Marzo 3 —Revisando en los cajones de un viejo escritorio
encontré un cuaderno de hojas amarillentas y no pude resistir a la tentación de
utilizarlo para ir estampando mis impresiones sobre la vida y los hombres de
este pueblo, al parecer olvidado de Dios, que se llama Capibara-Cué. Al verme
en estos menesteres ya sospecho lo que dirán mis compañeros de trabajo: el comisario,
don Frutos Gómez, mesándose la barba afirmará sentencioso: "L'ofisial ta
praticando la letra…"; el cabo Leiva, un paraguayo enamoradizo, exclamará:
"¡Di ande, don Frutos…! Li ha d'estar escrebiendo a la novia…." el
agente Ojeda y nuestro preso habitual, don Cleto, que viene noche a noche a
dormir en el calabozo sus borracheras, asentirán apenas con sus "¡Hum…
hum!" y seguirán prendidos a la bombilla en sus diarias orgías de mate.
Afuera el sol bosteza sus ardores sobre la larga calle polvorienta; atados a
los palenques, frente a los ranchos, cabecean algunos sufridos caballos; desde
lejos llega el canto huidizo del crespín, y, a la distancia, se ve el verde
festón de las copas de los árboles en los montes que rodean al pueblo.
Un mocetón viene andando pachorrientamente por las
desniveladas aceras, de rato en rato se saca el cigarro de hoja de la boca y
lanza grandes escupitajos al aire. Bueno, ya no hay más que agregar, así que yo
también iré a sumarme a la rueda del cimarrón.
Marzo 3 —Es de noche y en el cielo hierven las estrellas. A
pesar de todos mis presentimientos hemos tenido un día de trajín intenso. Aquel
muchacho que vi en la tarde caminar tan perezosamente fue quien causara la
conmoción cuando, al llegar al cabo de un rato, dijera:
—Güeñas tardes, don Frutos, le vengo nicó a avisar una
cosa…
—Güeñas, m'hijo —contestó el aludido—, haulá nomás.
—N'el rancho 'e Casimira, la viuda 'l Mocho Ceríaco
López, ese que se mató hace dos años, al cair borracho debajo 'e la carreta
cargada 'e sandías y al que las ruedas le pasaron por encima 'l pecho…
—¡Aja!
—Güeno, ahí está la Casimira…
—Vea, pues —intervino el cabo Leiva—. ¿Y ande más iba
a estar si esa es su casa?
—Ahí está la Casimira —prosiguió el mocetón
imperturbable —colgada 'l cogote 'e la cumbrera 'l rancho y ya finada la pogre
que Dios la tenga en su santa gloria.
Don Frutos dio una larga chupada al mate y ordenó:
—Vamos.
Montamos a caballo y allá fuimos: el comisario, el
cabo Leiva, que llevaba al mocetón en la grupa y yo.
El rancho de la muerta estaba en las afueras del
pueblo, junto a unas plantaciones descuidadas y a un vasto potrero donde yacían
algunas vacas.
Ya algunos vecinos estaban en la modesta habitación
del hecho observando a la muerta desde todos los costados, pero, felizmente, no
habían tocado nada.
Don Frutos los expulsó del recinto y dio comienzo a
sus tareas.
La muerta tenía los ojos fuera de las órbitas, la
lengua afuera y el rostro amoratado. A sus pies yacía una silla derribada, a la
que parecía haber subido para cumplir su fatal determinación. El lazo que le
ceñía el cuello había sido pasado por encima del gran poste que oficiaba de cumbrera
y estaba atado, en su otro extremo, a uno de los sostenes de hierro de la
tranca de la puerta.
Todo en la habitación estaba en orden y solo el lecho
tenía las ropas revueltas.
—Suicidio. —dije yo— La mujer aseguró el lazo, lo hizo
pasar por encima de la viga, subió a la silla y se colgó…
Don Frutos observó en el piso de tierra las huellas
dejadas por la pata de la silla, luego alzó a ésta introduciéndola en las
marcas y señaló con un lápiz la altura hasta donde penetraban. En seguida dijo
a Leiva:
—Bájala.
El cabo hizo lo indicado y cuando el cuerpo estuvo en
tierra el comisario llevó la silla un poco más allá y, después de pensar un
rato, dijo a su subordinado:
—A ver, Leiva, ponela parada ahí mirando a la ventana.
