domingo, 26 de junio de 2022

Lobisón/Hombre Lobo

Para iniciar esta comparativa entre Lobisón y Hombre Lobo debemos ir a los mitos primigenios de ambos.
Al recorrer la mitología guaraní, encontraremos la leyenda de El Nacimiento los 7 monstruos: la historia de la desafortunada Kerana y su asalto por parte Tau, y de cómo, fruto de ese asalto, dio a luz a siete bestias malditas, de las cuales el Lobisón es el séptimo y último: su cabeza, semejante a la de un perro, deja ver una larga hilera de filosos dientes de diferentes tamaños. Sus orejas son pequeñas e impuestas en la parte superior del gran cráneo. Su cuerpo esmirriado y seco, sus extremidades mitad humanas, mitad garras le dan un aspecto desgarbado. Se le conocerá con el nombre de Luisón. Luisón habita en los campos santos y se alimenta de los cadáveres que allí desentierra. Se le puede escuchar en las noches de luna llena, cuando emite sus lastimeros y aterrorizadores aullidos trepado a las lápidas de las tumbas… Así describe esa leyenda al Lobisón.
Entre tanto, el mito del Hombre Lobo, el cual Olivera Martínez (citado por López Bréard:2013,62) resume como un mito indo europeo, puede ser rastreado hasta el Libro I de La Metamorfosis del poeta romano Ovidio, donde refiere a un antiguo Rey de Arcadia, llamado Licaón, quien fundara la de Licosura, con protección de Zeus, pero este furioso de los excesos del rey lo convirtió en Lobo, y a sus descendientes (López B.:2013,61).
Como vemos los dos mitos tienen orígenes marcadamente diferentes: en el primero es hijo de seres divinos, en el segundo un rey maldito.
La siguiente diferencia se da en cómo se llega a ser uno u otro: en el primero versa la maldición del séptimo hijo (probablemente devenida del mito de los hijos de Kerana); aunque también el maleficio puede ser transmitido si el lobisón pasa por entre las piernas de uno (López B.:2013,59). En cambio, para convertirse en Hombre Lobo: uno puede ser mordido por otro, nacer de padres hombres lobos, a través del uso de la piel de un lobo o un cinto hecho de esa piel, o también, como reza en Portugal: ser fruto de un incesto, hijo de padrino e ahijada, o de compadres (López B.:2013,63).
Las formas de cortar la maldición, teniendo en cuenta lo expuesto por López B. (2013,59) para el Hombre Lobo: balas de plata o benditas; para el Lobisón, en la antigüedad, mediante ritos paganos o cristianos (exhibición de la cruz).
Entonces, mientras ambos mitos permanecían separados, con la llegada de la colonización portuguesa y española el mito del Hombre Lobo es introducido a esta región, y el encuentro entre ambos se da. López B. (2013,63) cita a Daniel Granada, quien considera que prueba de esto se da al origen e introducción del nombre, Lobis Home, que presumiblemente muto a Lobisome; pues, recuerda, que los lobos no son habitantes de esta región (ni de origen ni por introducción), por lo tanto, no es posible que el nombre sea el original.

López Bréard, M. R. (2013) El Lobisón en Mitos de la Región Guaraní. pp. 59-64. Moglia Ediciones.

viernes, 24 de junio de 2022

Yo

Yo, el desvergonzado,
travieso, alocado,
que por ti me atrevo
y todo lo pruebo:
magia, equilibrismo
o malabarismo:
que bailo con zancos
o salto los bancos,
que ensayo piruetas
con mi bicicleta
o ando de cabeza
con las piernas tiesas;
que hasta disfrazado
paso por su lado
para que me mires...
para que suspires 
por el superpibe
que todo consigue...
no me animo, hermosa,
a hacer una cosa,
la más sencillita,
tan dulce y bonita
como tu mirada
-pichoncito de hada-.
Ah, que tengo miedo,
que no, que no puedo
decirte un sincero
¡te quiero ¡Te quiero!

Elsa Borneman
En: Borneman, El libro de los chicos enamorados,
Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1977

jueves, 23 de junio de 2022

Simbolismo sexuales en la literatura

¿quién os manchó la camisa?
--Madre, las moras del zarzal.

Nos dijo Moisés hace mucho tiempo que Adán y Eva, la primera pareja, hicieron algo tan reprobable y nefando que se les "abrieron sus ojos y, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones" (Gén 3:7). Instituyó Moisés con las hojas de higuera el primer mecanismo de desplazamiento: se guardaban las partes pudendas, causadoras de la ansiedad, se detenía la mirada y se entretenía la imaginación en las hojas que las cubrían. Ocultada la realidad del sexo a los ojos, quedaba la imaginación liberada para fantasear sobre lo oculto, engalanarlo y embellecerlo. El Marqués de Santillana, en la primera definición romance de poesía, decía de ésta ser "un fingimiento de cosas útiles, cubiertas de una fermosa cobertura."
Movidos del pudor, cubrieron los primeros padres de la civilización occidental sus genitales. Otros padres que les siguieron, muchísimos educadores, teólogos, moralistas, poetas y escritores, hijos de aquellos, movidos de semejante recato, ocultarían a los oídos el desnudo apelativo de los órganos de la generación y de las operaciones del amor. Un amor que de continuo se hace y se deshace, y que al hacerse y deshacerse se siente tan intensamente que obliga a gritar muy alto. Ahora bien, la represión cultural de ese amor ha sido tal, que nos sentimos obligados a amortiguar el grito. De los órganos y operaciones que conducen a su realización, en el lenguaje del buen gusto, no se puede o no se debe hablar, si no es con circunlocuciones y eufemismos, con metonimias, metáforas y símbolos. Modelo del buen gusto a que me refiero es el lenguaje de esta muchachita de nuestra lírica tradicional, que explica a su madre el quebrantamiento del himen:

Decidme, hija garrida,
¿quién os manchó la camisa?
--Madre, las moras del zarzal.
--Mentir, hija, mas no tanto,
que no pica la zarza tan alto.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 553.

