Todos los niños tienen un amigo silencioso del que no hacen caso y que les prestaría infinidad de servicios si se acostumbraran a interrogarlo: es el diccionario.
No creáis que sea difícil de consultar: es cuestión de un poco de costumbre; los diccionarios son como las personas: no les agrada que los dejen olvidados y arrinconados; por eso, si no lo abrís sino rara vez, el vuestro se presta de mala gana a contestar, se le pegan las hojas y se esconde la palabra buscada en algún rincón donde cuesta mucho descubrirla.
Pero en cuanto vea el diccionario que su dueño o su dueña lo consulta continuamente, como a un buen amigo en quien se tiene confianza, veréis que amable se vuelve, como se abren las páginas solitas en la palabra misma que hace falta y cuantas cosas interesantes os dice, y que ayuda tan eficaz os presta para aprender las lecciones.
¿Por qué os cuesta tanto, a veces, aprender una lección cualquiera? Pues sencillamente porque no habéis comprendido, sino confusamente, algunas palabras y en vez de representar estas una idea clara, no evocan más que una imagen vaga que se borra muy fácilmente a pesar de que las repitáis infinidad de veces, porque cuesta mucho fijar en la memoria lo que no hemos fijado antes en la inteligencia.
A la imagen confusa substituirá el diccionario una noción clara; gracias a ella percibiréis la relación estrecha que existe entre las diferentes ideas, y entonces no se escaparán las palabras de pronto, dejando un hueco imposible de llenar y obligándoos a callar.
Cada palabra es como una cajita misteriosa que encierra varias ideas diferentes: el diccionario descorrerá el velo que esconde todas esas ideas y enriquecerá vuestra inteligencia. Es un amigo siempre pronto a respondes a todas vuestras preguntas y a enseñaros infinidad de cosas. No lo dejéis, pues, en olvido y veréis que generosamente os paga el interés que le demostréis.
“El hogar de todos” pág. 50-51
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