miércoles, 29 de agosto de 2018

Los espíritus (del diario del Oficial Arzasola)

Marzo 3 —Revisando en los cajones de un viejo escritorio encontré un cuaderno de hojas amarillentas y no pude resistir a la tentación de utilizarlo para ir estampando mis impresiones sobre la vida y los hombres de este pueblo, al parecer olvidado de Dios, que se llama Capibara-Cué. Al verme en estos menesteres ya sospecho lo que dirán mis compañeros de trabajo: el comisario, don Frutos Gómez, mesándose la barba afirmará sentencioso: "L'ofisial ta praticando la letra…"; el cabo Leiva, un paraguayo enamoradizo, exclamará: "¡Di ande, don Frutos…! Li ha d'estar escrebiendo a la novia…." el agente Ojeda y nuestro preso habitual, don Cleto, que viene noche a noche a dormir en el calabozo sus borracheras, asentirán apenas con sus "¡Hum… hum!" y seguirán prendidos a la bombilla en sus diarias orgías de mate. Afuera el sol bosteza sus ardores sobre la larga calle polvorienta; atados a los palenques, frente a los ranchos, cabecean algunos sufridos caballos; desde lejos llega el canto huidizo del crespín, y, a la distancia, se ve el verde festón de las copas de los árboles en los montes que rodean al pueblo.
Un mocetón viene andando pachorrientamente por las desniveladas aceras, de rato en rato se saca el cigarro de hoja de la boca y lanza grandes escupitajos al aire. Bueno, ya no hay más que agregar, así que yo también iré a sumarme a la rueda del cimarrón.

Marzo 3 —Es de noche y en el cielo hierven las estrellas. A pesar de todos mis presentimientos hemos tenido un día de trajín intenso. Aquel muchacho que vi en la tarde caminar tan perezosamente fue quien causara la conmoción cuando, al llegar al cabo de un rato, dijera:
—Güeñas tardes, don Frutos, le vengo nicó a avisar una cosa…
—Güeñas, m'hijo —contestó el aludido—, haulá nomás.
—N'el rancho 'e Casimira, la viuda 'l Mocho Ceríaco López, ese que se mató hace dos años, al cair borracho debajo 'e la carreta cargada 'e sandías y al que las ruedas le pasaron por encima 'l pecho…
—¡Aja!
—Güeno, ahí está la Casimira…
—Vea, pues —intervino el cabo Leiva—. ¿Y ande más iba a estar si esa es su casa?
—Ahí está la Casimira —prosiguió el mocetón imperturbable —colgada 'l cogote 'e la cumbrera 'l rancho y ya finada la pogre que Dios la tenga en su santa gloria.
Don Frutos dio una larga chupada al mate y ordenó:
—Vamos.
Montamos a caballo y allá fuimos: el comisario, el cabo Leiva, que llevaba al mocetón en la grupa y yo.
El rancho de la muerta estaba en las afueras del pueblo, junto a unas plantaciones descuidadas y a un vasto potrero donde yacían algunas vacas.
Ya algunos vecinos estaban en la modesta habitación del hecho observando a la muerta desde todos los costados, pero, felizmente, no habían tocado nada.
Don Frutos los expulsó del recinto y dio comienzo a sus tareas.
La muerta tenía los ojos fuera de las órbitas, la lengua afuera y el rostro amoratado. A sus pies yacía una silla derribada, a la que parecía haber subido para cumplir su fatal determinación. El lazo que le ceñía el cuello había sido pasado por encima del gran poste que oficiaba de cumbrera y estaba atado, en su otro extremo, a uno de los sostenes de hierro de la tranca de la puerta.
Todo en la habitación estaba en orden y solo el lecho tenía las ropas revueltas.
—Suicidio. —dije yo— La mujer aseguró el lazo, lo hizo pasar por encima de la viga, subió a la silla y se colgó…
Don Frutos observó en el piso de tierra las huellas dejadas por la pata de la silla, luego alzó a ésta introduciéndola en las marcas y señaló con un lápiz la altura hasta donde penetraban. En seguida dijo a Leiva:
—Bájala.
El cabo hizo lo indicado y cuando el cuerpo estuvo en tierra el comisario llevó la silla un poco más allá y, después de pensar un rato, dijo a su subordinado:
—A ver, Leiva, ponela parada ahí mirando a la ventana.