Las metáforas, eufemismos y símbolos, las "hojas de higuera" del lenguaje ruboroso y circunlocucional, ni sofocaron la concupiscencia, ni paralizaron las pulsiones del sexo, ni mermaron la potencia de los órganos de la reproducción. Sólo se dejó de ver la realidad y se dejó de oír el nombre propio. Se velaron celosamente los orificios inferiores de nuestro tronco, pene, vulva y ano, y se impidió su cándida exposición a la mirada y su mención sin ambages en la escritura y en la conversación. En un extremo de las circunlocuciones y metáforas se colocaron muchos de los teologizantes, no faltando moralistas de burda lengua que, horrorizados y asqueados del sexo, enseñaban a sus alumnos que nacemos todos inter urinas et feces. Hubo poetas, al otro extremo, que con más delicadeza de expresión, aunque no con mayor propiedad, preferirían ilusionarnos con la imagen de la desapasionada cópula, rúbea y perfumada, de una rosa y un clavel, o de una rosa y un lirio:

Esposo y esposa
son clavel y rosa.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 465.

A la rosa del campo
la dijo el lirio:
quién pudiera esta noche
dormir contigo.
Torner, núm. 123.

Con la censura y la prohibición del nombre propio de los genitales y de sus operaciones, se le abrieron las puertas a la fantasía del bardo y a las fantasías de su público. Se evitó y proscribió su apelativo, para provocar la referencia a las partes y sus operaciones con una inmensa multitud de nombres traslaticios, de imágenes y símbolos. Los poetas se volvieron muy sutiles en sus representaciones, como sutil se volvió el pueblo en su interpretación. En algunos casos, por concentrarnos en nuestra poesía tradicional, el falo fue representado por el calcañar, como puede apreciarse en este villancico recopilado por Juan Vázquez:

No sé que me bulle / en el calcañar,
no sé que me bulle / que no puedo andar.
Yéndome y viniendo / a las mis vacas,
no sé que me bulle / entre las faldas,
que no puedo andar, / no sé que me bulle
en el calcañar. 
Magariños, pág. 353.

En otros, el falo fue representado por una espina:

¡Ay, mezquina,
que se me hincó una espina!
¡Desdichada,
que temo quedar preñada!
Alín, núm. 571.

En multitud de fantásticos relatos el falo fue representado por el pie y por una yerba; el coito, por la acción de pisar. El más antiguo que conocemos en castellano es el del milagro 21 de la Virgen, "La abadesa embargada"; su autor, el primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, dice así:

...la abbadesa cadió una vegada,
fizo una locura qe es mucho vedada;
pisó por su ventura yerva fuert enconada,
quando bien se catido fallóse embargada (507). 

¿Se trataba de una yerba cualquiera? Era una yerba especial, tratarían de aclarar las coplas del cancionero popular. En alguna de ellas se identificaban sus colores:

En mi huerto hay una yerba
blanca, rubia y colorada;
la dama que pisa en ella
della queda embarazada.
Menéndez y Pelayo, t. X, pág. 105, n. 39.

En otras coplas se la nombraba por su propio nombre: la borraja.

Hay una yerba en el campo
que se llama la borraja;
toda mujer que la pisa
luego se siente preñada.
Durán, pág. 666

Tanta fama adquirió la potencia empreñadora de esta planta, que entró a formar parte de los juegos populares de acertijos y adivinanzas:

Una mujer me pisó
y por mó de mí parió;
cayó mala la mujé
y con mi fló la curé.
¿Qué yerba yerbita es?
--La borraja.
Rodríguez Marín, Cantos..., t. I, pág. 231.

Los españoles que salieron de su patria para instalarse en el Nuevo Mundo, llevaron consigo la poesía y el saber, los avisos y amonestaciones del Viejo, sin dejar atrás, claro está, los referentes a materias tan transcendentales como las del origen de la vida. En una zamacueca chilena se advertía a las doncellas:

'Ay una yerba en el campo
de la vorraja yama'a,
toda mujier que la pisa
se siente ar tiro preña'a.
Mucho cúida'o, niña,
con la vorraja,
porque no tiene espina'
y tam'ién crava.
Y tam'ién crava, sí,
yerva marva'a,
que cuando una la pisa
que'a preña'a.

