No se puede escribir un relato policial perfecto. Siempre hay que sacrificar algo. Sólo se puede ser fiel a un principio fundamental. Esta es mi principal queja contra el relato deductivo. Su principio fundamental es algo que no existe: un problema que resista al tipo de análisis que un buen abogado aplica a un problema legal. No se trata de que estas historias no sean intrigantes, sino de que no tienen manera de compensar sus puntos flojos.
Se ha dicho que “a nadie le importa el cadáver”. Esto es una tontería, pues se está prescindiendo de un elemento valioso. Es como decir que el asesinato de tu tío te importa lo mismo que el asesinato de un desconocido en una ciudad en la que nunca has estado.
Una serie policial casi nunca equivale a una buena novela policial. El efecto de los finales de capítulo depende de que uno no disponga del siguiente capítulo. Cuando se juntan todos los capítulos, los momentos de falsa tensión resultan simplemente molestos.
La trama amorosa casi siempre debilita el misterio, porque introduce un tipo de tensiones que no son antagónicas a los esfuerzos de detective por resolver el problema. Complica la situación y, en nueve de cada diez casos, elimina, por lo menos, a dos sospechosos utilizables. El único tipo de trama amorosa eficaz es la que genera un peligro personal para el detective... pero que, al mismo tiempo, uno sabe instintivamente que será un mero episodio. Un buen detective nunca se casa.
La paradoja de la novela policial es que, aunque su estructura casi nunca se sostiene bajo el atento escrutinio de una mente analítica, atrae precisamente a este tipo de mentes, más que a otras. Por supuesto, siempre está el lector sediento de sangre, y el que se interesa por los personajes, y el que busca experiencias sexuales de segunda mano. Pero todos éstos juntos apenas representarían una pequeña minoría en la comparación con el tipo de gente a la que le gustan las historias policiales, precisamente por sus imperfecciones.
Hay que decir que se trata de un género que jamás ha sido pulido del todo, y los que han profetizado su decadencia y caída se han equivocado precisamente por esta razón. Puesto que el género jamás se ha perfeccionado, su forma no ha quedado fija. Los académicos nunca le han puesto encima sus manos muertas. Sigue siendo fluido, demasiado variado para clasificarlo fácilmente, ramificándose en todas direcciones. Nadie sabe con exactitud qué le hace funcionar, y no posee ninguna cualidad concreta que no falte en ninguno de los mejores ejemplos. Ha producid más arte malo que ningún otro tipo de ficción, con la posible excepción de las novelas de amor, y probablemente más arte bueno que ningún otro género que goce de similar aceptación.
Muéstrame un hombre o una mujer que no soporte las novelas policiales y me estarás mostrando un tonto... un tonto inteligente, quizás, pero un tonto al fin.
Extraído de “Raymond Chandler Speaking”
Raymond Chandler
Traducción de Guillermo Piro
Revista Gargantúa. Año 1, Número 3. Diciembre de 2000. p.6
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