Con mi mano en la tuya,
madre querida,
voy haciendo un camino:
el de mi vida.
Si al paso nos sorprende
alguna pena,
eres tú quien la enfrenta
y en ti se queda.
Mas si ves asomarse
una alegría,
me la das a mi toda,
para que ría.
No ambicionas ni buscas
mejor regalo
que la dicha que pueden
darme tur manos.
Lunita de Plata,
pág. 114
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