A los muchos que desconozcan qué es la famosa borraja les convendrá saber que, según la seria explicación del Diccionario de Autoridades, es una yerba "cubierta de pelos ásperos y punzantes."
¿Creía el pueblo castellano en la concepción por el pie y en la potencia empreñadora de la yerba? Las creencias en algún tipo de embarazo mágico datan de la más remota antigüedad y se extienden por todo el globo terrestre; muchas de ellas siguen aún hoy vigentes entre algunas tribus de rudimentario estado cultural. En el lentísimo proceso de su civilización, deberemos comprender, le llevó a la humanidad mucho tiempo hasta poder relacionar el nacimiento de un pajarito, de un animal o un bebé con una acción previa realizada por el macho, mayormente cuando esa acción había tenido lugar muchos meses antes del parto. El embarazo de la hembra, fuera humana o animal, se atribuía en la imaginación popular a las causas más peregrinas: al viento, al sol, a la luna, a las estrellas, al fuego, o a sustancias animales y vegetales que las hembras ingerían. La concepción, en muchos de los casos, se creía haber tenido lugar por el contacto con el agua o a través del ojo. 
Un fenómeno muy celebrado en varias culturas es el de la concepción por la oreja, que en el caso de la Virgen María fue revestido por los Santos Padres y sucesivos escritores cristianos de los mayores adornos de sublimación y sobrenaturalidad. 
Entre las muchas leyendas, no faltan las de mujeres que concibieron por el pie. En la vieja China se contaba de una virgen que concibió al pisar la huella de un dios. 
En el norte de Australia hay aborígenes que creen que el niño-espíritu penetra en las mujeres por debajo de las uñas de los dedos de los pies. 
En España las alusiones al embarazo de la mujer por haber pisado ésta una yerba, son relativamente abundantes, y ni pertenecen a recónditos tratados de la antigüedad, ni se transmiten en lenguaje mágico o esotérico. El tono de estos relatos es de lo más sencillo, y su vehículo de propagación es el de mayor popularidad en nuestras letras: la lírica tradicional. Nos hacen pensar tan repetidas alusiones que el bardo y el pueblo castellano se encontraban particularmente fascinados por este tipo de embarazo. Daniel Devoto, en su estupendo trabajo arriba mencionado, se refiere a tal fenómeno como "creencia." María Rosa Lida, recelosa de hacer creer a Berceo en tal fenómeno, atribuía al relato intencionalidad un tanto jocosa, conjeturando que nuestro primer poeta de nombre conocido no podía menos de "guiñar humorísticamente el ojo a su auditorio" 
Para mí, como voy a exponer aquí, Berceo y todos los posteriores cantores castellanos ni trataban de dar a conocer o propagar la creencia en algún tipo de embarazo mágico, ni lo que contaban -aunque su estilo no esté exento de cierto humor- lo contaban con intencionalidad jocosa. Trataré de enriquecer la aportación crítica de Daniel Devoto con nuevas referencias que hasta ahora parecen haber pasado desapercibidas. Trataré de delinear la vieja ascendencia cultural del pie y sus operaciones como eufemismos por los genitales y sus funciones. Pasaré luego a revisar los vestigios de esos eufemismos que parecen sobrevivir hoy día, de manera más o menos camuflada, en el lenguaje coloquial, dichos, dicharachos y refranes, no sólo los de España, sino también los de otras culturas. En esa amplia perspectiva de pie-falo, tanto las viejas leyendas como nuestros relatos líricos y las expresiones de nuestro coloquio se aclararán en cumplida integración.
Mi interpretación, si parece distanciarse de la crítica moderna, es para aproximarse a la de aquella sabia madre del poemita citado al comienzo de este trabajo, la que oyó a su hija relatar cómo la mancha de su camisa se debió a las moras del zarzal. Ni así lo creyó la madre, ni así lo creía la hija. Y no se ven indicios de jocosidad en el diálogo. Madre e hija empleaban un lenguaje de formas desplazadas: se evitaba (mientes, dijo la madre) la mención explícita de las partes anatómicas (la vagina y la sangre, en este caso concreto), y se detenía la atención en el vestido la camisa, entretenida en la fermosa cobertura del mundo vegetal. El lenguaje desnudo, con el que pudo haber descrito el flujo del menstruo o la ruptura del himen, tan desagradable y traumático fenómeno físico para la tierna doncella, quedó desplazado por un lenguaje circunlocucional y metafórico, sí, pero lenguaje que podía entender sin dificultad cualquier madre castellana. Se trataba de un lenguaje aceptado y consagrado ya culturalmente en su simbolización fálica: mancha (contrástese con la Inmaculada), moras, zarza (con sus espinas), pica y tan alto (alto, sinónimo de hondo).
El simbolismo fálico de espina y picar el de espina y clavar de la otra selección del cancionero nos resultará a todos nosotros fácil de reconocer. De ahí que ni se nos ocurra pensar que la 'mezquina' de la copla temiera en serio de quedar preñada por los efectos de la espina, o que el recitador tuviera que guiñar el ojo a su auditorio. Por otro lado, el pisar-con-el-pie una yerba parece haber perdido para gran parte de los lectores modernos la obvia simbolización fálica de que está revestida la espina que se hinca. No para Berceo o su pueblo. Ni el primer poeta de su abadesa ni los otros bardos de sus damas creían que por pisar una yerba fueran éstas a quedar embarazadas (téngase en cuenta que el milagro para Berceo no consistió en el modo de la concepción, sino en la resolución del caso). Nuestro primer poeta de nombre conocido y los anónimos del cancionero, en la mención de la hierba, se valían de un lenguaje que, como el la espina, había quedado desplazado, pero que también, como el de la espina, podía ser aceptado y entendido fácilmente en su significación simbólica.
[...]
Miguel Garci-Gómez

martes, 21 de junio de 2022

Los locos de la azotea

"En 1923 los argentinos escuchamos en transmisión casi directa desde el Polo Rounds de New York, el relato del combate en que Jack Dempsey retuvo el campeonato mundial de peso pesado al poner fuera de combate a Luis Ángel Firpo en el segundo round. Yo tenía nueve años, vivía en el pueblo de Banfield, y mi familia era la única del barrio que lucía una radio caracterizada por una antena exterior realmente inmensa, cuyo cable remataba en un receptor del tamaño de una cajita de cigarros pero en el que sobresalían brillantemente la piedra de galena y mi tío, encargado de ponerse los auriculares para sintonizar con gran trabajo la emisora bonaerense que retransmitía la pelea. Buena parte del vecindario se había instalado en el patio con visible azoramiento de mi madre; y el patriotismo y la cerveza se aliaban como siempre en esos casos para vaticinar el aplastante triunfo de aquel que los yanquis habían llamado el toro salvaje de las pampas, y que era sobre todo salvaje (…). Fue nuestra noche triste; yo con mis nueve años, lloré abrazado a mi tío y a varios vecinos ultrajados por la fibra patria. Después la radio se perfeccionó rápidamente, aparecieron los altavoces, las lámparas, y esas palabras que eran la magia de mi infancia". 
Cortázar Julio, “La vuelta al día en ochenta mundos(1967:124, 125, 128).

Eran las 21 horas del día 27 de agosto de 1920, cuando, desde el Teatro Coliseo de Buenos Aires el Dr. Enrique Telémaco Susini, anunciaba con su voz de barítono:

"Señoras y señores: la sociedad Radio Argentina les presenta hoy el festival sacro de Ricardo Wagner, Parsifal, con la actuación del tenor Maestri, el barítono Aldo Rossi Morelli y la soprano argentina Sara César, todos con la orquesta del teatro Costanzi de Roma, dirigida por el maestro Félix von Weingarten".