El otro levantó en sus fuertes brazos el bulto inerte,
rígido por la muerte, lo apoyó sobre el mueble cuidando que la luz cayera sobre
ella. Era una mujer de talla mediana, delgada y que, quizá en vida no habría
sido mal parecida, pero que, en esos momentos, con el rostro lívido y distorsionado,
causaba horror.
Don Frutos la observó con todo detenimiento desde la
cabeza a los pies y luego su mirada fue recorriendo los objetos del contorno
para terminar diciendo:
—Ponela nomás en la cama y que la preparen pa
enterrarla. Nojotro vamoj a buscar al culpable.
—¿Al culpable? —dije azombrado— ¿No es un vulgar caso
de suicidio?
—No, m'hijo —me respondió—, es un crimen.
Marzo 4 —Esta mañana fuimos al entierro de la difunta Casimira
Vda. de López. Unos pocos vecinos siguieron al carro del carnicero donde se
había colocado el pobre cajón de pino que contenía sus restos. La pobre no
tenía parientes en el lugar y sólo unas cuantas viejas la despidieron con sus
oraciones y alguno que otro llanto ya que "aunque no sia nada 'e uno un prójimo
es un prójimo".
Cuando volvimos a la comisaría y mientras esperábamos
que se dorara el asado para nuestro almuerzo, don Frutos me preguntó:
—¿Vos crees en loj espíritus?
—¿En los espíritus?
—Sí.
—Francamente no, aunque ha habido hombres de ciencia
como Flammarion que eran decididos partidarios de esa doctrina.
—¡Aja!… Pues acá, en Capibara-Cué, tenemos a Ña Belén
que es muy sabidora 'e esas cosas y haula con ellos.
— ¡Bah! Serán supercherías —le repliqué.
—Güeno. Esta tarde vamoj a dir a verla pa que te
convensás.
Después, dirigiéndose al cabo Leiva, le interrogó:
—¿Cuánto pa le calculas el peso 'e la dijunta vo que
la abajaste?
—Y, siguro, pa desir lo que se dise siguro de
siguridad no pedería, pero pa mi pesaría como unas cinco arrobas porque era
igual al peso 'e laj bolsas 'e avena pa los caballos.
—Cierto, Leiva, cierto. Yo tamién le calculo unos
cincuenta kilos y aura pásame un pedazo 'e tripa pa dirme entreteniendo.
No había duda que la muerte de la mujer lo tenía
preocupado. En la revisión que habíamos hecho de la pieza no encontramos nada
de importancia y la intromisión de los curiosos en la misma había borrado o
confundido las huellas de pisadas que podían haber quedado en el suelo.
Los vecinos no habían visto llegar o salir a ningún
extraño. El estado de semipobreza en que vivía la extinta hacía descartar el
robo como móvil y la falta de herederos que pudieran beneficiarse con sus
escasos bienes alejaba también el interés.
Las circunstancias todas del hecho y la carencia
presunta de motivos me hacían mantener aferrado a mi idea original del
suicidio, pero el comisario, con igual pertinacia, sostenía:
—Es un crimen, ofisial, ya vaj a ver…
A la caída de la tarde, cuando apenas una estrella
hacía guiños en el horizonte gris oscuro, fuimos a la casa de doña Belén, la
curandera y "endivina". En la semioscuridad del aposento, iluminado
sólo por una vela y envuelta en sus negras vestiduras, la vieja parecía una
figura de pesadilla.
—Vea Ña Belén —le dijo don Frutos apenas nos hubimos
instalado frente a ella alrededor de la mesa—, yo quedría que usté le
consultara 'l espirito 'e Casimira López.
—¿Y por qué pa tiene esa curiosidá, don Frutos?
