¿quién os manchó la camisa?
--Madre, las moras del zarzal.
Nos dijo Moisés hace mucho tiempo que Adán y Eva, la primera pareja, hicieron algo tan reprobable y nefando que se les "abrieron sus ojos y, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones" (Gén 3:7). Instituyó Moisés con las hojas de higuera el primer mecanismo de desplazamiento: se guardaban las partes pudendas, causadoras de la ansiedad, se detenía la mirada y se entretenía la imaginación en las hojas que las cubrían. Ocultada la realidad del sexo a los ojos, quedaba la imaginación liberada para fantasear sobre lo oculto, engalanarlo y embellecerlo. El Marqués de Santillana, en la primera definición romance de poesía, decía de ésta ser "un fingimiento de cosas útiles, cubiertas de una fermosa cobertura."
Movidos del pudor, cubrieron los primeros padres de la civilización occidental sus genitales. Otros padres que les siguieron, muchísimos educadores, teólogos, moralistas, poetas y escritores, hijos de aquellos, movidos de semejante recato, ocultarían a los oídos el desnudo apelativo de los órganos de la generación y de las operaciones del amor. Un amor que de continuo se hace y se deshace, y que al hacerse y deshacerse se siente tan intensamente que obliga a gritar muy alto. Ahora bien, la represión cultural de ese amor ha sido tal, que nos sentimos obligados a amortiguar el grito. De los órganos y operaciones que conducen a su realización, en el lenguaje del buen gusto, no se puede o no se debe hablar, si no es con circunlocuciones y eufemismos, con metonimias, metáforas y símbolos. Modelo del buen gusto a que me refiero es el lenguaje de esta muchachita de nuestra lírica tradicional, que explica a su madre el quebrantamiento del himen:
Decidme, hija garrida,
¿quién os manchó la camisa?
--Madre, las moras del zarzal.
--Mentir, hija, mas no tanto,
que no pica la zarza tan alto.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 553.
Las metáforas, eufemismos y símbolos, las "hojas de higuera" del lenguaje ruboroso y circunlocucional, ni sofocaron la concupiscencia, ni paralizaron las pulsiones del sexo, ni mermaron la potencia de los órganos de la reproducción. Sólo se dejó de ver la realidad y se dejó de oír el nombre propio. Se velaron celosamente los orificios inferiores de nuestro tronco, pene, vulva y ano, y se impidió su cándida exposición a la mirada y su mención sin ambages en la escritura y en la conversación. En un extremo de las circunlocuciones y metáforas se colocaron muchos de los teologizantes, no faltando moralistas de burda lengua que, horrorizados y asqueados del sexo, enseñaban a sus alumnos que nacemos todos inter urinas et feces. Hubo poetas, al otro extremo, que con más delicadeza de expresión, aunque no con mayor propiedad, preferirían ilusionarnos con la imagen de la desapasionada cópula, rúbea y perfumada, de una rosa y un clavel, o de una rosa y un lirio:
Esposo y esposa
son clavel y rosa.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 465.
A la rosa del campo
la dijo el lirio:
quién pudiera esta noche
dormir contigo.
Torner, núm. 123.
Con la censura y la prohibición del nombre propio de los genitales y de sus operaciones, se le abrieron las puertas a la fantasía del bardo y a las fantasías de su público. Se evitó y proscribió su apelativo, para provocar la referencia a las partes y sus operaciones con una inmensa multitud de nombres traslaticios, de imágenes y símbolos. Los poetas se volvieron muy sutiles en sus representaciones, como sutil se volvió el pueblo en su interpretación. En algunos casos, por concentrarnos en nuestra poesía tradicional, el falo fue representado por el calcañar, como puede apreciarse en este villancico recopilado por Juan Vázquez:
No sé que me bulle / en el calcañar,
no sé que me bulle / que no puedo andar.
Yéndome y viniendo / a las mis vacas,
no sé que me bulle / entre las faldas,
que no puedo andar, / no sé que me bulle
en el calcañar.
Magariños, pág. 353.