El otro levantó en sus fuertes brazos el bulto inerte, rígido por la muerte, lo apoyó sobre el mueble cuidando que la luz cayera sobre ella. Era una mujer de talla mediana, delgada y que, quizá en vida no habría sido mal parecida, pero que, en esos momentos, con el rostro lívido y distorsionado, causaba horror.
Don Frutos la observó con todo detenimiento desde la cabeza a los pies y luego su mirada fue recorriendo los objetos del contorno para terminar diciendo:
—Ponela nomás en la cama y que la preparen pa enterrarla. Nojotro vamoj a buscar al culpable.
—¿Al culpable? —dije azombrado— ¿No es un vulgar caso de suicidio?
—No, m'hijo —me respondió—, es un crimen.

Marzo 4 —Esta mañana fuimos al entierro de la difunta Casimira Vda. de López. Unos pocos vecinos siguieron al carro del carnicero donde se había colocado el pobre cajón de pino que contenía sus restos. La pobre no tenía parientes en el lugar y sólo unas cuantas viejas la despidieron con sus oraciones y alguno que otro llanto ya que "aunque no sia nada 'e uno un prójimo es un prójimo".
Cuando volvimos a la comisaría y mientras esperábamos que se dorara el asado para nuestro almuerzo, don Frutos me preguntó:
—¿Vos crees en loj espíritus?
—¿En los espíritus?
—Sí.
—Francamente no, aunque ha habido hombres de ciencia como Flammarion que eran decididos partidarios de esa doctrina.
—¡Aja!… Pues acá, en Capibara-Cué, tenemos a Ña Belén que es muy sabidora 'e esas cosas y haula con ellos.
— ¡Bah! Serán supercherías —le repliqué.
—Güeno. Esta tarde vamoj a dir a verla pa que te convensás.
Después, dirigiéndose al cabo Leiva, le interrogó:
—¿Cuánto pa le calculas el peso 'e la dijunta vo que la abajaste?
—Y, siguro, pa desir lo que se dise siguro de siguridad no pedería, pero pa mi pesaría como unas cinco arrobas porque era igual al peso 'e laj bolsas 'e avena pa los caballos.
—Cierto, Leiva, cierto. Yo tamién le calculo unos cincuenta kilos y aura pásame un pedazo 'e tripa pa dirme entreteniendo.
No había duda que la muerte de la mujer lo tenía preocupado. En la revisión que habíamos hecho de la pieza no encontramos nada de importancia y la intromisión de los curiosos en la misma había borrado o confundido las huellas de pisadas que podían haber quedado en el suelo.
Los vecinos no habían visto llegar o salir a ningún extraño. El estado de semipobreza en que vivía la extinta hacía descartar el robo como móvil y la falta de herederos que pudieran beneficiarse con sus escasos bienes alejaba también el interés.
Las circunstancias todas del hecho y la carencia presunta de motivos me hacían mantener aferrado a mi idea original del suicidio, pero el comisario, con igual pertinacia, sostenía:
—Es un crimen, ofisial, ya vaj a ver…
A la caída de la tarde, cuando apenas una estrella hacía guiños en el horizonte gris oscuro, fuimos a la casa de doña Belén, la curandera y "endivina". En la semioscuridad del aposento, iluminado sólo por una vela y envuelta en sus negras vestiduras, la vieja parecía una figura de pesadilla.
—Vea Ña Belén —le dijo don Frutos apenas nos hubimos instalado frente a ella alrededor de la mesa—, yo quedría que usté le consultara 'l espirito 'e Casimira López.
—¿Y por qué pa tiene esa curiosidá, don Frutos?
