jueves, 7 de noviembre de 2024

El hornero

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se le habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando el cielo
en el agua de su lodo.

Por fuera, la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bízarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero su horno,
y con el último toque
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo en circuito,
ya sobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.

Leopoldo Lugones
Revista Anteojito N°1600, pp.10
7 noviembre 1995
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1600/page/n10/mode/1up

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