Después que Mario Nestoroff habló del mate,
lo mejor ya estuvo dicho.
Pero el no habló del cocido,
la taza humeante y verdecita
con sabor a colimba y pobrerío.
Ni del refrigerio de los empleados públicos
con algunos bizcochitos
pero exilado al exterior de los despachos,
al más allá de las alfombras
y del acondicionado aire.
El cocido se mimetiza
con solo una galleta arriba de un andamio,
y es celebración para la magia
de miles de ladrillos ordenados,
por el oficio, la cal y la plomada, allá,
en el medio del viento.
El cocido con leche es solidario,
desayuno y algo más, acá en el sur,
latinoamericano.
Es el que piden los pobres en los barrios,
cuando los políticos transitan
la geografía del voto y la promesa.
Una taza de cocido con leche y un pancito,
impiden en la escuela los desmayos,
y el tiritar de los niñitos pálidos
en frente de la misma enseña patria.
En nuestro corazón, sabemos, demasiado,
que esa bandera al flamear, saluda,
las maestras y a su sueño desvelado.
a los niños ansiosos de saber,
de galletas, de amor y de cocido.
A los que anhelan, simplemente,
con el trabajo de sus manos
alimentar a sus hijos.
Si los ministros, gobernadores, presidentes,
títeres asombrados de la
globalización, supieran,
de qué modo late un corazón de niño
frente a una taza de cocido.
O mejor si esos niños, un día,
saben como ser dignos, libres,
argentinos.
Eduardo Gómez Lestani
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