sábado, 8 de febrero de 2014

El mirasol

Una planta sin gracia, con las hojas ásperas, con un tallo algo débil que se eleva como buscando luz. Sigue al sol a través de su curso por el cielo. De noche se entristece con la sombre que se hace a su alrededor.
-¡Cielo, dale gracia! -ruegan el sauce, el pino y la calandria.
-¡Dale gracia! -repiten la paloma, la rosa y el rocío.
Y como nadie puede desoir la palabra de los buenos, el cielo se conduele de la planta.
Conversa con la luna, con el sol, con los luceros. Pide parecer a las nubes. Llama en su ayuda a la estrella del pastor. Interroga al viento.
-La forma de mi cuerpo...
-Mi color...
-Mis vértices...


Y una mañana, antes de la llegada del alba, la planta luce un disco redondo como la luna, con hojitas doradas como el sol, lleno de semillitas como puntas de estrellas. Y a la aurora gritan los picos de los benteveos:
-¡El cielo nos ha escuchado! ¡La planta que no tenía gracia ya la tiene!


-¡Y mira al sol! ¡Y mira al sol!
De allí su nombre. Y de aquí la alegría del prado verde que ahora, como el cielo, puede lucir un sol.

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