sábado, 4 de agosto de 2018

Don Frutos Gómez, el comisario... (IV)

Ña Zoila que estaba acomodando, sobre unos zarzos de ramas, unos pedazos de carne para hacer charque vio en el patio del rancho de enfrente a su vecina, doña Rosa, la esposa de don Deogracias Quiroga, y cruzó la calle para ir a hablar con ella.
Después de los saludos y con tono de misterio le dijo:
—¿Anoche no vido nada Ña Rosa?…
—¡No!… Dende que vicie las luces n’el patio’el finau Quinteros apenitas se pone el sol cierro la puerta con la tranca y ya no salgo más… Endemás le tengo prometida una novena a la Virgen’e Itatí por l’alma’l viejo…
La otra miró hacia todos los lados, temerosa y continuó:
—Pues anoche, aparecieron otra vez…
Se santiguó doña Rosa y exclamó:
—¡Jesús, María y José!…
—Sí, salí pa ver que eran unos ruidos que sentí cerca’l gallinero, cuando escuché ruido de pasos, dispués distinguí la luz y oí como un quejido…
—¡Ajá!… ¿Y dispués?…
—Dispués no quise saber más nada, me metí adentro y ya no salí más…
—Si hasta me están dando ganas’e mudarme porqué aquí con esas luces ya no se va a poder vivir, pero… ¡vea quiénes vienen!…
—Son don Frutos, Leiva y l’oficial…
—Y van pa la casa’el viejo Quinteros…
Las dos mujeres se asomaron a la acera para ver el grupo que, a un centenar de metros más allá, se acercaba al lugar donde la noche anterior había caído Leiva.
De los tres hombres llamaba de inmediato la atención el cabo que ostentaba en la frente un vendaje a modo de vincha.
—¿Ande viste la luz mala?… —preguntó don Frutos.
—Ahí, nomás comesario, n’el portón del viejo Quinteros. Apenitas lo abrí y metí la cabeza se apareció.
—¡Ajá!… Y vos Arzásola, cuando viniste no trompesaste con denguno?…
—Con ninguno, don Frutos… Venía atento a todos los ruidos así que me hubiera dado cuenta.
—Ta güeno, dentremos…
Leiva, que era muy supersticioso dejó que los otros entraran primero, luego se persignó y penetró también. La casa estaba silenciosa. En el amplio patio algunos coposos naranjos daban fresca sombra. Don Frutos anduvo un trecho y señalando un trozo de tierra removida dijo:
—¡Mirá Arzásola…! ¿Te parece que eso lo haigan hecho las luces malas?…
—¡No!… Eso es obra de seres humanos…
—Alguno que haberá andau buscando las botijas’e plata que dicen que tenía enterrada’l viejo Quinteros —intervino Leiva.
Y enseguida agregó:
—Pero a la luz mala yo la vide… ¡Se lo juro!… —Y besó a dos dedos puestos en cruz.
Don Frutos, que mientras tanto estaba observando, sentado en cuclillas junto a la puertecilla, unas huellas en la tierra, se incorporó y le respondió:
—Vo lo que viste jué la lu’e una linterna que te encandiló pa ansí encajarte el garrotaso, pues…
Titubeó un momento el cabo y luego confirmó:
—Cierto… pa luz mala era dimasiau risplandor… ¿Quién haberá sido?…
Desechado el aspecto supersticioso el rencor le puso un brillo maligno en la mirada.
—Vamoj a ver… —siguió don Frutos y le ordenó—: Mostrame la herida.
Leiva se desató el vendaje y le hizo ver el hematoma.
El comisario lo estudió con todo detenimiento y aun le arrancó algunos quejidos cuando presionó a su alrededor preguntando:
—¿Te duele aquí?… ¿Y aquí?… ¿Acá no?… ¡Claro!… Este golpe lo encajó un zurdo…
—¿Un zurdo?… —se asombró el oficial.
—Sí y está bien patente… Vamoj a riconstruir la escena… A ver, cabo, meté la cabeza como anoche…
—Güeno, pero no vaya na pegar ¡eh! que nu es de jierro…
—Perdé cuidau, va ser tuito simulau…
Don Frutos se puso en el lugar donde estaban las huellas y cuando Leiva empujó la hoja de madera e introdujo la cabeza, indicó:
—Ve, oficial, el que estaba acá lo encandiló con la linterna que tenía en la derecha y le sacudió el golpe con la izquierda, por eso el chichón está pa este lau… De haber sido al revés la magulladura habida que haber estau maj al frente o al otro costau…
—En efecto… Tiene usted razón —aseveró Arzásola.
—N’este vecindario l’único zurdo es Clímaco Barrientos… Y ese nunca se quejó’e las luces… ¡Hum!… Lo vua a citar pa interrogarlo…
—¿Quiere que vaya yo, don Frutos? —se ofreció Leiva.
—No, m’hijo —replicó don Frutos y al ver la expresión de su subordinado agregó suavemente pero con firmeza —: Y si te querés poner vo a risolver esto por tu cuenta te vua a encajar tal talerazo que ese bulto que tenés va a quedar petizo al lau del otro…
—No ha de, don Frutos —condescendió el cabo de mala gana.

