viernes, 18 de noviembre de 2022

El jardin

Era ya muy tarde cuando el llamador de la puerta de la clínica para enfermos nerviosos dejó oír su voz estridente. Con una sensación que era mezcla de fatiga y expectación, el doctor Lars oyó los pasos de la enfermera de tumo dirigiéndose hacia la sala de guardia por el largo corredor blanco. Hacía ya varios días que un pertinaz insomnio torturaba al médico, y el trabajo comenzaba a tornarse pesado, agobiador. Sin embargo, siempre quedaba la esperanza de que llegara el caso esperado. Por eso continuaba en su puesto, estoicamente.
En el consultorio externo aguardaba el desconocido. Era un hombre de rostro pálido, desencajado, encerrado en un silencio hosco, sentado con el aire de quien no puede sostenerse en pie.
Lars comenzó con el interroga torio de práctica, para obtener tan sólo respuestas monosilábicas, desganadas. Hasta que de pronto cuando el reloj de pared del consultorio comenzó a dar las diez de la noche, el hombre pareció salir de un trance. Con un gemido se incorporó y se acercó al escritorio del médico.
—Me dijeron que usted puede ayudarme, doctor. Por eso vine. Pero temo que todo sea inútil. Ya se acerca la hora y siento sueño nuevamente... y no quiero dormir... ¡no puedo volver a soñar con “aquello”!
Con un aplomo totalmente falso, pues una excitación creciente amenazaba transparentarse en su voz, el médico se echó hacia atrás en su sillón y esbozó una sonrisa profesional:
—¡Tranquilícese! —dijo con voz clara—. Trate de coordinar sus ideas y dígame por qué no quiere dormir... ¿qué es lo que sueña?...
¿Por qué? ¿Por qué un hombre no puede dormir? ¿Por qué “no quiere” hacerlo?
—Es por la pesadilla, doctor. Vuelve noche tras noche como insistencia aterradora, y en los momentos de vigilia su recuerdo se apodera de mi mente hasta tal punto que temo cerrar los ojos. Pero es inútil. Pese a todo, al caer la noche me precipito en un sopor profundo, como si otra voluntad más fuerte se adueñara de la mía, y todo recomienza...
Lars se agitó en su asiento.
—¿Puede recordarlo en todos sus detalles?
—¡Es horrible!
El hombre había inclinado su cuerpo hacia adelante y se advertía la enorme vena azul que cruzaba su cuello.
—No consigo olvidar el menor detalle... Comienza siempre igual. La puerta se abre al cerrar yo los ojos, y me hallo transportado a otras dimensiones, otros mundos con diferente sentido del espacio y el tiempo... es una puerta vieja, de hierro forjado, con cristales de colores adornándola en filigranas rojas, verdes, amarillas... que conozco perfectamente pese a divisarlas por sólo una fracción de segundo. Una angustia inconcebible me domina apenas entro y la puerta se cierra a mis espaldas, y el terror profundiza sus hálitos en mi espíritu. No sé por qué tengo miedo; tal vez por lo que voy a hacer. El jardín está totalmente abandonado. Malezas y yuyos crecen a lo largo de sus canteros, ahogando manojos de flores que se han vuelto salvajes. En el centro, una fuente de piedra llena de agua verduzca, con vegetación podrida que produce borbotones de gases en la turbia superficie. Una palmera degenerada que ha ido perdiendo poco a poco su forma jónica para caer y convertirse en una planta rastrera, llena de brotes malignos que hacen más horrible su aspecto casi humano de miseria física, se arrastra junto a la fuente proyectando en ella su forma enfermiza. Sobre el lugar revolotean docenes de pájaros enormes, oscuros. Pero son mudos, ni cantan ni gritan.


