domingo, 25 de febrero de 2018

Leonor, la cuchillera

XII. PAUSA CINCO: 
(PARA EVACUAR OTRA 
HISTORIA DE CORAJE)
Leonor, la cuchillera
(Borges, la mujer de la historia que ahora le informo, se llamaba Leonor, como la madre de usted. Por favor, que esa coincidencia no lo distraiga. Estuve por nombrarla de otro modo, pero es que se llamaba Leonor).
Leonor, Leonor Astorga, era una mujer de su casa como tantas otras. Tenía marido y un hijo en el vientre cuando un mal día le golpearon la puerta para avisarle que su marido ya no regresaría ni esa tarde ni ninguna otra. Lo encontraron boca abajo golpeado por más de uno y con una gruesa aguja de coser colchones muy enterrada en el cuello.
La aguja no sirvió de pista, porque era elemento del oficio del difunto Astorga: él hacia colchones. Los golpes que mostraba su pobre cuerpo eran de dos hombres por lo menos, porque un hombre con mucho menos se conforma. En sus bolsillos no estuvieron no los pocos pesos que llevaba, ni el reloj dorado por el oro y por el uso. Fue una muerte de mala muerte la de este hombre.
Leonor perdió al hijo con aquella abrupta noticia. Más que pena sintió enojo por la flojedad de sus carnes.
Casi no derramo lágrimas. Eso sí, se insultó en voz alta.
El enojo al hizo cambiar de hábitos y de vida. Decidió valerse por la suyas, trabajar como cualquier hombre del diablo, insultar, escupir y ponerse áspera como la gente de la zona (todo esto empezó a suceder en el año 1907, en un barrio orillero de la ciudad de Rosario).
Hay que decirlo: al principio Leonor Astorga tenía más deseo de averiguar que de vengarse. Pero con los días las dos cosas fueron una.
Para su nueva vida no quiso consuelo ni ayuda, salvo la de un cuchillo que empezó a acompañarla sin feriados.
Una mujer con velocidad y coraje para le menester del acero le parecerá inverosímil, Borges. Y es razonable. En el barrio de La Flor tampoco creyeron a  Leonor. Para ser mujer, como ella quería, iba a precisar más coraje todavía que el que hace falta para ser bien hombre.
Pero estaba dispuesta.
El primer trabajo que eligió no fue casual, un frigorífico. Y dentro de él las faenas más brutales, las que tenían que ver con el degüello.
Su brazo derecho se fue haciendo hombre.
Y muy hombre debió de ser para parir siete hijos en once años. (Un caso parecido al de aquella pirata, Mary Read, la aguerrida viuda Ching).
Los siete hijos fueron de padres indeterminados, según Leonor Astorga, sin padres que los merecieran.
Todos comieron comida que nunca vendría del robo ni de la limosna.
Había que ser  muy hombre para ser tan mujer, y Leonor resolvió serlo, con el cuchillo cerca, muy a mano.
Tan entreverada con la vida de un barrio notoriamente pendenciero como estaba, no le costó mucho arrimarse a la pelea.
Varias veces sacó el cuchillo, encendida. Al principio no le quisieron contestar, y no es muy seguro que porque fuera una señora.
Cierta tardecita de un alegre veinticinco de mayo patrio le metió un buen tajo a un displicente muchachón que le puso una mano encima, y no en el hombro. A los dos días el hermano del tajeado retornó a convencerla a cachetadas. Pero el cuchillo le dejó la primera cachetada a mitad de camino. Ese fue su primer muerto.
Tuvo un gesto: se arrodilló junto al muerto, le pasó la mano por la frente, y le dijo: No sé si serás uno de esos que matan de a varios, pero en tus ojos se veía que eras capaz de esas hazañas. No se ha perdido tanto…
Cambió de barrio la Astorga. Pero a los hijos y a la fama se los llevó con ella. En adelante, cada vez que sacó el cuchillo, nadie dudo a que iba en serio, demasiado en serio. No hubo más remedio que respetarla como varón.
Con los años tres masculinos más dejó en el camino. A los tres, al final, concluida la faena, les pasó la mano por la frente y les arregló el desorden del pelo.
Sus hijos comían, crecían, y la miraban.
Leonor Astorga siguió con sus pasos hasta Bahía Blanca.
Las tres versiones que certifican sus días coinciden, años más años menos, en que murió a eso de los cuarenta y no de muerte natural. Aunque en realidad sí, murió de muerte natural, porque fue desplomada por un cuchillo.
La versión con más detalles sobre el final de la cuchillera Leonor está contaminada con algún romanticismo, pero de todas formas creo que se merece la pena de esta transcripción.
Según ella, el último enfrentamiento  de Leonor fue con un hombre que llevaba el cuchillo encima por hábito del tiempo y no por fervor del coraje. Este hombre al parecer se indispuso con Leonor Astorga por dinero sin importancia que un tercero había desviado.
En un momento del altercado el hombre le dijo:
-Yo con mujeres gritonas no discuto.
Leonor le bramó:
-Si no quiere discutir, calladitos la boca dejemos que conversen los cuchillos.
El hombre le contestó:
-Eso es otra cosa: si quiere peliar, peliemos, pero la ha de ser como usted promete, calladitos a boca, señora.
Antes de que falleciera el minuto siguiente había fallecido Leonor Astorga.
Pero antes aún de que le bajara toda la oscuridad del mundo, alcanzó a decir al hombre:
-Venga, acérquese de una vez…
El hombre le hizo caso, y se puso muy al lado de su rostro, y escuchó:
-Tarde me vine a encontrar con un hombre bien parado… pero más vale tarde que nuca… venga, acérquese más, que ya no queda tiempo…
Él entendió. Y le puso un beso en serio a la boca de ella. Supo que el beso le fue contestado.
Un torpe de esos que llegan siempre tarde y no entienden nada, justo se asomó y le preguntó al hombre que empezaba a guardar el cuchillo:
-¿Qué pasó, don Este?
-¿No ve? Se ha muerto mi mujer.

(Posdata: Otro detalle de esta historia: ninguno de los siete hijos de Leonor Astorga practicó el oficio del coraje. Tuvieron una vida acomodada a las buenas costumbres. La madre les había enseñado que eso del cuchillo estaba sobrando y el coraje había que aplicarlo a otros menesteres. Fíjese, Borges, qué cosa, ¡qué destino insípido el de esos siete huerfanitos!).

Rodolfo E. Braceli  (1979) “Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo” XII. Pausa cinco: (para evacuar otra historia de coraje) pág. 71

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