ¿No alentamos, acaso, en ese instante, el deseo de repetir nuestras andanzas? Luego, lo que nos hace felices, es el nuevo viajar imaginario, el nuevo desear la realidad futura.
Vivir es viajar a través de los días, y su goce mayor no consiste en recordar el ayer sino en esperar el mañana llenando con nuestra actividad todas las horas del día de hoy. A esta constante utilización del momento presente se la llama cumplimiento del deber.
Llena todos los minutos de tu vida, hijo mío; cada uno de ellos es una celdilla del panal maravilloso de tu existencia; cólmalos con la dulce miel de tu esfuerzo constante y provechoso; liba en todos los trabajos, en todas las ocupaciones en todos los oficios que la suerte te depare: en todos encontrarás, por ásperos que te perezcan, su poca de dulzura, como encuentran las abejas en todas las flores su gotita de néctar.
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