Tan criollo como su nombre fue el pintor de los temas camperos por excelencia. Su aguda observación y su vena humorística hicieran de sus dibujos y pinturas un arte único en su tipo.
Florencio de los Angeles Molina Campos nació el 21 de agosto de 1891, hijo de Florencio Molina Salas y Josefina Campos. Su familia era de antigua e ilustre ascendencia cordobesa. Creció en la estancia de su padre en General Madariaga, provincia de Buenos Aires. Entonces, estas localidades -hoy en pleno desarrollo- no eran sino poblados rurales, últimas reservas de la auténtica tradición gauchesca. Florencio, al igual que José Hernández en la Chacra de Perdriel donde creció, convivió durante sus primeros años con todo aquel paisaje folclórico del campo argentino. La impresión fue fuerte, y desde pequeño trató de plasmar en el papel: gauchos, indios, pampas y pulperías. Era el medio que lo rodeaba y su agudo sentido de la observación, unido a su talento natural para el dibujo, lo convirtieron pronto en un gran ilustrador costumbrista. Su primera exposición importante de cuadros, sin embargo, fue algo tardía. La realizó en la Sociedad Rural en 1926.
Era entonces presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear (1868-1942), quien asistió a esta primera exposición, tal acontecimiento da una medida del aprecio del que gozó el joven artista desde sus primeros tiempos. Alvear no fue el único presidente admirador de su pincel; otras exposiciones contaron con el aplauso de los presidentes Agustín P. Justo y Roberto M. Ortiz. Todos ellos fueron seguidores del arte costumbrista de Molina Campos. Sin embargo, la verdadera popularidad le llego de una manera poco corriente. Fue en 1930 cuando consiguió un éxito de importancia al firmar un contrato con la empresa Alpargatas. Su trabajo consistía en ilustrar los almanaques distribuidos por esta compañía. Sus dibujos típicos, rebosantes de color, energía y agudeza, se hicieron inmediatamente populares. Al año siguiente le llegó su primer reconocimiento internacional: expuso en Paris (Francia), donde no sólo la crítica lo mimó, sino que vendió cada uno de los cuadros expuestos.
El éxito obtenido en nuestro medio por sus almanaques fue repetido con mayor repercusión en los Estados Unidos de América. Allí había sido contratado en 1939 por una compañía petrolera para realizar las ilustraciones de una campaña de seguridad vial. Esta vez, el éxito de sus ilustraciones tiene un valor especial, si es que consideramos que ya no pintaba para un público compatriota, sino de una idiosincrasia totalmente distinta. Pero en los Estados Unidos Molina Campos fue tan bien apreciado como en su país. También se vinculó con la publicidad masiva y logró un gran triunfo. Para 1956, los dibujos de Molina Campos eran los más reproducidos internacionalmente. Poco después de su instalación en los EE.UU., Walt Disney, el conocido artista del dibujo animado en América del Norte, lo invitó a unirse a su estudio en Los Angeles (California) como asesor. El talento de Molina Campos era versátil, y supo dibujar al cowboy con tanta fineza como lo hacía con el gaucho.
Molina Campos regresó a nuestro país en 1953, y eligió como residencia un campo en Moreno. Así volvía, en cierto modo, al medio en que se había criado y que tanto evocara profesionalmente. Volvió a gozar del paisaje rural, y a observar caracteres (aunque los gauchos y los indios fuesen cada vez más difíciles de encontrar). Fundó una escuela pública, coronando honrosamente su obra educativa, ya que en su juventud había sido profesor de dibujo durante quince años, en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda. Molina Campos siguió pintando hasta sus últimos años. Aunque sus dibujos y pinturas no fueron juzgados muchas veces con toda la justicia que merecía, hoy son buscados con afán por coleccionistas de todo el mundo. Su nombre ya figura entre los de aquellos pintores más personales y originales de nuestro país, sino del mundo. Molina Campos falleció en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1959.
ALGO MÁS...
En sus últimos años, al juzgar su obra, dijo Molina Campos: Hoy pinto al gaucho con cierto dejo nostálgico, como de recuerdos de algo que se va. He sostenido siempre que la ilimitada visión de la pampa lo inducia a ir adelante, sin vacilar, libre como el pampero.
Entre otras de sus obras destacamos la graciosa ilustración que hizo de un clásico de nuestra literatura tradicional: el “Fausto” de Estanislao del Campo, en 1942. Es, sin duda, quien mejor ha interpretado plásticamente el espíritu de este poema.
Revista Anteojito N°1599, pp.29-30
31 de octubre 1995
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1599/page/n29/mode/2up