Cuando la ciudad de Buenos Aires nacía, sus casas eran muy rudimentarias. En nuestra pampa era imposible encontrar piedras como las empleadas por aztecas e incas para edificar sus maravillosos templos. Pero a los criollos nunca les faltó ingenio. Construían sus casas con lo que tenían: troncos de sauce, ceibo y ladrillos de adobe (una mezcla de paja y barro). Pero las paredes se desmoronaban con frecuencia porque no había ni cal, ni piedra. Las construcciones resultaban precarias e incómodas. Un 12 de noviembre de 1806 se solucionó el problema. El vecino Fernando Álvarez obtuvo un permiso del Cabildo para instalar la primera fábrica de ladrillos y, a partir de allí, la construcción comenzó a mejorar.
Revista Anteojito N°1600, pp.34
7 de noviembre 1995
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1600
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