El médico Enrique Susini no se encontraba solo en la azotea del Teatro Coliseo, lo acompañaban César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, estudiantes todos de medicina; y eso es lo curioso, no eran ingenieros ni nada parecido. Susini tenía 25 años, Guerrico y Romero Carranza 22, y Mujica 18. Todos eran fanáticos de lo que en ese momento se llamaba “radiotelefonía”, es decir, la comunicación inalámbrica (“sin hilos”).
Esta primer transmisión del Parsifal fue realizada mediante un micrófono para sordos, al que se le había agregado una bocina, en el paraíso del Teatro Coliseo, con un transmisor de 5 vatios, que por lo precario parecía atado con alambres, ubicados en la azotea y con una antena entre el teatro y la cúpula de la casa de Cerrito y Charcas, este "milagro" se hizo realidad.
Esa noche a través de los pocos receptores a galena existentes en la ciudad, se pudo escucharse la primera transmisión en vivo que se hizo a nivel mundial. La iniciativa de “Los locos de la azotea” transformó el panorama de la comunicación de una manera irreversible.
Mientras el entonces presidente Hipólito Irigoyen solo decía unas escuetas palabras: "Cuando los jóvenes juegan a la ciencia es porque tienen el genio adentro." Un cronista de La Razón, estalló en poesía tecnológica:

Anoche, una onda sonora onduló vermicular, de las 21 a las 24, por el espacio, como abriendo, con su sutil celaje de armonías, las más caprichosas, ricas y grávidas de nobles emociones, la ciudad entera. (…) notas divinas que llovían desde el cielo.

Al día siguiente, se transmitieron las óperas Aída, Parsifal e Iris, lo que dio origen a la primera licencia de la radiodifusión nacional: LOR, Radio Argentina, que transmitiría regularmente desde diversos teatros, incluyendo el Colón.

La locura de la radioafición había empezado en Argentina diez años antes, para el Centenario de la Revolución de Mayo, cuando Guillermo Marconi, el inventor del “telégrafo sin hilos”, visito el país. El inventor desarrolló varias pruebas de transmisión utilizando un barrilete con el que se remontaba una antena en la zona de Bernal. Así consiguió tomar contacto con Irlanda y Canadá. Enseguida aparecieron libros y publicaciones sobre esta nueva tecnología.
La popular revista Caras y Caretas comenzó a publicar una nota tras otra sobre construcción y operación de dispositivos de “telefonía sin hilos”.

Si algunos años atrás nos hubiesen dicho que nuestra voz iba a ser oída a distancia de algunas cuadras sin comunicación alguna, nos hubiéramos reído; pero hoy día en que la electricidad a cada paso nos brinda una nueva maravilla, se ha vuelto nuestro temperamento crédulo, afirma un artículo firmado por Juan Otero en un ejemplar de 1920.

Los futuros “Locos de la azotea” no se perdían una de estas notas, siguiendo apasionadamente toda información referida a los principios de Herz, Braun o Marconi. Cuando explotó la Primera Guerra Mundial (1914-1918) desarrollo radiofónico dejó de ser público para aplicarse al conflicto. Carlos Ulanovsky en “Días de radio” (2009:10), relata:

(…) algunos radioaficionados comentaran entre ellos con curiosidad y preocupación sucesos que ocurrían a millares de kilómetros de aquí y que algunos, desde sus equipos primitivos o no tanto, intercambiaran información con embarcaciones extranjeras o argentinas, llevó al gobierno de Hipólito Yrigoyen a dictar el 12 de julio de 1917 el primer decreto de control oficial sobre radiotelefonía. Según comenta el periodista Manuel Ferradas Campos, la medida se tomó para frenar un posible escándalo: la denuncia de que radioaficionados instalados en el país contribuían a intereses alemanes ofreciendo información sobre el movimiento de buques. 

La que entonces llamaron la “Gran Guerra” trajo una consecuencia que resultó decisiva en la historia la primera transmisión: al finalizar el conflicto, Susini, quien había ingresado a la Armada como médico con la especialidad de otorrinolaringólogo, fue enviado a Europa para estudiar el efecto de los gases asfixiantes y paralizantes sobre las vías respiratorias. En el Ejército francés consiguió algunos equipos de radio casi abandonados con transmisores de 5 kw de potencia, uno de los cuales utilizaría para la mítica transmisión.
Tal vez no sean estos “locos" los primeros en alcanzar el descubrimiento, contrario al mito de nuestra sempiterna supremacía.” Opina Ricardo Horvath, periodista e investigador radial argentino; él sostiene que dicha pretensión es un prejuicio chauvinista aún entre nosotros. A pesar de ello, vale reconocer que esos “locos” fueron precursores y propagadores del nuevo medio. Lo que importa es que la emisión de “Los locos de la azotea” abrió una huella y se hizo famosa en todo el mundo.