En otros, el falo fue representado por una espina:
¡Ay, mezquina,
que se me hincó una espina!
¡Desdichada,
que temo quedar preñada!
Alín, núm. 571.
En multitud de fantásticos relatos el falo fue representado por el pie y por una yerba; el coito, por la acción de pisar. El más antiguo que conocemos en castellano es el del milagro 21 de la Virgen, "La abadesa embargada"; su autor, el primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, dice así:
...la abbadesa cadió una vegada,
fizo una locura qe es mucho vedada;
pisó por su ventura yerva fuert enconada,
quando bien se catido fallóse embargada (507).
¿Se trataba de una yerba cualquiera? Era una yerba especial, tratarían de aclarar las coplas del cancionero popular. En alguna de ellas se identificaban sus colores:
En mi huerto hay una yerba
blanca, rubia y colorada;
la dama que pisa en ella
della queda embarazada.
Menéndez y Pelayo, t. X, pág. 105, n. 39.
En otras coplas se la nombraba por su propio nombre: la borraja.
Hay una yerba en el campo
que se llama la borraja;
toda mujer que la pisa
luego se siente preñada.
Durán, pág. 666
Tanta fama adquirió la potencia empreñadora de esta planta, que entró a formar parte de los juegos populares de acertijos y adivinanzas:
Una mujer me pisó
y por mó de mí parió;
cayó mala la mujé
y con mi fló la curé.
¿Qué yerba yerbita es?
--La borraja.
Rodríguez Marín, Cantos..., t. I, pág. 231.
Los españoles que salieron de su patria para instalarse en el Nuevo Mundo, llevaron consigo la poesía y el saber, los avisos y amonestaciones del Viejo, sin dejar atrás, claro está, los referentes a materias tan transcendentales como las del origen de la vida. En una zamacueca chilena se advertía a las doncellas:
'Ay una yerba en el campo
de la vorraja yama'a,
toda mujier que la pisa
se siente ar tiro preña'a.
Mucho cúida'o, niña,
con la vorraja,
porque no tiene espina'
y tam'ién crava.
Y tam'ién crava, sí,
yerva marva'a,
que cuando una la pisa
que'a preña'a.
A los muchos que desconozcan qué es la famosa borraja les convendrá saber que, según la seria explicación del Diccionario de Autoridades, es una yerba "cubierta de pelos ásperos y punzantes."
¿Creía el pueblo castellano en la concepción por el pie y en la potencia empreñadora de la yerba? Las creencias en algún tipo de embarazo mágico datan de la más remota antigüedad y se extienden por todo el globo terrestre; muchas de ellas siguen aún hoy vigentes entre algunas tribus de rudimentario estado cultural. En el lentísimo proceso de su civilización, deberemos comprender, le llevó a la humanidad mucho tiempo hasta poder relacionar el nacimiento de un pajarito, de un animal o un bebé con una acción previa realizada por el macho, mayormente cuando esa acción había tenido lugar muchos meses antes del parto. El embarazo de la hembra, fuera humana o animal, se atribuía en la imaginación popular a las causas más peregrinas: al viento, al sol, a la luna, a las estrellas, al fuego, o a sustancias animales y vegetales que las hembras ingerían. La concepción, en muchos de los casos, se creía haber tenido lugar por el contacto con el agua o a través del ojo.
Un fenómeno muy celebrado en varias culturas es el de la concepción por la oreja, que en el caso de la Virgen María fue revestido por los Santos Padres y sucesivos escritores cristianos de los mayores adornos de sublimación y sobrenaturalidad.
Entre las muchas leyendas, no faltan las de mujeres que concibieron por el pie. En la vieja China se contaba de una virgen que concibió al pisar la huella de un dios.
En el norte de Australia hay aborígenes que creen que el niño-espíritu penetra en las mujeres por debajo de las uñas de los dedos de los pies.