—Porque me parece que l'hisieron un sucio y naides sabe
nada y si saben no quieren haular. Me gustaría que el espíritu me dijiera algo
'e loj que la querían pa bien o pa mal ansí tengo un indicio…
La mujer tomó un mugriento mazo de cartas y empezó a
barajarlas mascullando palabras en guaraní, luego hizo cortar el paquete en
tres partes al consultante y empezó:
—Esta no sirve y ésta tampoco… aquí viene el rey 'e
copas qu'es el espirito 'e Casimira… En el nombre 'l Pagre, del Hijo y del
Espirito Santo pongo una y pongo otra y doy güeltas a la tercera ¡peina! un
caballo 'e espadas al revés que es un hombre que andaba con ella y esta sota es
una mujer que no la quería a la finada porque tamién quería al hombre qu' era
su marido…
Viene el siete velo que dice qu'el hombre tiene algo
'e oro n'el cuerpo y aura ¡Jesús, María y José! sale 'l caballo 'e oro que
quiere decir que otro hombre más joven andaba con ella y tuitos estos bastos
dicen que tamién lo celaba mucho… y esta otra sota es una muchacha con nombre 'e
jlor… y este rey 'e bastos es el pagre 'e la moza qu'es nombre 'e rigor…
Calló la pitonisa y, entonces, don Frutos, añadió:
—¿Y d'este hombre loj espirito no pueden darme ni una
seña?
Doña Belén volvió a barajar los naipes y luego de
murmurar una oración entre dientes sacó del mazo una baraja y se la dio
diciendo:
—Ahí tiene el nombre…
Era un dos de copas y el comisario la miró sin
entender, pero ella concluyó:
—Loj espirito están cansaos y ya no pueden decir nada
más…
Don Frutos depositó un peso en el platillo colocado
frente a una imagen iluminada por la vela y salió conmigo a la calle que estaba
en sombras, repitiendo:
—El dos 'e copas… el dos 'e copas…
Después de un rato se dio un golpe en la frente
exclamando:
— ¡Ya está! El dos quiere decir Segundo… Segundo Almada,
el que anda noviando con la Rosa Yegro, la hija 'e don Patricio Yegro 'e Ramada
Paso…
Y por más que lo acribillé a preguntas no quiso darme
ninguna otra explicación.
Marzo 5 —Algo en la actitud de don Frutos me hizo sospechar,
cuando llegué a la comisaría, que preparaba uno de los golpes de efecto a que
era tan aficionado.
Me recibió lo más cortés y con aire hipócrita me dijo:
—Sabes que creo que tenes razón y que la Casimira si
ahorcó nomás…
Calló para terminar de sorber un mate que le acarreaba
Leiva y añadió:
—Aura vamoj al galpón a matiar y ansina vamoj a ver el
cuero 'e un cordero que le carniaron a lo inglese 'e estansia.
Pasamos al interior y allí, apoyada contra una alta
pila de fardos de pasto, vi la silla que había estado en la pieza de la difunta
y, a sus pies, una bolsa de avena.
—Sentate ahí —me dijo, y me indicó un banquito
mientras él se acomodaba en otro en torno al brasero y después empezamos a
"verdear" en silencio. Al rato vino un agente acompañado por un
hombre de mediana edad, delgado y que, al hablar, dejaba ver un diente de oro.
— ¡Hola, don Poli! —lo saludó don Frutos—, perdone que
lo haiga hecho llamar pero necesito que me dea un dato…
—A sus órdenes, comisario…
—Güeno, pero primero siéntese —exclamó el funcionario
y le indicó la silla.
El otro miró la bolsa y se detuvo indeciso. Al ver sus
dudas, don Frutos exclamó:
—Vea, ya qu'está ahí, don Poli, ¿por qué no me alza la
bolsa arriba 'e los fardos?
—Con mucho gusto. —repuso el recién llegado.
La tomó en sus brazos, subió a la silla y sin esfuerzo
la depositó en el lugar indicado.
—Gracias, amigo, y pa no entretenerlo más, ¿Dígame si
sabe 'e algún pariente 'e la viuda Casimira?
Palideció el interpelado, pero, enseguida, se repuso y
contestó:
—Que yo sepa no tenía a naides por acá. Pero… ¿por qué me lo pregunta a mí, don Frutos?
—Cosa 'e lo espirito, don Poli. Ellos me dijieron que
Uds., en fin, son cosas que ya pasaron…
—Ansina es, ya pasaron hace tiempo.
—Güeno, era pa eso noniá, vaya tranquilo.
Apenas se hubo retirado, Leiva volvió a bajar la
bolsa, corrió la silla unos centímetros al costado y la puso en la posición
anterior. No habían transcurrido diez minutos cuando volvió a entrar el agente
seguido por un mozo alto y fornido de unos veinticinco años.
