viernes, 17 de abril de 2020

Los niños

Niños, dulce bienandanza
De la tierra combatida:
Sois los tallos de la vida
Y la flor de la esperanza.

Vuestras almas aún no abiertas.
Como flores en botón,
Son las pocas dichas ciertas
Del humano corazón.

Vuestras frentes virginales,
Que no piensan como hombres,
Solo saben dulces nombres,
¡Cosas falsas e ideales!

Ignorancia que os enseña
La ciencia de la alegría,
Preciosa sabiduría
Del que ríe y el que sueña.

Soñad, reíd… sois cantores
Del alegre amanecer,
Paz dormida entre dolores,
Sueños que no han de volver.

Encarnación misteriosa
Del divino amor humano,
¡Flora del botón de rosa
Que riega materna mano!

¡Niños que estáis encantados
Por lunáticos beleños
Y mecidos y arrullados
Por la maga de los sueños;

Caritas blancas y rosas,
Ojos dulces que yo adoro,
Carcajadas luminosas
De cascabeles de oro!

Niños que tenéis la planta
De la fe en la inspiración,
Y un sil en el corazón,
Y un pájaro en la garganta.

Niños, fugitivo encanto,
Vuelo de luz y armonía,
Poesía pura, poesía
Sin mácula de lo santo.

Soñad, reíd… vuelen besos,
Risas y juegos queridos,
Con vuestros blancos vestidos
Y vuestros bucles traviesos.

Gustad todos los panales
Del gozo y de la ilusión,
¡Mariposas ideales
Del árbol del corazón!

Gustad toda la ambrosía
Sin dejar para nosotros
Una gota, pues no habría
Quien libera cual vosotros;

Que esa miel de varios nombres,
Solo en vosotros visible,
Es el eterno imposibles
La eterna sed de los hombres.

En la vida es vuestro el panal,
Y solo es nuestro el morir,
¡Agotad todo el rosal,
Mariposa del vivir!

J. Ortiz de Pinedo
Faro, pág 224

miércoles, 15 de abril de 2020

Arboles viejos

Hasta el árbol tronchado en el camino,
sin hojas y sin frutos y sin flores,
puede prestar asiento a los pastores
y un báculo ofrecer al peregrino.

Así el anciano de experiencia y tino
máximas da que evitan sinsabores:
y sin savia, ni aromas, ni colores,
cumple su ley y tiene su destino.

¡Oh labrador! Escucha mi consejo:
te debes resistir cual me resisto
a cortar ramas aunque estén desnudas

porque puede salir de un árbol viejo
quizá la cruz en que sucumba un Cristo,
quizá la rama en que se cuelgue un Judas.

José Santos Chocano. 
Estudiante Argentino, pág. 139

lunes, 13 de abril de 2020

El idilio de los viejos

Ella tiene el aire antiguo
De un labrado camafeo;
Ojos de color ambiguo
Y apagado centelleo.

Su fina cabeza breve
Semeja en el busto vago,
Una gardenia de nieve
Sobre la margen de un lago.

Él tiene rostro severo
De un anciano general,
Y se adivina al guerrero
Ante su paso marcial.

A lo lejos se oye un canto
Evocador de otros días,
Que más bien parece el llanto
De dulces melancolías.

¿Recuerdas, mi Juan? Murmuraba
La viejecita con calma;
Vibra en su voz la ternura,
Se asoma en su rostro el alma.

Él la contempla un instante,
Y como cuando era bello,
Imprime un ósculo amante
En su nevado cabello.

Y proyectadas sus sombras,
En los brumosos espejos,
Sin ruido, por las alfombras,
Vánse alejando los viejos.
Leopoldo Díaz
Faro, pág 116

miércoles, 8 de abril de 2020

Al amanecer

Blando céfiro mueve sus alas
Empapadas de fresco rocío...
De la noche el alcázar sombrío
Dulce alondra se atreve a turbar...
Las estrellas, cual sueños, se borran...
Sólo brilla magnífica una...
¡Es el astro del alba! La luna
Ya desciende, durmiéndose, al mar.