—Porque me parece que l'hisieron un sucio y naides sabe nada y si saben no quieren haular. Me gustaría que el espíritu me dijiera algo 'e loj que la querían pa bien o pa mal ansí tengo un indicio…
La mujer tomó un mugriento mazo de cartas y empezó a barajarlas mascullando palabras en guaraní, luego hizo cortar el paquete en tres partes al consultante y empezó:
—Esta no sirve y ésta tampoco… aquí viene el rey 'e copas qu'es el espirito 'e Casimira… En el nombre 'l Pagre, del Hijo y del Espirito Santo pongo una y pongo otra y doy güeltas a la tercera ¡peina! un caballo 'e espadas al revés que es un hombre que andaba con ella y esta sota es una mujer que no la quería a la finada porque tamién quería al hombre qu' era su marido…
Viene el siete velo que dice qu'el hombre tiene algo 'e oro n'el cuerpo y aura ¡Jesús, María y José! sale 'l caballo 'e oro que quiere decir que otro hombre más joven andaba con ella y tuitos estos bastos dicen que tamién lo celaba mucho… y esta otra sota es una muchacha con nombre 'e jlor… y este rey 'e bastos es el pagre 'e la moza qu'es nombre 'e rigor…
Calló la pitonisa y, entonces, don Frutos, añadió:
—¿Y d'este hombre loj espirito no pueden darme ni una seña?
Doña Belén volvió a barajar los naipes y luego de murmurar una oración entre dientes sacó del mazo una baraja y se la dio diciendo:
—Ahí tiene el nombre…
Era un dos de copas y el comisario la miró sin entender, pero ella concluyó:
—Loj espirito están cansaos y ya no pueden decir nada más…
Don Frutos depositó un peso en el platillo colocado frente a una imagen iluminada por la vela y salió conmigo a la calle que estaba en sombras, repitiendo:
—El dos 'e copas… el dos 'e copas…
Después de un rato se dio un golpe en la frente exclamando:
— ¡Ya está! El dos quiere decir Segundo… Segundo Almada, el que anda noviando con la Rosa Yegro, la hija 'e don Patricio Yegro 'e Ramada Paso…
Y por más que lo acribillé a preguntas no quiso darme ninguna otra explicación.

Marzo 5 —Algo en la actitud de don Frutos me hizo sospechar, cuando llegué a la comisaría, que preparaba uno de los golpes de efecto a que era tan aficionado.
Me recibió lo más cortés y con aire hipócrita me dijo:
—Sabes que creo que tenes razón y que la Casimira si ahorcó nomás…
Calló para terminar de sorber un mate que le acarreaba Leiva y añadió:
—Aura vamoj al galpón a matiar y ansina vamoj a ver el cuero 'e un cordero que le carniaron a lo inglese 'e estansia.
Pasamos al interior y allí, apoyada contra una alta pila de fardos de pasto, vi la silla que había estado en la pieza de la difunta y, a sus pies, una bolsa de avena.
—Sentate ahí —me dijo, y me indicó un banquito mientras él se acomodaba en otro en torno al brasero y después empezamos a "verdear" en silencio. Al rato vino un agente acompañado por un hombre de mediana edad, delgado y que, al hablar, dejaba ver un diente de oro.
— ¡Hola, don Poli! —lo saludó don Frutos—, perdone que lo haiga hecho llamar pero necesito que me dea un dato…
—A sus órdenes, comisario…
—Güeno, pero primero siéntese —exclamó el funcionario y le indicó la silla.
El otro miró la bolsa y se detuvo indeciso. Al ver sus dudas, don Frutos exclamó:
—Vea, ya qu'está ahí, don Poli, ¿por qué no me alza la bolsa arriba 'e los fardos?
—Con mucho gusto. —repuso el recién llegado.
La tomó en sus brazos, subió a la silla y sin esfuerzo la depositó en el lugar indicado.
—Gracias, amigo, y pa no entretenerlo más, ¿Dígame si sabe 'e algún pariente 'e la viuda Casimira?
Palideció el interpelado, pero, enseguida, se repuso y contestó:
—Que yo sepa no tenía a naides por acá. Pero…  ¿por qué me lo pregunta a mí, don Frutos?
—Cosa 'e lo espirito, don Poli. Ellos me dijieron que Uds., en fin, son cosas que ya pasaron…
—Ansina es, ya pasaron hace tiempo.
—Güeno, era pa eso noniá, vaya tranquilo.
Apenas se hubo retirado, Leiva volvió a bajar la bolsa, corrió la silla unos centímetros al costado y la puso en la posición anterior. No habían transcurrido diez minutos cuando volvió a entrar el agente seguido por un mozo alto y fornido de unos veinticinco años.
