Mis manos tiemblan como nunca. Mi cuello, totalmente contracturado. Mi espalda sudorosa…
Estoy sentado, viendo como los docentes reparten esos temidos exámenes. Avanzan fila por fila, haciendo zigzag entre sus víctimas, casi en cámara lenta. El papel llega a mis manos. “Prueba de…”, “Recuperatorio de…”, “Trimestral de…” El título no tiene importancia… ¿¡A quién miento!? Si es prueba, el miedo aumenta por no saber con que nos matarán. Si es recuperatorio, el miedo aumenta por ser la última oportunidad. Si es un trimestral… ¡queda en mi libreta de notas!
No tengo escapatoria. Pego una primera leída rápida, y parece que estuviera leyendo en árabe. Cierro los ojos, pego un profundo respiro, y lo intento de nuevo. Primer punto…Chino básico. Segundo punto…En algún lado escuché hablar de esto. Tercer punto…Algo puedo inventar. Cuarto punto… ¡Esta pregunta estaba en la carpeta! ¿¡Por qué no estudié!?
Los segundos pasan lentamente, algunas palabras salieron de mi birome. Faltan siete minutos para entregar y alguien hace una pregunta en voz alta, esas preguntas con respuesta incluida. Me convenzo de que se saben la vida, de que practican a la perfección las técnicas de estudio, y hacen la pregunta sólo para demostrarnos a nosotros, simples mortales, que somos inferiores en esa materia.
Con su pregunta empiezo a recordar algo del primer punto, y empiezo a escribir como desesperado. Las palabras son ilegibles, parece que estuviera hechizado. Mi lapicera se mueve como nunca…Todo perfecto, todo demasiado perfecto. Tenía que llegar esa palabra, esa maldita palabra para estropearlo todo… “¡ENTREGUEN!”. Intento anotar algo más, pero el profesor amenaza con irse, y sé que ese es mi final.
Decadente ¿No? Seguro que les pasa a muchos de ustedes.
En mi vida es algo que se repite con bastante frecuencia. Demasiada. Pero el círculo no cierra ahí.
Comienza el nuevo cuatrimestre. Me prometo a mi mismo que no voy a repetir la escena antes descripta. Cómo estudiar: “Si tengo que leer 260 hojas para dentro de un mes, con leer 10 diarias, me quedaría un momento para repasar antes del examen”.
“Si resuelvo una guía práctica por semana, la última voy a poder hacer ejercicios de exámenes”.
Suena bien, ¿no? Suena perfecto. Una de las más perfectas técnicas de estudio. En teoría.
Primera semana de clases: es ya bastante tarde, y estoy yendo a casa. Voy con la mente centrada en cumplir mi propia meta. Pero ya en mi cuarto, la cama parece demasiado atractiva. Y me tiro a dormir. Total, es la primera semana. Hay que tomarse un tiempo para acostumbrarse a los horarios.
Segunda semana: llego a casa, y un capítulo de Halloween de los Simpsons, interrumpe mi visión de los libros de texto.
Tercera semana: llego, y como no ponerse a chatear con ese simpático chico de España.
Debo haber encontrado millones de excusas para no sentarme y ponerme a leer.
¡Momento! ¡Momento! ¡Momento! ¡Casi me olvido! ¿¡Cómo no estudiar el fin de semana!? Si, a veces es posible… pero no nos engañemos:
Viernes a la noche. Ya sea ir al cine o a bailar, necesitamos olvidarnos de ese maldito tema que nos molesto durante cinco días seguido. Sino, podes levantarte a las 9:30, y… ¡Tenemos aquí dos horas para estudiar! ¿Serás capaz de hacerlo? (Yo no). Sábado al medio día. Almorzamos tranquilos. Nos sentamos frente al televisor, para finalmente enganchar alguna película que hayamos visto cien veces para no pensar. Navegamos un rato por Internet, y sin que no demos cuenta… “¡Son las 19:30 y todavía no organicé nada! ¡Mi sábado está perdido!”. Cosa que nos cierto, pero buen susto nos llevamos.