La importancia de la radio en la vida social de la época: La radiofonía llegó a ser una necesidad masiva
Esos primeros años de la década del 20 del siglo XX, fueron los del “culto” a la radio no solo en Argentina sino también en el mundo.
A partir de aquel momento siguieron transmitiendo regularmente tres veces a la semana, durante algunas horas, y desde 1922 se ensayaron las primeras coberturas periodísticas, surgiendo ya algunas polémicas sobre los avisos comerciales. Susini quería una radio sin propaganda; estaba empeñado en desarrollar una fuente de cultura, ajena a los negocios rentables, quería empezar sus emisiones con “el tema de la fe” y lo notable es que los primeros receptores comerciales, ubicados en lugares de privilegio en los hogares, fueron conocidos popularmente como “capillitas” o “radios capilla”. No tuvo éxito; pronto el nuevo medio se convertiría al igual que la gráfica en vehículo de los más variados anunciantes comerciales.
Para 1922 Radio Cultura, que fue la primera en funcionar “estudio”, en Avenida de Mayo al 500. Sería la que trasmitiría la asunción de Marcelo Torcuato de Alvear el 12 de octubre de 1922, quien fue así el primer presidente argentino que hablara por radio. Surgieron además Radio Sudamérica, que el 14 de septiembre de 1923 trasmitió la pelea entre Firpo y Dempsey y Radio Brusa, con estudios en Avenida Corrientes 2037; también Radio Gran Splendid, Radio Prieto y otras más.
El 22 de noviembre de 1923, Benito Nazar Anchorena, el entonces presidente de la Universidad Nacional de la Plata, presentó el proyecto para la creación de una emisora, con el argumento de que el mismo tendría la ventaja de completar la obra de "extensión universitaria" y "cultura artística", vinculando a la universidad con el medio social en el que vive. Ese mismo mes se puso al aire, en forma de prueba, la primera radio universitaria del mundo. Radio Universidad Nacional de La Plata fue inaugurada oficialmente el 5 de abril de 1924, en el salón de actos del Colegio Nacional Rafael Hernández, en conjunto con la apertura formal del ciclo lectivo de ese año.
En 1924 el parlante reemplazó a los auriculares a galena, inicialmente un artefacto de grandes dimensiones. Con el tiempo se redujo hasta poder ser incorporado a las radios a válvula. Estos nuevos aparatos eran artículos de lujo, que solo tenían las familias acomodadas.

La radio se vuelve el canal de acercamiento de un país inmenso, un catalizador de cultura y entretenimiento.

Fue a través de la radio que se conocieron figuras locales e internacionales, se difundió el teatro, programas cómicos, novelas, reportajes, que configuraron el sello de una época. Se hizo posible al gran público el acercamiento a la música, el conocimiento de figuras como Toscanini, Rubinstein, Beniamino Gigli, Glenn Miller, Maurice Chevalier, los conciertos de Juan José Castro, de Andrés Segovia, o el mismo Carlos Gardel, que cantaba en dúplex desde Nueva York con sus guitarristas en Buenos Aires.
Precisamente el tango tendrá preferentes espacios: el tradicional Glostora Tango Club, los mediodías de domingo con Alberto Castillo, El cantor de los cien barrios porteños, y otros memorables ciclos. Además estuvo la presencia del jazz, del folklore, y de otros ritmos latinoamericanos.
En la comicidad se recuerda a Tomás Simari, como “Nick Vermicelli”, los monólogos de Pepe Arias, la “Catita” de Niní Marshall, “Los Cinco Grandes del Buen Humor”, “La Revista Dislocada”, y antes aún al dúo “Buono-Striano”. Por otra parte, la madre de la radionovela fue la compañía “Chispazos de Tradición”.
En cuanto a la locución, esta era un arte en las voces de Taquini, Rudy, Fontana, Carrizo, y del inolvidable maestro Fioravanti en el fútbol.
Despertaba la alegría de los chicos Las tardes de Toddy, que auspiciaban a Tarzán, Rey de la Selva; se escuchaban con emoción capítulos de los radioteatros de Adalberto Campos y Héctor Bates emitidos al mediodía, con buena parte de la familia a la mesa. Fueron personajes amados u odiados "Fachenzo el Maldito", interpretado por Omar Aladio, atroz sujeto capaz de azotar con un látigo a un indefenso ciego, o de golpear sin piedad a mujeres y viejecitos, y el noble "León de Francia". Muchos recuerdan también aquella pintura costumbrista de una familia argentina en el radioteatro Los Pérez García, que duró varios años.
Los poemas de la excelsa Berta Singerman, los teleteatros de Armando Discépolo, el ciclo Las dos carátulas, se convirtieron en programas que marcaron cumbres por su calidad artística.
De igual forma la política encontró en la radio un instrumento idóneo.
Gente de Radio, Miguel Eugenio Germino (27 de agosto de 2017)


Bibliografía

viernes, 17 de junio de 2022

Canción para saber cómo es la gente

¿Qué dirá la gente
si por la veredas
salgo a pintar gallos
con mis acuarelas,
si beso al florista
por tantos jazmines,
o a mis siete gatos
les tejo escarpines?

¿Qué dirá la gente   
si con tantas ganas
sumo otro domingo
a cada semana,
si crío un canguro
dentro de mi casa
o enciendo fogata
sobre la terraza?

¿Qué dirá la gente
-que en todo se mete-
si en el subterráneo
salto el molinete,
si suelto tu nombre
desde un campanario
y que yo te quiero
publico en el diario?

Elsa Borneman

martes, 14 de junio de 2022

La que se casó con el encanto

Belén era una muchacha muy agraciada de rostro y de cuerpo que vivía cerca de la laguna de Tacarigua. Un día enfermó con fiebres y en sus delirios hablaba de un hombre de blanco que al pie de la cama le decía:
–Prepárate. Tú te vas conmigo. Nos vamos a casar.
–¿Y adónde me llevarás?
–Vamos a vivir en la laguna.
Semanas después la muchacha se alentó y fue al primer baile, en las fiestas patronales. Al día siguiente, al salir de la iglesia, sintió frío.
–Ahí está el hombre -le dijo a una amiga-, ahí, entre los árboles.
Pero la amiga nada vio.
Unos días después, una tarde en que hacía mucho calor, Belén y sus amigas fueron a bañarse al pozo del rio Capaya, que cae en la laguna de Tacarigua. Se desnudaron y se deslizaron en las aguas verdes y transparentes. Nadaron con el sol caliente brillándoles en el pelo. De repente, Belén desapareció. Fue como un susurro y una sombra debajo del agua. Nada más.
Las muchachas salieron temblando del pozo. Se vistieron a la carrera y con las ropas húmedas llegaron al pueblo:
–Belén desapareció en el pozo. Seguro que ha sido el encanto que se la ha llevado.
Nunca más se supo de Belén. La madre recorrió el río y la laguna lanzando sal a las aguas, pidiéndole al encanto que le devolviera a su hija. Pero todo fue en vano.
Meses después corrió una noticia extraordinaria: la madre había recibido carta de Belén. Era un papel verdoso y húmedo, como hecho de algas, pero en el que se leía con claridad. Belén se sentía feliz casada con el encanto. Vivía en el fondo de la laguna en una casa hecha de espumas, cabalgaba sobre guabinas doradas, se sentaba en asientos de culebras enrolladas y mandaba sobre las corrientes y las olas.
Pasó mucho tiempo sin noticias de Belén. Años después, un hermano suyo, pescador de mar, una tarde vio saltar un rojo pargo a la arena de la playa. Corrió y lo mató. Pues bien, cuando abrió el pescado, halló en su vientre un papelito doblado. Y en el papelito decía:
“Belén les manda saludos”.

