de vez en cuando yo subía,
era de siempre que atado a su eterno poste lo veía
no tenía nombre, tampoco sombra
había soportado lluvias y soles
frío y miseria
jamás recibió caricia alguna
solo la soledad y los maltratos de su amo eran su pan de cada día.
En su abandono,
como buscando una respuesta a su triste condición
en el turbio horizonte su melancólica mirada perdía.
Por aquel triste caminito polvoriento y rocoso
de las pocas gentes que por ahí pasaban nadie le miraba
su cuerpo marchito y triste como una uva seca
a los hombres les asqueaba,
y como si su rostrito lastimero
la vergüenza de los hombres reflejado hubiera
el indiferente y aturdido paso aceleraban.
Pero yo, que cantando y silbando siempre iba
al llegar a aquella cuesta mi ánimo cambiaba
mi paso lento y suave se hacía.
Siempre había pensado que aquella calleja
estaba perdida en el tiempo
tan apartada de la realidad estaba
que parecía existir como por encanto,
pues de aquellas casitas de caña
desgarradoras, tambaleantes y azotadas por la miseria
que a su alrededor reposaban
jamás vi hombre alguno,
el ambiente era tétrico
el aire parecía contaminado
solo aquella alma pura contemplaba mi paso.
Al pasar, su mirada como un rayo de luz,
en mis desprevenidos ojos penetraba
siempre misteriosa e interrogadora
y me indagaba no se qué cosas raras.
Muchas veces en mi apacible y lento paso
pan o fruta le ofrecía
y en su pobre inocencia
como si mi atención llamar pretendiera,
hasta que por la ruda cuesta yo subía,
jugando con alguna oportuna mariposa
felicidad fingía.
Y así pasó el tiempo
y mi paso por aquella senda perdida
más frecuente se hacía.
Pero ayer, anunciando la desgracia
una inesperada lluvia
turbia y fría mi camino interrumpía,
y yo saltando charcos y lodazales
con mis cuadernos y libros mojados
hasta la cuesta llegué
y aquellos ojitos confundidos
que durante tanto tiempo
mi subir la cuesta habíanme contemplado
ya no estaban…
un vacío profundo sentí dentro de mí
entonces, sin importarme el qué dirán de la gente
ni el fango que a cada paso
mi uniforme escolar salpicaba
lancé mis libros
y apresurado como un poseído corrí
a cerciorarme lo que había sucedido allí,
al acercarme, su cuerpo que yacía muerto
contemplarlo pude.
La lluvia habíase calmado ya,
unas cigarras que confundidas parecían,
sobre la yerba fresca del invierno
a nuestro alrededor deambulaban.
En aquel instante una indescriptible tristeza se apoderó de mí
era la pérdida de un hermano
lo que mi corazón sentía
y en mi arrepentimiento, mezcla de ira y dolor,
como pidiéndole perdón por el egoísmo de los hombres
a su lado de rodillas caí
y así mi último adiós le dí.
Las lágrimas de mi callado llanto,
entre el agua de lluvia y el fango se confundieron…
Casitadebarro
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