—Muchas gracias, Juan Moreira —dijo don Frutos entregándole el mate al cabo que quedó frente a él sorprendido.
—¿Por qué, pa Juan Moreira, comesario? —preguntó.
—Por esa vincha… Estás igualito que un gaucho pa’l carnaval —rió el interrogado mientras Leiva refunfuñando y masticando sus rencores fue a dejar el mate en la cocina y volvió a sentarse en una silla, en un rincón.
En ese momento entró el agente de guardia y advirtió:
—Don Frutos… ahí está Clímaco Barrientos, al que usté lo hizo llamar…
—Está bien, hacelo pasar…
Arzásola que leía en una mesita de un costado dejó el libro y se dispuso a actuar si sus servicios de sumariante eran requeridos.
Barrientos entró haciendo dar vueltas entre las manos a su aludo sombrero y miró inquieto hacia la esquina donde se hallaba el malhumorado cabo Leiva.
Se detuvo frente al escritorio del comisario y dijo con aire que quiso ser de protesta.
—Vengo nicó a ver pa qué me hizo llamar.
Sin inmutarse don Frutos le dijo:
—Perdoná Clímaco, pero quisiera saber si vo no viste las luces malas en lo de don Liborio…
—¡No!… Yo no las vi nada…
—Y, entonces, si no es de miedo a las luces esas ¿cómo pa es que hace un tiempito que no se te ve por la noches n’el boliche?… Antes no solía faltar ni cuando llovía…
—Creo que no tengo ninguna obligación pa dir… Voy cuando se me dea la gana…
—No te enojés que va a ser pa tu bien… pero es el caso que yo me he puesto a pensar…
—Me he puesto… —interrumpió Arzásola sin poderse contener ante el barbarismo de su jefe.
—¿Qué te has puesto? ¿La gorra o el sombrero? —le dijo don Frutos.
—Perdone, pero no se dice «me he ponido», sino «me he puesto».
—Vo dejame a mí que si yo le haulo en difísil este no me va a entender…
Suspiró resignado Arzásola y don Frutos continuó el interrogatorio:
—Güeno, el caso es que yo… —se detuvo, miró intencionalmente al oficial y agregó— he pensau que dos y dos son cuatro…
—Y eso que tiene que ver conmigo, pues… —replicó Barrientos a quien todos estos preámbulos estaban poniendo sumamente nervioso.
—Pues que lo mismo resultá’e vo y las luces malas…
—No entiendo…
—Sencillo: vo vas al boliche, no hay luces malas, vo no aparecé por lo ‘e don
Pedro y salen las luces malas…
—Casualidá…
—Sí, m’hijo, una casualidá jué que no le rompiste el mate a Leiva anoche…
—¡Ahijuna!… —se levantó el cabo furioso y Barrientos se replegó hacia el escritorio.
—Sentate, Leiva, que entuavía no hemos terminau…
—¡No sé nada!… ¡Yo no sé nada! —casi gritó Clímaco que se había puesto pálido—. Déjeme dir…
—Si no juera que endemás sos surdo te hubiera dejau, pero el que le hiso eso al cabo era surdo como vos… ¿Y aura, queré declarar de una vez o no?
Se empecinó el otro y repuso:
—Yo no juí y no sé nada de las luces esas…
—Entonces, si no querés confesar conmigo yo me vua a dir con l’ofisial a dar una güelta y te via a dejar con el cabo pa que te interrogue…
Pero a Barrientos que conocía por oídas la fama de Leiva le bastó mirar el vendaje que ocultaba el chichón de la frente y, sobre todo, el gesto de malévola satisfacción que hiciera aparecer en su rostro esa sugerencia para decidirse.
—No, don Frutos… prefiero con usté… juí yo…
—¡Vos! ¡Añamembú!… —tronó Leiva y se levantó agresivo, pero don Frutos le clavó los ojos fijamente y, vencido por la autoridad, volvió a su asiento.
—Perdone, cabo… —se explicó Clímaco— jué sin querer… Sentí ruido y me asusté…
—¿Qué andabas buscando por allí? —continuó don Frutos.
—Y, como decían que el viejo Liborio sabía enterrar en botijas su dinero quise ver si era cierto…
El comisario, al oírlo, se pasó la mano por la barbita en un gesto que le era habitual cuando se sentía preocupado y luego de una breve pausa sonrió, y dijo:
—¡Ajá!… Pues aura te vua a dar permiso pa que lo hagás de día. A vos y a tuitos los que quieran buscar, pero si encuentran algo tienen que pagar el 10 por ciento’e impuesto a los tesoros perdidos…
—¿De veras?… ¿Me va a dejar? —dijo Barrientos.
—Sí, l’ofisial va a hacer un plano del patio y a tuito el que quiera buscar le vua a señalar una parte, pero eso si… dispués de hacer los pozos tienen que emparejar el terreno con un rastrillo.
—¡Cómo no, don Frutos!…
—Pero no te alegrés tanto que vos tenés que arreglar una cuenta…
—Cierto —aceptó Barrientos y volvió a mirar al cabo que seguía con gesto sombrío en su asiento.
—A ver… violación’e domicilio, atentau contra la utoridá, lesiones… ¡hum!… Son muchos cargos, Clímaco…
—Me va a poner preso, entonces… ¡Qué lástima, porque loj otro me se van a adelantar y van a sacar el «tapau»!
—No te aflijás… Vos solés trabajar’e pintor, ¿no?…
—Así es, don Frutos.
—Güeno, te vua a perdonar tuitas esas cosas con la condición que pintés la escuelita. El capitán Giménez te va a dar los útiles y la cal.
—¡Cómo no, don Frutos! —aceptó Clímaco satisfecho con el arreglo.
—Además le tenés que traer a Leiva una botella’e caña pa que se haga compresas n’el golpe…
—¿Compresas de caña, don Frutos? —se asombró el otro.
—Sí, m’hijo… la caña tiene alcol y l’alcol es lo mejor pa desinfetar heridas y machucones…

