Ceñida de jazmín y enredadera
pasa su blanca y perezosa vida
una tierra bellísima, un jardín.
América unos hombres la llamaron
y sus hijos después lo repitieron;
sus moradas sobre ella suspendieron
la sílfide, la hada, el serafín.
Las auras de sus bosques centenarios
mecen los mil jazmines de su frente,
y un aroma purísimo, inocente,
se desprende al columpio virginal.
Ciñen su inmensa frente por diadema
ejércitos de palmas cimbradoras,
altivas y caducas moradoras
del desierto y del torrido arenal.
Descienden en vistosos torbellinos
de trasparentes perlas sus cascadas,
y bordan las corolas perfumadas
de la campestre y olvidada flor.
Pueblan sus altos robles y sus ceibas
en bandos pintorescos los tulipanes,
y ostentan los mitrados cardenales
las purpuras de Tiro en su color.
Las deidades del mar visten sus playas
de caracoles, conchas y corales,
que ostentan sus desiertos arenales
como un cinto de perlas y rubí.
Encaje pintoresco y ondulante
con que adorna su virgen vestidura,
la casta, hermosa, celestial y pura
tierra de los ensueños de aleli.
Tus bosques, tus ríos, tus limpias cascadas,
eternas sus flores, sus aguas te den,
tus auras fugaces de aromas cargadas
columpien tus palmas con blando vaivén.
Tu cielo de estrellas, azul, transparente,
derrame su manso fulgor para ti;
y rica y altiva, feraz y potente,
los soles te alumbres, fantásticas huri.
Esconda en tus flores sus lagrimas puras,
la candida y tibia mañana de paz,
y tienda en tus verdes feraces llanuras,
su velo de rosas liviano y fugaz.
Desciendan en vistosos torbellinos
de transparentes perlas sus cascadas,
y borden las corolas perfumadas
de la flor escondida y virginal.
Ciñan tu inmensa frente por diadema
ejércitos de palmas cimbradoras,
siempre altivas y eternas moradoras
del llano, el bosque, el valle, el arenal.
Vierta Dios a torrentes en tu suelo
virtud, saber, prosperidad, bonanza;
y el eterno fanal de la esperanza
alumbre tu dormir, tu despertar.
Que el genio misterioso de los siglos
sobre su inmenso trípode sentado,
te augure con la fe del inspirado
glorias que el mismo no podrá borrar.
A. Lozano
Declamador, p. 14-16
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