Las autoridades centrales enviaron a los funcionarios de Capibara-Cué una comunicación pidiéndoles intensificaran sus esfuerzos para combatir el cuatrerismo que ocasionaba grandes pérdidas a los estancieros de la zona, Don Frutos Gómez, el oficial sumariante Arzásola y el cabo Leiva comentaban la circular, en el patio de la comisaría, mientras giraba el mate su ronda cordial en un tranquilo amanecer sólo interrumpido por el lejano mugido de la hacienda o el repentino y áspero chirrido de una bandada de loros que dejaba sus nidos en busca de un maizal.
—Lo peor —decía el comisario—, es que aura loj van a correr´e tuitos laos y van a querer venir a robar por estos lugares.
—Y en la estancia'e loj ingleses los novillitos y las vaquillonas coloradas están lindazos... —agregó Leiva,
—La cercanía de la laguna Iberá con sus tupidos pajonales y sus misterios favorece sus propósitos —expresó el oficial.
—Tenes razón, che oficial —confirmó don Frutos—. Los cuatreros en cuanto roban una punta’e cabezas ´e ganao se largan pa los esteros que están allí no más y deseguída se ¿entran pa las islas del interior ande no se los puede dir a campíar.
—Habría que vigilar los caminos que conducen a ella para impedir que se internen en esos lugares.
—Sí, pero, ¿de ande sacas tanta gente? La laguna Iberá es muy grandota y la gente que tenemos es poca. Endemá ya se vienen las fiestas´l pueulo y vamoj a estar muy ocupaos con la vigilancia.
— ¡Cosa grande nicó es la laguna Ibera! —terció el cabo—- Usté no vas a creer, che oficial, pero adentro hay una víbora tremenda que le llaman apalaba que se traga la gente hasta con caballo y todo, dicen... y tiene islas que van de un lao pa otro... y otras con enanitos o sólo con mujeres, dicen...
—Son fantasías y exageraciones de los ignorantes.
—Serán, pero la cuestión —siguió don Frutos— es que adentro de ella hay mu» chas cosas raras y está enllena de foragidos que saben que allí nadies loj va a dir a buscar.
—Tenemos que multiplicar nuestros esfuerzos y dividirnos el trabajo —opinó Arzasóla.
—Con tuito eso no vamos a poder cumplir... Vua tener que pedir a algunos vecinos que me deán una manilo.
—Podemos contar con la ayuda del ex capitán Giménez, de don Leandro Villalba...
—Tamién poderla mandarnos algunos piones don Güillíam, el administrador ´e la estancia —sugirió Leiva.
Y los tres hombres siguieron barajando nombres mientras el sol empezaba a guiñar su ojo de cíclope sobre las verdes copas de los árboles que cerraban la línea tropical del horizonte.
* * *
La fiesta del pueblo se desarrolló con normalidad. Hubo carreras de caballos, domas de potros y otras formas de habilidad ecuestre. En la amplia cancha donde se llevaban a cabo estas pruebas se levantaban varias carpas donde la gente comía empanadas, pasteles, chicharrones y bebía. También, a ratos, se cantaba y bailaba. Los policías iban y venían atentos para impedir desórdenes.
—Menos mal que vamoj a terminar pronto con estas cosas —dijo don Frutos—. Ya van pa tres días que apenas si cerramos loj ojos...
—Indudablemente que hemos tenido unas jornadas agotadoras —respondió el oficial—, pero no nos podemos quejar, porque todo marcha a las mil maravillas.
—Y eso que ha caído gente’e tuitos los lugares —añadió Leiva.
—A propósito’e forasteros —continuó el comisario—, ¿vos conoces a esos que están con Pancracio Marcos?
—No, don Frutos, es la primera vez que loj veo.
—Su aspecto es altamente sospechoso —agregó el oficial.
—Sobre todo porque parecen muy compinches con ese mocito Marcos que le dispara al trabajo y es capaz de cualisquier cosa por ganar unoj pesos. Vamoj a acercarnos como al descuido...