Apenas corrió la noticia que don Frutos concedía permiso para que se buscaran las afamadas «botijas con plata» en el patio de don Liborio fueron muchos los llegaron a la comisaría en procura de la correspondiente autorización.
Arzásola había confeccionado un sencillo planito y dividido el mismo en varias parcelas que don Frutos ofrecía al interesado.
—Tenés pa elegir… aquí un lindo lote’e tres por tres… aquí otro de dos por cuatro… o si no este de cuatro por cuatro junto a la paré…
—Deame el más grande don Frutos…
—Está bien, pero ricordá que dispués que busqués me tenés que dejar el terreno bien parejo con el rastrillo…
—Pierda cuidau, don Frutos…
—Y si te olvidás, Leiva andará por ahí pa hacerte hacer memoria ¡eh!…
Una tarde el oficial, que no se explicaba la extraña actitud de su superior, aprovechando un momento en que se encontraban solos le dijo:
—¿Pero usted cree que, realmente hay algo escondido en ese terreno?
—¡Y cómo no!… Vas a ver que montón’e plata va a salir…
—Lo que es hasta ahora solo han sacado zapatos viejos, latas y cascotes…
—Porque no saben buscar… Ya vas a ver cómo, algún día, alguien encuentra que hay mucho dinero… vamos a ver cómo trabajan…
Salieron, caminaron unas cuadras y llegaron al patio. Como ya había transcurrido cierto tiempo, muchos habían explorado su pedazo al dedillo y abandonado la búsqueda, pero eso sí, dejando su concesión bien arreglada conforme a las indicaciones de Leiva.
Solo quedaban, ya en el fondo de la casa, dos hombres en su labor. Uno de ellos estaba efectuando un profundo agujero y don Frutos, asomándose al borde le indicó:
—Tené cuidau que no te vayas a salir’l otro lau, Terencio…
El aludido arrojó el pico al suelo y exclamó:
—Tanto trabajar al cuete y no hallamos nada… Habían sido tuitos cuentos los del «tapau»… Yo renunceo…
Salió de la excavación y ya iba a tomar sus cosas para alejarse cuando el cabo le indicó severo:
—Antes de dirte golvé a meter la tierra ande la sacaste y emparejá el terreno, pues…
Terencio gruñó algo entre dientes y empuñando la pala comenzó a cumplir con lo ordenado mientras don Frutos salía con Arzásola.
—¿Vio que no había nada de utilidad, comisario? —expresó el oficial.
Rió don Frutos y agregó:
—Vamos a verlo al capitán Giménez pa que con su asistente, Leiva y los alumnos maj grandecitos e’ la escuela, aprovechen tuito ese terreno removido pa hacer una güerta con las semillas que hace una semana le encargué a don Pedro… Así dentro’e poco no va a faltar verduras pa’l «Comedor Escolar»…
Dándose cuenta de la argucia de su jefe para hacer trabajar a sus reacios convecinos, el oficial también se echó a reír…

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