—Salú, Segundo —lo recibió don Frutos—, perdona la llamada pero tengo que preguntarte algo.
—Mande, don Frutos.
—Sentate de mientras y toma unoj mates que nú es di apuro.
Se reprodujo el mismo diálogo de momentos antes y el gigantón subió a la silla con su carga.
Cuando bajó para sentarse, el comisario le dijo:
—Ansí como a esa bolsa tamién hiciste pasar el cordero pu encima 'l alambrao.
—¿Que cordero, comesario?
—El que carneaste la noche '1 marte en l'estancia 'e loj inglese…  ahí está el cuero que abandonaste.
Indignado el otro rechazó el cargo atropellándose en la defensa.
—¿Qué via carniar cordero, don Frutos, endemá la noche '1 martes yo estuve con…
Súbitamente calló y quedó lívido, comprendiendo que había caído en una trampa.
—Seguí, Segundo, seguí…
—El martes estuve en mi casa.
—No, m'hijo, el martes a la noche estuviste con Casimira y a la madrugada la ahorcaste con tu pañuelo de cuello mientras dormía…
— ¡Miente!… ¡No es cierto!
Gruesas gotas de sudor le corrían por el rostro.
—Dispué, cuando la viste muerta, hiciste pasar un lazo por la cumbrera del rancho calculando l'altura pa que quedara lejos 'el piso y te subiste a la silla pa colocarle 'l nudo n'el cogote. Cuando estuvo colgada voltiaste la sila pa hacer creer que la pogre se había suicidao. No negués porque te vieron…
Anonadado por la exactitud del relato, el mozo aceptó:
—¿Me vieron? ¿Quién?
—Loj espirito…, siempre andan rondando por tuitos laos y aura confesa por qué lo hiciste o te haga haular a juerza 'e palos.
—No hace falta, don Frutos. Tuve di haserlo porque si había puesto insoportable 'e celosa y me había amenazao con ir a Ramada Paso pa decirle 'e lo nuestro al pagre 'e mi novia, don Patricio Yegros, que es muy severo y me hubiera echao 'e la casa. Taba 'e Dios que no había 'e casarme con la Rosa.
Leiva se lo llevó para encerrarlo en el calabozo y entonces le pregunté al viejo astuto:
—¿Cómo supo que era crimen y no suicidio?
—Por las marcas 'e las patas 'e la silla. Lo aujero eran muy projundo y la pogre era liviana demá pa hundirla tanto. Entonces pensé que alguno se había subido con ella pa colgarla y como lo vecino no vieron entrar ni salir a naides calculé que el creminal había ido 'e noche y si Casimira l'abrió la puerta era porque tendría algo entre ellos. Dispué supuse que l'única que podería saber d'esos enjuagues era doña Belén…
—Porque ella sabe 'e tuitas laj cosas el amor. Las mujeres van a pedirle que le haga más cariñoso o más fiel al novio y al marido, que loj libren 'e laj otra mujeres, que le hagan pensar solamente en ellas o que li hagan olvidar a laj otras, etc. Ña Belén no traiciona sus cliente, pero pueden hacerlo loj espirito y ansí supe que Poli "Diente 'e oro" había andado mancornado" con la viuda, pero como el caballo estaba al revés comprendí que lo había dejao por Segundo Almada, que es más joven y güen mozo. Parece que la mesma Casimira le había ido a consultar, dejuro pa pedirle que lo engualichara…
Se interrumpió para tomar un mate y prosiguió:
—Poli pudo haberlo hecho por despecho y Segundo pa librarse 'e ella y casarse con la Rosa…
—¿Cómo supo exactamente quién fue?
—Porque esa bolsa 'e avena pesa casi igual que la finada y Poli al alzarla no hizo hundir bastante la silla y, en cambio, con Segundo dentro hasta llegar a la marca que l'hice.
—Y el cordero carneado, entonces, ¿era un cuento? —inquirí.
— ¡Cuento! Di ande… aura nomá lo vas a comer al asador. Solamente que en vez del martes lo robaron anoche y me parece que al autor no loj vamo a encontrar nunca. ¿A vo qué te parece, Leiva?
—Creo lo mesmo, comesario —añadió socarrón—, pa mí que han de haber sido loj espirito.

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