sus ramas eleva erguido;
en ellas columpia un nido
en que duermen tres polluelos.
Son hijos de un ruiseñor, que en la tarde sosegada,
en la noche, en la alborada,
les canta endechas de amor.
Un rapazuelo atrevido,
destructor, inquieto y malo,
ató una escarpia en un palo
para derribar el nido.
Ya la alzaba con sus manos,
cuando enternecido pecho
le gritó: “Piensa en el lecho
en que duermen tus hermanos
Piénsalo un instante y di:
¿Qué hiciera yo, qué esperara,
si un ladrón así matara
a tus hermanos y a ti?”
Volvió el rostro con enojos
y halló a su madre el rapaz,
que, con tristeza en la faz
y un mar de llanto en los ojos,
-“Deja tales desvaríos,
le dice; los seres buenos
cuidan los hijos ajenos
como yo cuido los mios.
Ese nido es un hogar;
no lo rompas, no lo hieras;
se bueno y deja a las fieras
el vil placer de matar.”
Juan de Dios Peza
“El hogar de todos” pá. 65
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