Solamente planean y miran. Yo sigo caminando, adentrándome en el espantoso lugar. Y los pájaros revolotean, silenciosos como el agua estancada y la sombra torturada de la palmera enferma. Sin apresurarme, con paso vacilante, presintiendo ya el horror que me aguarda, camino entre las hierbas, que ondulan como cabellos de mujer. Lo que hace al abandonado jardín tan escalofriante no es ni el silencio ni la total ruina. Es el presentimiento, que crispa los nervios y los pone tensos como las cuerdas de un violín satánico. De pronto, algo se mueve bajo mis pies. Es un tortuga artística y de mirada miope que avanza lentamente. Entonces veo, los pies apuntando hacia el cielo, calzados con gruesos zapatos deportivos, los pantalones claros manchados con algo oscuro que no es barro... y más allá, siguiendo una línea tétricamente horizontal, el cuerpo. Hojas marchitas forman un rojizo sudario que cubre el rostro. Impelido por una fuerza incontenible, imposible de definir, ansiando huir pero sin poderlo hacer, sigo adelante. Necesito saber, averiguar la identidad del muerto oculto en el jardín abandonado. Pero no lo logro. Todo se oscurece y lo único que capto es un torbellino de hojas secas que giran, giran sin cesar. Y chacales gigantescos que cruzan un firmamento negro, aullando enloquecidos. Entonces despierto, cubierto por una transpiración fría, enterrado, haciendo esfuerzos para saber dónde me hallo, sin comprender con seguridad cuál es mi vida real y dónde termina el sueño para dar paso a la verdad tangible y la cordura —el hombre se interrumpió un instante. Su voz se había tomado aguda—¡Me deslizo por la cuesta viscosa de la locura, doctor ¡nadie puede salvarme!
Lars parpadeó y dejó de lado la estilográfica de oro con que tomara algunas botas.
—Nosotros lo ayudaremos —dijo con acento cordial— Tendré que internarlo, naturalmente... pero antes una última pregunta. ¿Cómo interpreta usted la repetición constante de su pesadilla?
El rostro del hombre se tornó lívido.
—No es una pesadilla, doctor, a veces creo que es un presagio. Lo único que me falta es llegar a la cabeza y saber.
—¿Si? —el médico hizo un ges- :o para alentarlo a hablar— ¿Qué cosa?
—Me falta saber quién es el muerto del jardín abandonado, doctor... temo estar a punto de convertirme en un asesino... ¡qué sé yo!
Consultando su reloj. Lars se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
—Venga —invitó el hombre—. Vamos a hablar con la recepcionista para que le den una habitación. Esta noche tomará un sedante y no soñará... mañana comenzaremos con su tratamiento.
El hombre siguió al médico con la cabeza gacha arrastrando los pies. Pero al llegar a la galería interior de la clínica se detuvo bruscamente y sus ojos adquirieron la misma mirada vidriosa que tuviera mientras narraba su sueño. Con una mano larga y pálida señaló hacia adelante.
—¿Qué es eso? —inquirió.
Lars miró. Una vieja puerta de hierro, con cristales de colores, resaltaba sobre la blanca pared.
—Un patio interno —contestó—. Desde que esta casona se convirtió en clínica está clausurado.
El hombre nada dijo. Con movimientos convulsivos se acerco a la puerta y la abrió sin dificultad alguna. El médico frunció el ceño y lo siguió sin hablar.
Con pasos desesperadamente lentos, el hombre penetró en el patio interior de la clínica. En realidad no era tal patio, sino un viejo jardín cubierto por malezas y hojarasca. Sus rosales se habían convertido en algo agresivo y salvaje, que luchaba por ja vida contra las altas hierbas. En el centro, junto a una fuente de piedra deteriorada, llena de agua verduzca mezclada con restos de vegetación podrida, algo, que en otra época debió ser una palmera, se arrastraba angustiosamente.
El ambiente era depresivo, y cuando una tortuga anquilosada pasó junto a su pierna, el hombre se sobresaltó. Con ojos tremendamente abiertos se volvió hacia el médico.
—¿Comprende lo que quise decirle? —susurró con voz helada—. No era un sueño... Y ahora lo sé... lo sé... ¡Ahora sé quién era el muerto del jardín abandonado! ¡Ya no volveré a soñar!
La afilada navaja se abrió, y su hoja brilló un instante bajo la fría luz de la luna otoñal.
El grito fue espantoso. Luego hubo un intenso silencio.

* * *

Y así lo encontraron, con la ensangrentada navaja abierta, parado junto al cadáver, los ojos vidriosos y una sonrisa inexpresiva en sus labios.
—¡Cielos! —exclamó la horrorizada enfermera—. ¡Doctor Lars! ¿Qué ha hecho?
Lars se volvió hacia ella y señaló los botines de golf que calzaba el muerto.
—Terminé con su pesadilla y con la mía... ahora podré volver a dormir tranquilo, sin temor a seguir soñando con su llegada... —su sonrisa se transformó en algo horroroso—. Ya nunca volvéremos a soñar, señorita... ¡porque ahora él y yo sabemos quién es el muerto del jardín abandonado!
Las nubes, como negros chacales siniestros, ocultaron nuevamente el rostro otoñal de la luna.

Cuento de Alfredo Julio Grassi y F. W. Seymour
Revista Vea y Lea, 25 de abril 1963 N°411, pp. 60-62

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