Dieron unas vueltas y, finalmente, se acercaron al corro. Apenas llegaron Pan- craeio los saludó e invitó:
— ¡Hola, don Frutos y la compañía!... ¿No quieren servirse algo?
—Muchas gracias, pero estamos en servicio,
—Pero una copita... una empanada... unos pastelitos... ¿O tiene miedo de que me falte plata para pagar?
—No es por eso. Pancracio, sino por la obligación... pero continuá atendiendo a tus amigos. Los señores no son de acá, ¿no es verdá?
—Somos troperos que vamos de paso.... —se apresuró a contestar un hombre alto, de mirada astuta— Vimos la fiesta y nos quedamos un rato, pero en seguida partimos...
—Bien, señores, entonces aprovechen el tiempo. ¡Buenas fardes!
—Buenas tardes, don Frutos, y lamento que nos haiga díspreciao el convite —se despidió Pancracio.
—No es disprecio, ya te dije... Otra ves será.
Maduró la tarde, y con la noche se ensombreció el bullicio. Poco a poco se fueron retirando los concurrentes y con ellos se alejaren los forasteros. Salvo las inevitables borracheras y algunos frustrados intentos de pelea, nada nuevo ocupó la atención de las autoridades que, por fin, pudieron esa noche dormir a sus anchas.
Pasaron los días y la vida en el pueblo tomó su ritmo habitual. Una noche, cuando había una gran animación en el boliche de don Pedro, llegó Pancracio a toda carrera de su caballo, se descolgó de un salto y entró en el negocio dando muescas de pavor.
—¿Qué te pasa? —lo recibió don Frutos—-. No me vas a venir diciendo que acabás de ver al lobisón?
—Ojalá hubiera sido eso, don Frutos... Déame una caña, don Pedro,
—Pior que’l lobisón tiene que haber sido la viuda... Aunque hay algunas viudas n'el pueulo que no me asustarían ni una pizca... —exclamó el cabo,
—No se burle, cabo, no se burle.,. Yo venía tranquilo y silbando bajito cuando, pasando el Cañadon Grande lo vide...
—¿Qué viste? —urgió don Frutos.
—Un plato... ¡un plato volador que le dicen!
—Estarías julepeao y creyiste que una lechuza que pasó frente tuyo era un plato volador.
—No, don Frutos!... se lo juro... Primero vide como una estrella grande que venia y venia... Dispués estuvo un rato sin moverse n’el aíre,
—¿Cómo era? —preguntó un parroquiano interesado.
—Era una cosa grande y brillante... parecía una sopera dada güelta y tenía ventanitas con luces.. Yo me quedé quieto mirando.
—¿Y dispués? —inquirió otro de los presentes.
—Dispués se jue moviendo despacito y se asentó n’el suelo. Se abrió una puerta y salieron unos hombrecitos 'e cuerpo chico y cabeza grande que llegaron hasta cerca mío y me haularon.
—¿Qué pa te dijeron? —añadió don Frutos— ¿Que dejaras de tomar pa no ver visiones?
—No, don Frutos. - Me dijeron que el viernes a la noche iban a golvei y que a tuitos los que estuviésemos allí nos iban a rigalar cosas que traerían de su tierra n´el cielo.
—Mira, Pancracio —advirtió el comisario— anda a tu casa y pónete a dormir pa que se te pase la tranca y dejate de inventar macanas.
—Usté es dueño ’e no creer, comesarío, pero yo cuento lo que vida y se lo juro por esta cruz.
Puso los dedos en forma de signo sagrado y los besó.
* * *
Pese a todos los esfuerzos de los policías la noticia corrió y fue el tema general de las conversaciones. Cada vez que salían de gira los funcionarios de la comisarla no hacían sino escuchar comentarios y veían cómo la gente se disponía a ir el viernes al lugar señalado para ver el “plato volador”.
—Yo voy a dir con mi marido —le decía al cabo una mujerona.