En España las alusiones al embarazo de la mujer por haber pisado ésta una yerba, son relativamente abundantes, y ni pertenecen a recónditos tratados de la antigüedad, ni se transmiten en lenguaje mágico o esotérico. El tono de estos relatos es de lo más sencillo, y su vehículo de propagación es el de mayor popularidad en nuestras letras: la lírica tradicional. Nos hacen pensar tan repetidas alusiones que el bardo y el pueblo castellano se encontraban particularmente fascinados por este tipo de embarazo. Daniel Devoto, en su estupendo trabajo arriba mencionado, se refiere a tal fenómeno como "creencia." María Rosa Lida, recelosa de hacer creer a Berceo en tal fenómeno, atribuía al relato intencionalidad un tanto jocosa, conjeturando que nuestro primer poeta de nombre conocido no podía menos de "guiñar humorísticamente el ojo a su auditorio"
Para mí, como voy a exponer aquí, Berceo y todos los posteriores cantores castellanos ni trataban de dar a conocer o propagar la creencia en algún tipo de embarazo mágico, ni lo que contaban -aunque su estilo no esté exento de cierto humor- lo contaban con intencionalidad jocosa. Trataré de enriquecer la aportación crítica de Daniel Devoto con nuevas referencias que hasta ahora parecen haber pasado desapercibidas. Trataré de delinear la vieja ascendencia cultural del pie y sus operaciones como eufemismos por los genitales y sus funciones. Pasaré luego a revisar los vestigios de esos eufemismos que parecen sobrevivir hoy día, de manera más o menos camuflada, en el lenguaje coloquial, dichos, dicharachos y refranes, no sólo los de España, sino también los de otras culturas. En esa amplia perspectiva de pie-falo, tanto las viejas leyendas como nuestros relatos líricos y las expresiones de nuestro coloquio se aclararán en cumplida integración.
Mi interpretación, si parece distanciarse de la crítica moderna, es para aproximarse a la de aquella sabia madre del poemita citado al comienzo de este trabajo, la que oyó a su hija relatar cómo la mancha de su camisa se debió a las moras del zarzal. Ni así lo creyó la madre, ni así lo creía la hija. Y no se ven indicios de jocosidad en el diálogo. Madre e hija empleaban un lenguaje de formas desplazadas: se evitaba (mientes, dijo la madre) la mención explícita de las partes anatómicas (la vagina y la sangre, en este caso concreto), y se detenía la atención en el vestido la camisa, entretenida en la fermosa cobertura del mundo vegetal. El lenguaje desnudo, con el que pudo haber descrito el flujo del menstruo o la ruptura del himen, tan desagradable y traumático fenómeno físico para la tierna doncella, quedó desplazado por un lenguaje circunlocucional y metafórico, sí, pero lenguaje que podía entender sin dificultad cualquier madre castellana. Se trataba de un lenguaje aceptado y consagrado ya culturalmente en su simbolización fálica: mancha (contrástese con la Inmaculada), moras, zarza (con sus espinas), pica y tan alto (alto, sinónimo de hondo).
El simbolismo fálico de espina y picar el de espina y clavar de la otra selección del cancionero nos resultará a todos nosotros fácil de reconocer. De ahí que ni se nos ocurra pensar que la 'mezquina' de la copla temiera en serio de quedar preñada por los efectos de la espina, o que el recitador tuviera que guiñar el ojo a su auditorio. Por otro lado, el pisar-con-el-pie una yerba parece haber perdido para gran parte de los lectores modernos la obvia simbolización fálica de que está revestida la espina que se hinca. No para Berceo o su pueblo. Ni el primer poeta de su abadesa ni los otros bardos de sus damas creían que por pisar una yerba fueran éstas a quedar embarazadas (téngase en cuenta que el milagro para Berceo no consistió en el modo de la concepción, sino en la resolución del caso). Nuestro primer poeta de nombre conocido y los anónimos del cancionero, en la mención de la hierba, se valían de un lenguaje que, como el la espina, había quedado desplazado, pero que también, como el de la espina, podía ser aceptado y entendido fácilmente en su significación simbólica.
[...]
Miguel Garci-Gómez
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