—Salú, Segundo —lo recibió don Frutos—, perdona la
llamada pero tengo que preguntarte algo.
—Mande, don Frutos.
—Sentate de mientras y toma unoj mates que nú es di
apuro.
Se reprodujo el mismo diálogo de momentos antes y el
gigantón subió a la silla con su carga.
Cuando bajó para sentarse, el comisario le dijo:
—Ansí como a esa bolsa tamién hiciste pasar el cordero
pu encima 'l alambrao.
—¿Que cordero, comesario?
—El que carneaste la noche '1 marte en l'estancia 'e
loj inglese… ahí está el cuero que abandonaste.
Indignado el otro rechazó el cargo atropellándose en
la defensa.
—¿Qué via carniar cordero, don Frutos, endemá la noche
'1 martes yo estuve con…
Súbitamente calló y quedó lívido, comprendiendo que
había caído en una trampa.
—Seguí, Segundo, seguí…
—El martes estuve en mi casa.
—No, m'hijo, el martes a la noche estuviste con
Casimira y a la madrugada la ahorcaste con tu pañuelo de cuello mientras dormía…
— ¡Miente!… ¡No es cierto!
Gruesas gotas de sudor le corrían por el rostro.
—Dispué, cuando la viste muerta, hiciste pasar un lazo
por la cumbrera del rancho calculando l'altura pa que quedara lejos 'el piso y
te subiste a la silla pa colocarle 'l nudo n'el cogote. Cuando estuvo colgada
voltiaste la sila pa hacer creer que la pogre se había suicidao. No negués porque
te vieron…
Anonadado por la exactitud del relato, el mozo aceptó:
—¿Me vieron? ¿Quién?
—Loj espirito…, siempre andan rondando por tuitos laos
y aura confesa por qué lo hiciste o te haga haular a juerza 'e palos.
—No hace falta, don Frutos. Tuve di haserlo porque si
había puesto insoportable 'e celosa y me había amenazao con ir a Ramada Paso pa
decirle 'e lo nuestro al pagre 'e mi novia, don Patricio Yegros, que es muy
severo y me hubiera echao 'e la casa. Taba 'e Dios que no había 'e casarme con
la Rosa.
Leiva se lo llevó para encerrarlo en el calabozo y
entonces le pregunté al viejo astuto:
—¿Cómo supo que era crimen y no suicidio?
—Por las marcas 'e las patas 'e la silla. Lo aujero
eran muy projundo y la pogre era liviana demá pa hundirla tanto. Entonces pensé
que alguno se había subido con ella pa colgarla y como lo vecino no vieron
entrar ni salir a naides calculé que el creminal había ido 'e noche y si
Casimira l'abrió la puerta era porque tendría algo entre ellos. Dispué supuse
que l'única que podería saber d'esos enjuagues era doña Belén…
—Porque ella sabe 'e tuitas laj cosas el amor. Las
mujeres van a pedirle que le haga más cariñoso o más fiel al novio y al marido,
que loj libren 'e laj otra mujeres, que le hagan pensar solamente en ellas o
que li hagan olvidar a laj otras, etc. Ña Belén no traiciona sus cliente, pero pueden
hacerlo loj espirito y ansí supe que Poli "Diente 'e oro" había
andado mancornado" con la viuda, pero como el caballo estaba al revés
comprendí que lo había dejao por Segundo Almada, que es más joven y güen mozo.
Parece que la mesma Casimira le había ido a consultar, dejuro pa pedirle que lo
engualichara…
Se interrumpió para tomar un mate y prosiguió:
—Poli pudo haberlo hecho por despecho y Segundo pa
librarse 'e ella y casarse con la Rosa…
—¿Cómo supo exactamente quién fue?
—Porque esa bolsa 'e avena pesa casi igual que la
finada y Poli al alzarla no hizo hundir bastante la silla y, en cambio, con Segundo
dentro hasta llegar a la marca que l'hice.
—Y el cordero carneado, entonces, ¿era un cuento?
—inquirí.
— ¡Cuento! Di ande… aura nomá lo vas a comer al
asador. Solamente que en vez del martes lo robaron anoche y me parece que al
autor no loj vamo a encontrar nunca. ¿A vo qué te parece, Leiva?
—Creo
lo mesmo, comesario —añadió socarrón—, pa mí que han de haber sido loj
espirito.
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