Me agarra el aire por la nariz;
los perros ladran, un chico grita,
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra muele maíz.
Un mozo trae por el sendero,
sus herramientas y su morral;
otro, que agita su gran sombrero,
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.
Por las colinas, la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
allí el ganado las hojas muerde,
y hay, en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.
Sonando un cuerno curvo y sonoro,
pasa el vaquero, y a plena luz,
vienen las vacas y un blanco toro
con unas manchas color de oro
por los jarretes y el testuz.
Y la patrona, bate que bate,
me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con las tostadas y el requesón.
Rubén Darío
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