Sábado a la noche: En mis años de vida, juro que no escuché a nadie decir que estudió en este momento sagrado. No creo que haya ninguna religión que prohíba cosas como estudiar un sábado a la noche, pero si conozco a una cultura que lo hace: la del estudiante. Y ahora lo decreto, es ley. Está prohibido estudiar un sábado a la noche. Sin importar si hemos decidido quedarnos en casa haciendo nada.
Domingo a la mañana: Hace un tiempo que borré este momento de mi vida. Ya sea con, o sin resaca de la noche anterior, no logro levantarme antes de las 12:30, con suerte.
Domingo al medio día: Debe ser la comida más larga de la semana. Empieza a las 13 con una entrada. A las 13:30 está lista la comida, que no termina hasta las 14:30. Café, algún budín, torta y/o bombones acompañando las charlas sobre todas las cosas que nos pasaron en la semana. Y… ¡Mmmmmmmmm! ¡Qué sueño! (con todo lo que comimos, cómo no vamos a tenerlo). Una hora y media de siesta, fútbol o TV. Y ya son las 19:30. Hora de comer algo y leer el diario del domingo.
Domingo a la noche: ¡Maaaaaaaaaaaa! ¿Qué comemos?
arece una exageración, pero no lo es. Podemos cambiar alguna actividad. Por ejemplo, el domingo podemos ir a pasear con amigos. Pero el tiempo en el fin de semana pasa como nunca.
Y así como me fui de tema con el fin de semana, se nos pasan volando las semanas de clase. Y sin darnos cuenta… ¡EN DOS DÍAS ES EL EXAMEN!
¡No todo está perdido! Aun tenemos algo de tiempo. Organicémonos. Hoy a la noche, en tres horas, termino de leer todo lo que no leí en un mes y medio: 90% de 260páginas, no es imposible, y mañana a la noche hago un repaso general. ¡Qué buen plan!
Llaga la noche: Termino de cenar, y las voces de “Arma Mortal 3” (elijan una buena película en su caso) sales del televisor del living. ¡¿Qué maldita persona habrá inventado ese maravilloso aparato?! Y en 1 hora, “leo” 225 hojas. Los títulos, las cosas en negrita, los recuadros, y el resumen de 3 hojas que conseguí de un compañero. Termino exhausto.
Día anterior al examen: Tengo 18 horas para estudiar. Que con comida y otras tantas distracciones se hacen 6. Las aprovecho leyendo una y otra vez el resumen.
Ya son las 00:30. Mis ojos se caen. Algunos prefieren seguir despiertos, y dormir al final unas horas. Personalmente, las neuronas ya no me responden. Prefiero dormir 4 horas, y despertarme fresco como un tomate podrido al día siguiente. La cama me recibe tan acogedora como siempre.
Finalmente llega el gran día: Me despierto a las 4:30 ¡AM! Pego una leída al resumen. Trato de leer los apuntes. Todo a los apurones. Y me pregunto cómo pueden dar tanto material de estudio. Nadie tiene tiempo para leer tantas cosas. Empiezo a leer, salteando cada vez más. Leo los títulos, aún sabiendo que sólo me servirá para recordar en el examen que ese tema estaba ahí, y yo no lo leí de pura vaga. Ya no hay más tiempo. Garro todas las cosas (como si todavía tuviera tiempo de leerlo todo), y salgo de mi casa con la esperanza de encontrar un paro docente, una amenaza de derrumbe, o cualquier catástrofe que me de unos días más. Se que eso sólo me haría repetir mi rutina, pero la esperanza es lo último que se pierde. Nada pasa.
Llego y busco un asiento por el medio…
Mis manos tiemblan como nunca. Mi cuello, totalmente contracturado. Mi espalda sudorosa…
Y ya todo cierra.
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