Relato venezolano recogido por Juan Pablo Sojo.
En: Cuentos de lugares encantados.
Coedición latinoamericana.
Aique Grupo Editor, 1993.

sábado, 11 de junio de 2022

El forastero (Velmiro A. Gauna)

La tarde iba a su muerte entre el áspero tremar de las chicharras y el sofocante acoso del viento, pero persistía aún una fastidiosa claridad que parecía aumentar el bochorno de la temperatura.
El camino que pasaba frente a la casa de Jacinta era como una calcinada sierpe blanca que se enroscaba en lejanías. Un naranjo colocado cerca de la puerta de la casa arrojaba su sombra contra la pared, pero no conseguía amenguar los rigores del ambiente tropical que convertía en horno a las habitaciones.
La mujer, sentada en un sillón de hamaca, se columpiaba lentamente y se refrescaba con una pantalla de hojas de palmera. Vestía un leve batón blanco que la humedad de la transpiración adhería a la rotundidad de sus formas.
–...Cha con la calor de porquería -se quejó- Cuando se irá el sol pa que venga “la fresca”...
Estaba sola en la casa porque esa mañana doña Marta, la cocinera y su acompañante, se había ido al pueblo a visitar a un nieto que cumplía años y no volvería hasta el día siguiente, pero no tenía miedo porque en diez años de viudez había aprendido a tener a raya a los hombres y más de uno que quiso propasarse, recibió sobre sus mejollas el peso de su robusta mano. Desde encima de la mesita de luz dos fotografías parecían mirarla. Una era de la de Juan Gómez, el esposo muerto, y la otra de Elvira, su hija.
–Si al menos alguno de ellos anduvieron por acá... -suspiró.
Casó con Juan cuando tenía 17 años y fue feliz junto a ese hombre sencillo, bueno, vigoroso y de gustos simples. En días de calor como éstos solía andar con el torso desnudo donde pequeñas gotas de sudor daban brillo metálico a la piel broncínea.
–Era todo un hombre mi Juan... -evocó.
El recuerdo de los momentos de felicidad gustados en su compañía unido al agobio de la tarde puso un agitado temblor en su respiración y para evadirse de esa angustia, acuciada por el instinto, pensó en la muchacha.
–Ya pronto me va a dar un nieto... -se alegró.
Sería abuela a los 35 años y a una edad en que otras solían iniciar su vida de casadas, ella andaría jugando con los hijos de su hija.
El marido de Elvira era un excelente muchacho, pero no podía compararse con lo que había sido el suyo. Juan era capaz de doblar una herradora con las manos, comía por dos y bebía copiosamente sin que el alcohol hiciera otra cosa que ponerlo más dicharachero.
De nuevo pecaminosos pensamientos la envolvieron a rememorar los detalles de la muerte de su hombre. Fue en una yerra en lo del vasco Azpeitia. Los paisanos se entretenían en perseguir a los novillitos para arrojarse sobre ellos y prendidos de los cuernos, voltearlos. Juan quiso culminar sus hazañas dominando a un corpulento “yaguané” criado a monte y de aguda cornamenta, pero se confió demasiado y el arisco animal se irguió en un brusco sacudón clavándole el asta en el abdomen para arrojarlo hecho una masa sanguinolenta en el suelo del corral. Tres días estuvo penando con las vísceras hinchadas y malolientes pugnando por escapar del vientre enormemente abultado hasta que, al fin, en una madrugada dejó de sufrir.
El calor seguía atormentando y para buscar alivio pasó a la cocina contigua, salió al patio y se acercó al aljibe para refrescarse el rostro y los brazos con el agua del balde.
Y, al darse vuelta para regresar, vio en la calle contra el alambrado a un hombre que la observaba.
–¡Eh, doña... -le dijo a guisa de saludo- ¿No quiere que le haga algún trabajito, así, después, me da algo de comer?
–Dea vuelta por el portón y dentre. Pártame un poco de esa leña y demientras le prepararé alguna cosita... –respondió.
Le agradaba esa proposición porque carecía de trozos pequeños para el fogón y no se sentía con ganas de empuñar el hacha en esa tarde sofocante.
El hombre siguió las indicaciones y al rato estaba frente a ella.
Era un mozo de ancho tórax y andar elástico. No le faltaba simpatía ni soltura en el hablar. Debía ser de la ciudad.
–Ahí tiene el hacha y esos troncos... -indicó.
–Muy bien... pero el trabajo me dará más hambre... -bromeó el aludido.
–No importa, no le faltará con que entretenerse... -respondió un poco secamente, penetró de nuevo en la cocina y de allí pasó al dormitorio. A través de los cortinados de la ventana podía vigilarlo. Vio como se despojó del saco y de la camisa y, luego, tras escupirse las manos para humedecerlas, empuñó el hacha e inició la labor.
–Toc... toc... toc... toc...
Poco a poco hilillos de sudor comenzaron a recorrer la amplia espalda. Así como ese torso poderoso era el de Juan. Tuvo la impresión de tenerlo de nuevo a su lado y de aspirar el varonil tufo a sudor con que regresaba del trabajo.
–Toc... toc... toc... toc...
El hacha subía y bajaba rítmicamente y a sus impactos los maderos crujían, se hendían y volaban en astillas.
Se retiró a su sillón para tratar de pensar en otra cosa, pero los golpes le traían a la memoria el cuerpo joven, musculoso y potente.