—Y nosotros vamos a dir tuita la familia. —Agregaba una vecina que en seguida acotó—: ¿Y usté va a dir, cabo?
—Tenemos que dir porque es nuestra obligación, pero don Frutos ni el oficial creen que sea cierto. Dicen que son maginaciones del Pancracio.
—¿Qué pa van a ser maginaciones, cabo! Pancracio andaba con una revista ande se veían ritratos ´e los platos voladores y de los jombrecitos. Dicen que vienen del planeta Marte.
Y así en todos los lugares.
Desde la víspera del día señalado comenzaron a llegar gente de los pueblos vecinos atraídos por la curiosidad de ver a los habitantes de los otros mundos que el viernes a la noche bajarían en la cercanía del Cañadón Grande, para obsequiar con sus extraños presentes a los terráqueos. Don Frutos se vio obligado a pedir refuerzos a Ramada Paso y a Itá-Ibaté, pero en el crepúsculo de ese día dio una parte de la gente a Arzásola, otra al cabo Leiva y él quedó con un grupo bastante numeroso,
—¿Usted vendrá después a reunirse con nosotros? —preguntó el oficial.
—Yo tengo otras cosas que hacer, m´hijo. pero nos veremos a la madrugada.
—¿Y cree que con tan pocos hombres podré mantener el orden?
—¡Claro que sí! Esa gente no va a pelear sino a esperar un milagro, y los milagros se esperan rezando o en silencio.
Un poco enfurruñado el oficial se resignó.
—Usted es el superior y yo debo cumplir sus instrucciones.
—No te sintás ofendido, m'hijo, que yo tengo mis güeñas razones pa proceder como hago. Andá no más con Leiva y si podés me traés algún rieuerdo’e los hombrecitos...
* * *
Los gallos desperezaban la madrugada con la alerta de sus cantos cuando volvieron Arzásola y Leiva. Venían un poco molestos y cansados porque nada había ocurrido y la gente, desilusionada, poco a poco había ido abandonando el lugar. Entraron en la oficina y vieron a don Frutos que tomaba mates que le cebaba un agente.
—Buenos días, don Frutos... Hemos ido inútilmente. No ha pasado nada.
—Menos mal que´l Pancracio desapareció, porque de no alguno de la gente le habiera roto algún palo en la cabeza —agregó el cabo—. Felís de usté que se quedó aquí tomando mate, .
—Te enquivocás, Leiva, Yo salí con mi gente y tuve güenos risultaos. Fijate’n los calabozos y los vas a ver enllenos´e cuatreros.
—¿Y cómo pudo sorprenderlos? —preguntó asombrado el oficial.
—Porque me se biso que esto´l plato volador era un pritesto pa entretenernos de mientras los cuatreros corlaban loj alambres, sacaban la hacienda'l potrero'e la estancia, loj inglese, y se la llevaban pa´l estero. Querían dar un golpe grande con tranquilidá.
—Pero usté fue y se emboscó para sorprenderlos.
—Ansina mesmito jue... Yo t con la gente que rituve, me escuendí cerca´l potrero, los vide llegar, cortar l'alambrao y arriar el ganao, pero entonces aparecimos nojotros y loj agarramos con las manos en la masa.
—O séase —intervino Leiva— que demientras ellos querían engañarnos con lo del “plato volador”, él que se biso el plato jue usté, ¿no es verdad?
—Máj o menos tenes rasón y aura agarrá´l mate y cebá que estos hombre lo hacen bien, pero vos lo haces mejor...
—¡Ya sabía yo que a la final la iba a ligar yo! —refunfuñó Leiva—. ¿Por qué no inventarán el “mate volador" alguna güelta?
Cansado de brillar parpadeaba el lucero del alba mientras sobre el borde del mundo bostezaba el sol sus primeras luces.
Velmiro A. Gauna
Revista Vea y Lea, 28 de marzo 1963 N°409, pp.60-62
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