Amanece: en la raya del cielo
Luce trémula cinta de plata
Que, trocada en fulgente escarlata.
Esclarece la bóveda azul;
Y montañas, y selvas, y ríos,
Y del campo la mágica alfombra,
Roto el negro capuz de la sombra,
Muestran nieblas de cándido tul.

¡Es de día! Los pájaros todos
Lo saludan con arpa sonora,
Y arboledas y cúspides dora
El intenso lejano arrebol.
El oriente se incendia en colores...
Los colores en vivida lumbre...
¡Y por cima del áspera cumbre
Sale el disco inflamado del sol!

Pedro Antonio de Alarcón
Faro, pág 86

martes, 7 de abril de 2020

Efímera

“¡Mañana”, si, mañana, y aun mañana
Y después de ese seguirá otro día,
Corriendo todos con tenaz porfía
A perderse en la inmensa eternidad.

Asi pasan fugaces nuestras horas
En su curso monótono y medido,
Alumbrando el camino que al olvido
Conduce a la doliente humanidad.

Apenas llega un día y desvanece:
Efímero cual él, otro le sigue;
Y eterno el tiempo en su tarea prosigue
Arrollando a la vez lo que creo;

Y el hombre, convidado misterioso
De ese festín de muerte, pasa vano,
Como de arena imperceptible grano
Que el viento del desierto levanto.

M. Belzu de Dorado
Estudiante Argentino, pág. 156

lunes, 6 de abril de 2020

Tardes oscuras

Cielo que infundes con tu aliento frío
Profundo sueño a la otoñal floresta,
¡Cómo tu dulce languidez se presta
A la expansión del sentimiento mío!

No temo yo que tu seno umbrío
De pronto surja tempestad funesta,
Pues sólo –como un alma mal dispuesta
Eres terrible cuando estas vacio.

Opacando tu luz, se arremolina,
Como llanto que pugna, la neblina;
Mas tu le pones invisibles vallas.

Al mirarte tranquilo, aunque nublado,
Me pareces un ser infortunado
Que sufres mucho y sin embargo callas.

Felipe Alva 
Faro, pág 178

viernes, 3 de abril de 2020

La victoria

Ahogad, por Dios, entre el sensible pecho
La voz de la venganza,
Y no eleve sus himnos la victoria
Tras el rudo fragor de la batalla.

¡Ah! ¡no sembréis sobre el vencido campo
Desolación y lágrimas;
Que es indigno de un alma valerosa
Sepultarse entre el lodo de la infamia!

Y si se fuerza que el hombre se levante
Sobre ruina y matanzas
No surja para oprobio de sus triunfos
La acusadora imagen de la Patria!

¡Piedad! ¡piedad! ¡Cuando la sangre corre
Todo en la tierra calla,
Y no hay voz que profane los sepulcros
Que el hombre impío para el hombre cava!

¡Cuando chocan las olas impetuosas
Y ruge la borrasca
Hasta el cielo se viste de tristeza
Para ver el cadáver en la playa!

¡Cuando muere entre sábanas de fuego
La flor de la montaña,
Hasta el aura parece que solloza
En sus grietas, sombría, acongojada!

Sí; todo dice al corazón sensible
Que lave con sus lágrimas
El cadáver sangriento del que impío
Nuestra sangre en la lucha derramara.

Todo dice que el cielo es del piadoso,
Del que lleva en el alma
Un rayo de bondad para el caído
Que a todos mundos eleva la mirada.
Por eso Dios al corazón ha dado
De la oración las alas,
Para elevar sobre ella compasivo
El suspiro postrer de quién le llama.

¡Ah! ¡no entonéis sobre el vencido campo
Del triunfo la alabanza;
Que es entonces sacrílego y blasfemo
El que la muerte canta!

Rosendo Villalobos
Estudiante Argentino, pág. 135