De pronto cesó el ruido. Esperó un momento y, luego, volvió a la ventana. Desde allí contempló como el forastero sacaba un cubo de agua del pozo y se lo volcaba sobre la cabeza y el tronco. En seguida resopló refrescado y las gotas escaparon de sus cabellos y del torso en una especie de lluvia diminuta. Jacinta no podía apartar sus ojos del recio pecho con una pequeña selva de vellos, de los brazos fornidos y de la cabeza bien formada.
El hombre volvió al lugar donde había dejado sus ropas y lentamente comenzó a vestirse. Ella pasó a la cocina y colocó una servilleta sobre la mesa y sobre ella un plato con restos del asado de la comida del mediodía y a su lado una fuente de batatas y mandiocas hervidas. Después abrió la puerta que daba al patio e invitó:
–Pase...
El hombre entró y se detuvo indeciso.
–Siéntese y coma...
–¿Por qué se molestó? Podía haber hecho un paquete y dármelo...
–No es molestia... Coma...
No se hizo rogar, entonces, y de inmediato comenzó a devorar. Cierto es que usaba el tenedor y el cuchillo, pero para quitar las adherencias al hueso tomaba las costillas entre las manos y los dientes blancos y agudos desgarraban el cartílago y masticaban los restos de carne con especial fruición.
–Lo más rico está pegado al hueso... -dijo a modo de disculpa.
Dio buena cuenta de todo y al concluir ofreció:
–¿Quiere que le lave los platos?
–No, gracias...
–Bueno, entonces me voy a ir. Gracias. Estaba todo muy rico, ¡adiós
–¡Adiós...
Siguió por el caminillo que rodeaba la casa y al pasar bajo el naranjo del frente vio que ella, que había ido por el interior, abría la puerta y lo llamaba.
–Espere...
Sorprendido se detuvo, colocó el saco que llevaba en el brazo sobre el hombro y se acercó al umbral.
Ella retiró un cajón de la cómoda, rebuscó en una caja y sacando unas monedas se las alargó.
–Tome, para que compre algo para la cena...
Ya el crepúsculo comenzaba a alargar las sombras, pero en lo alto aún seguía la orgía de luz y viento continuaba derramando bocanadas de fuego. El hombre vio a su lado el pecho femenino subir y bajar, contempló el cuerpo maduro ofreciendo sus turgencias bajo la leve tela y cobrando audacia la tomó de la mano y exclamó:
–No es plata lo que me falta sino otra cosa...
Sintió que la estrechaba entre sus brazos poderosos, percibió junto a su rostro su jadeo y se defendió débilmente.
–Déjeme... déjeme...
El saco cayó desde el hombro al suelo y la pareja, luchando, fue hacia el interior.
Todo estaba en silencio y nadie pasaba por el camino. Sólo se oía la entrecortada respiración de ambos. No se entregó pero fue cayendo sobre el lecho matrimonial. En la persona del forastero el sexo ya se derrumbaba sobre ella aplastando sus escrúpulos cuando alcanzó a ver, de soslayo, la fotografía de Juan.
Súbitamente retornó a la realidad y dando un brusco empujón lanzó al agresor, tambaleante, en medio de la habitación. Desconcertado, pero tremante, iba éste a volver al ataque cuando Jacinta posesionándose de un candelero de bronce que estaba sobre la cómoda, se irguió amenazante:
–Si no se van le rompo la cabeza...
El forastero, temeroso, recogió el saco del suelo y salió a los tropezones rumbo al camino. Ella lo siguió, cerró de un golpe la puerta y volvió al sillón a descansar la fatiga que le entrecortaba la respiración.
El espejo del tocador le devolvió la silueta con el cabello revuelto, una manga corrida y semidesgarrada dejando al descubierto parte del pecho donde aún le escocían los besos del hombre.
Los minutos pasaron implacables sin amenguar el bochorno del ambiente y ya la penumbra surgía desde los rincones para esfumar los contornos de las cosas.
–¿Y por qué no?... ¿Acaso no soy joven todavía?... ¿Quién iba a saber?...
El instinto dormido largo tiempo le bullía nuevo en la sangre y ladraba su hambre sexual.
De pronto le pareció oír pasos y el rumor de un roce junto a la puerta.
–Ha vuelto... -pensó y buscó nuevamente el candelabro, pero, sin poder dominarse, se compuso rápidamente el cabello y se pasó el cisne por el rostro y por el cuello para secar la transpiración.
De nuevo el rumor oído afuera la hizo estremecer.
Pero pasó un rato y nadie vino ni se oyó nada más.
Entonces se levantó y al pasar junto a la mesa de luz dio vuelta el retrato del marido poniéndolo de frente a la pared y siguió hasta la puerta.
Estuvo allí un momento y luego la abrió de golpe.
Ninguno estaba allí. El sendero extendía su larga cinta blanca ya agrisándose con las primeras tinieblas de la noche.
Salió y se puso debajo del naranjo y, súbitamente, sintió sobre uno de los brazos un levísimo toque. Contuvo la respiración y aguardó anhelante.
Imaginó que pronto iba a sentirse estrechada entre dos fuertes brazos y conducida hacia el lecho.
Pero no hubo nada.
Se dio vuelta y vio una rama que el viento había desgajado y que, al moverse a impulsos de la brisa nocturna, raspaba la pared o suavemente le golpeaba el brazo.
Suspiró y volvió a mirar el largo camino que nadie transitaba y se inundaba de sombras.
Entró y se sentó en el sillón. Se hamacó un largo rato, luego encendió la luz e iba a dirigirse a la cocina para preparar la cena, cuando retornó sobre sus pasos y llegando a la mesita de luz recogió el retrato del esposo y lo colocó en la posición primitiva.
Después fue y echó llave a la puerta.

