XII. PAUSA CINCO:
(PARA
EVACUAR OTRA
HISTORIA DE CORAJE)
Leonor, la cuchillera
(Borges, la mujer de la
historia que ahora le informo, se llamaba Leonor, como la madre de usted. Por
favor, que esa coincidencia no lo distraiga. Estuve por nombrarla de otro modo,
pero es que se llamaba Leonor).
Leonor, Leonor Astorga,
era una mujer de su casa como tantas otras. Tenía marido y un hijo en el
vientre cuando un mal día le golpearon la puerta para avisarle que su marido ya
no regresaría ni esa tarde ni ninguna otra. Lo encontraron boca abajo golpeado
por más de uno y con una gruesa aguja de coser colchones muy enterrada en el
cuello.
La aguja no sirvió de pista,
porque era elemento del oficio del difunto Astorga: él hacia colchones. Los golpes
que mostraba su pobre cuerpo eran de dos hombres por lo menos, porque un hombre
con mucho menos se conforma. En sus bolsillos no estuvieron no los pocos pesos
que llevaba, ni el reloj dorado por el oro y por el uso. Fue una muerte de mala muerte la de este hombre.
Leonor perdió al hijo
con aquella abrupta noticia. Más que pena sintió enojo por la flojedad de sus
carnes.
Casi no derramo lágrimas.
Eso sí, se insultó en voz alta.
El enojo al hizo
cambiar de hábitos y de vida. Decidió valerse por la suyas, trabajar como
cualquier hombre del diablo, insultar, escupir y ponerse áspera como la gente de
la zona (todo esto empezó a suceder en el año 1907, en un barrio orillero de la
ciudad de Rosario).
Hay que decirlo: al
principio Leonor Astorga tenía más deseo de averiguar que de vengarse. Pero con
los días las dos cosas fueron una.
Para su nueva vida no
quiso consuelo ni ayuda, salvo la de un cuchillo que empezó a acompañarla sin
feriados.
Una mujer con velocidad
y coraje para le menester del acero le parecerá inverosímil, Borges. Y es
razonable. En el barrio de La Flor
tampoco creyeron a Leonor. Para ser
mujer, como ella quería, iba a precisar más coraje todavía que el que hace
falta para ser bien hombre.
Pero estaba dispuesta.
El primer trabajo que
eligió no fue casual, un frigorífico. Y dentro de él las faenas más brutales,
las que tenían que ver con el degüello.
Su brazo derecho se fue
haciendo hombre.
Y muy hombre debió de ser para parir siete
hijos en once años. (Un caso parecido al de aquella pirata, Mary Read, la aguerrida viuda Ching).
Los siete hijos fueron
de padres indeterminados, según Leonor Astorga, sin padres que los merecieran.
Todos comieron comida
que nunca vendría del robo ni de la limosna.
Había que ser muy hombre para ser tan mujer, y Leonor resolvió
serlo, con el cuchillo cerca, muy a mano.
Tan entreverada con la
vida de un barrio notoriamente pendenciero como estaba, no le costó mucho
arrimarse a la pelea.
Varias veces sacó el
cuchillo, encendida. Al principio no le quisieron contestar, y no es muy seguro
que porque fuera una señora.
Cierta tardecita de un
alegre veinticinco de mayo patrio le metió un buen tajo a un displicente
muchachón que le puso una mano encima, y no en el hombro. A los dos días el
hermano del tajeado retornó a convencerla a cachetadas. Pero el cuchillo le
dejó la primera cachetada a mitad de camino. Ese fue su primer muerto.
Tuvo un gesto: se
arrodilló junto al muerto, le pasó la mano por la frente, y le dijo: No sé si serás uno de esos que matan de a
varios, pero en tus ojos se veía que eras capaz de esas hazañas. No se ha
perdido tanto…
Cambió de barrio la Astorga.
Pero a los hijos y a la fama se los llevó con ella. En adelante, cada vez que
sacó el cuchillo, nadie dudo a que iba
en serio, demasiado en serio. No hubo más remedio que respetarla como varón.
Con los años tres
masculinos más dejó en el camino. A los tres, al final, concluida la faena, les
pasó la mano por la frente y les arregló el desorden del pelo.
Sus hijos comían,
crecían, y la miraban.
Leonor Astorga siguió
con sus pasos hasta Bahía Blanca.
Las tres versiones que
certifican sus días coinciden, años más años menos, en que murió a eso de los
cuarenta y no de muerte natural. Aunque en realidad sí, murió de muerte natural, porque fue desplomada
por un cuchillo.
La versión con más
detalles sobre el final de la cuchillera Leonor está contaminada con algún
romanticismo, pero de todas formas creo que se merece la pena de esta transcripción.
Según ella, el último
enfrentamiento de Leonor fue con un
hombre que llevaba el cuchillo encima por hábito del tiempo y no por fervor del
coraje. Este hombre al parecer se indispuso con Leonor Astorga por dinero sin
importancia que un tercero había desviado.
En un momento del
altercado el hombre le dijo:
-Yo con mujeres gritonas no discuto.
Leonor le bramó:
-Si no quiere discutir, calladitos la boca dejemos que conversen los
cuchillos.
El hombre le contestó:
-Eso es otra cosa: si quiere peliar, peliemos, pero la ha de ser como
usted promete, calladitos a boca, señora.
Antes de que falleciera
el minuto siguiente había fallecido Leonor Astorga.
Pero antes aún de que
le bajara toda la oscuridad del mundo, alcanzó a decir al hombre:
-Venga, acérquese de una vez…
El hombre le hizo caso,
y se puso muy al lado de su rostro, y escuchó:
-Tarde me vine a encontrar con un hombre bien parado… pero más vale
tarde que nuca… venga, acérquese más, que ya no queda tiempo…
Él entendió. Y le puso
un beso en serio a la boca de ella. Supo que el beso le fue contestado.
Un torpe de esos que llegan
siempre tarde y no entienden nada, justo se asomó y le preguntó al hombre que
empezaba a guardar el cuchillo:
-¿Qué pasó, don Este?
-¿No ve? Se ha muerto mi mujer.
(Posdata: Otro detalle
de esta historia: ninguno de los siete hijos de Leonor Astorga practicó el oficio del coraje. Tuvieron una vida
acomodada a las buenas costumbres. La madre les había enseñado que eso del cuchillo
estaba sobrando y el coraje había que aplicarlo a otros menesteres. Fíjese,
Borges, qué cosa, ¡qué destino
insípido el de esos siete huerfanitos!).
Rodolfo E. Braceli (1979) “Don
Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” XII. Pausa cinco:
(para evacuar otra historia de coraje) pág. 71