Un alto en el campo Prilidiano Pueyrredón |
El paraje es desierto y solitario; un mar de verdura nos rodea y nuestro rancho se pierde en este océano inmenso cuyo horizonte es sin límites. Aquí no se ven, como en otras regiones, ni montañas de nieve sempiterna, ni carámbanos gigantescos, ni cataratas espumosas desplomándose con ruido espantoso entre las rocas y los abismos. La naturaleza no presenta variedad no contraste; pero es admirable y asombrosa por su grandeza y majestad. Un cielo sereno y transparente, enjambres de animales de diversas especias, paciendo, retozando, bramando en estos inmensos campos, es lo que llama la vista, despierta la imaginación.
He notado en mi tránsito que las gentes son sencillas y hospitalarias; siempre me han dado alojamiento en lo interior de sus reducidas chozas, como si no fuese un desconocido. Mis huéspedes me han hecho el mismo acogimiento y me han cobrado en dos días una afección y un cariño que no he podido adquirir con un trato largo y continuo en las ciudades.
Esteban Echeverría
“El hogar de todos” pág. 57
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