Velmiro A. Gauna
En: Revista Cauce, 1963. N° 1, pp. 44-48

EI forastero es un relato de corte psicológico; Ayala Gauna, con gran conocimiento del alma femenina, sigue paso a paso, con sutileza, los efectos que la soledad y el calor producen en una mujer ante la evocación del marido muerto y la identificación que con el establece de la figura de un ocasional forastero que se acerca a su casa para realizar un trabajo. La fidelidad al amor perdido se impone en el momento decisivo, frustrando una caída que parecía inexorable. 
Castelli, E. (s/a) Velmiro Ayala Gauna Hombre y tierra del litoral, p. 16. Ediciones Colmegna. Santa Fe. Argentina

viernes, 10 de junio de 2022

Mapas conceptuales

Los mapas conceptuales o red conceptual es una síntesis gráfica sobre un tema en concreto; son utilizados por los alumnos para representar su conocimiento a través de la creación de un gráfico donde se visualizan las relaciones lógicas entre conceptos (Dirección de Investigación y Desarrollo Educativo,26). Es considerado como uno de los principales instrumentos de estudios.
Estos mapas pueden iniciarse desde una lluvia de ideas, es decir, conceptos dados por los alumnos o docentes, que consideren importantes luego de leer información sobre el tema que se esté estudiando; o partir de la síntesis de la lectura de algún material bibliográfico sobre un tema específico.
Los conceptos tienen que ser palabras o frases muy breves, colocados en un recuadro u óvalo (nodo), y deben estar jerarquizados de tal manera que los conceptos más importantes se encuentren en el centro o arriba; los conceptos secundarios deben ser colocados cerca de los principales, y ser conectados por flechas que muestren las relaciones entre estos a través de una palabra o frase breve. Muchas flechas pueden originarse o terminar en un concepto importante (Dirección de Investigación y Desarrollo Educativo). Además, se debe tomar en cuenta: no repetir los conceptos, que las palabras de enlace no sean otros conceptos, sino verbos, artículos, o nexos como las preposiciones y conjunciones.
En el aula, (Soto:2006, citado en Mendoza & Mamani: 2012,61), los mapas conceptuales son estrategias de enseñanza para el aprendizaje significativo, pues su utilización genera una mejor claridad en la organización de los conocimientos.

Los organizadores del conocimiento sirven para demostrar las representaciones concisas de las estructuras conceptuales, tanto de los profesores como de los alumnos, ya que ayuda a entender la naturaleza constructiva de los conocimientos; así como a tomar conciencia de su propia construcción de significados en las actividades de aprendizaje de las distintas materias o cursos que estudian y aprenden (Rodríguez:2005, citado en Mendoza & Mamani:2012,61).

A sí mismo, proporcionan una puerta para retomar ideas previas sobre un tema determinado, a la vez que indican lazos de conexión entre el conocimiento nuevo y el ya adquirido. Como sostienen Anijovich y Mora (2009:73) los mapas o redes conceptuales, pueden usarse como punto de partida para enriquecer conceptos previamente vistos y luego interpretarlos, para delinear los caminos más apropiados al enseñar los contenidos conceptuales a nuestros alumnos. O también pueden ser usados como síntesis de los contendidos más relevantes de un tema ya visto. También sirven para construir, comunicar y negociar significados; evaluar y reformular conocimientos interrelacionándolos. Además, los podemos utilizar para redescubrir información, ideas y experiencias perdidas en nuestra mente o para encontrar una hoja de ruta en nuestro camino hacia la nueva información.
Anijovich y Mora (2009:73) resaltan que hacer mapas o redes conceptuales responde a cuatro propósitos:
  • Desafiar las suposiciones respecto de los preconceptos e ideas previas.
  • Reconocer nuevos modelos de interrelaciones posibles.
  • Efectuar nuevas conexiones.
  • Visualizar lo desconocido, mostrar aspectos que, en la enseñanza secuencial, se desvanecen y, que en cambio, en el organizador, se presentan específicamente.


BIBLIOGRAFÍA
  • Anijovich, R. & Mora, S. (2009) Cap. 3: Clases expositivas: transmitir información y construir conocimiento significativo; Cap. 4: El uso crítico de las imágenes. Las estrategias entre la teoría y la práctica en Estrategias de enseñanza Otra mirada al quehacer en el aula. Primera edición. Aique Grupo Editor. Buenos Aires, Argentina.
  • Dirección de Investigación y Desarrollo Educativo (s/a) El Aprendizaje Basado en Problemas como técnica didáctica en Las estrategias y técnicas didácticas en el rediseño. Vicerrectoría Académica, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
  • Mendoza Juárez, Y. L. & Mamani Gamarra, J. E. (2012) Estrategias de enseñanza - aprendizaje de los docentes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Altiplano–Puno 2012 en Revista de Investigación en Comunicación y Desarrollo, vol. 3, núm. 1, enero-junio, 2012, pp. 58-67 Universidad Nacional del Altiplano Puno, Perú.

jueves, 9 de junio de 2022

Poeta, tú no cantes la guerra...

Poeta, tú no cantes la guerra; tú no rindas  
ese tributo rojo al Moloch; sé inactual;
sé inactual y lejano como un dios de otros tiempos,
como la luz a la humanidad.

Huye de la marea de sangre hacia otras playas
donde se quiebren límpidas las olas de cristal;
donde el amor fecundo, bajo los olivos,
hinche con su faena los regazos, y colme
las ánforas gemelas y tibias de los pechos
con su néctar vital.

Ya cuando la locura de los hombres se extinga,
ya cuando las coronas se quiebren al compás
del orfeón coloso que cante marsellesas;
ya cuando de las ruinas resurja el Ideal,
poeta, tú, de nuevo,
la lira entre tus manos,
ágiles y nerviosas y puras, cogerás,
y la nítida estrofa, la estrofa de luz y oro,
de las robustas cuerdas otra vez surgirá:
la estrofa llena de óptimos estímulos, la estrofa
alegre, que murmure: "¡Trabajo, Amor y Paz"

Amado Nervo
Fuentes de vida de B.N.B. de Iacobucci y G.C. Iacobucci,
pág 235