Entre los años 1840 y 1850, el viajero inglés William Mac Cann se dedicó a recorrer los despoblados territorios de la pampa húmeda. A caballo, a veces solo, otras acompañado, recogió en su diario de viaje todas las impresiones de una travesía sorprendente.
En mayo de 1847, el curio: so viajero cabalgaba por las orillas del río Samborombón, en la provincia de Buenos Aires. Como solía hacerlo, se detuvo en una estancia llamada Santa María a diez leguas de la actual ciudad de Chascomús. La estancia pertenecía al inglés Richard Blake Newton, quien recibió a su compatriota con honores.
Por la tarde, el huésped salió con el dueño de casa a hacer una recorrida por sus campos. A Mac Cann, que era muy observador de las cosas de nuestra tierra, le llamó la atención que los campos estuvieran alambrados. Era la primera vez que veía alambrados en la pampa.
Sorprendió al viajero que el alambre tuviera el grosor de un dedo. Ante la pregunta de su invitado, mister Newton respondió que había traído esta novedad de Inglaterra en su último viaje. Con el alambre no sólo se demarcaban los límites de cada propiedad, sino que se impedía que el ganado escapara.
El práctico invento se difundió con rapidez. Los dueños de estancia comprendieron la conveniencia del alambrado, incluso como defensa de los intrusos. Durante su gobierno, Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) instó a que se alambraran los campos para llevar un control más certero del patrimonio de cada propietario.
demarcar; pero hace un siglo no era tan común, por eso es natural que el aventurero Mac Cann lo destacara en su diario.
Revista Anteojito N° 1858, pp 9
19 septiembre 2000
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1858/page/n9/mode/2up
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