martes, 3 de diciembre de 2024

La historia del reloj

Eran otros tiempos...
Melena al viento, garrote en mano y cuchillo al cinto, el corpulento requetetatarabuelísimo habitante de las cavernas salía en busca de "provisiones", en tanto su mujer, dale que dale con dos piedras, procuraba encender el fuego en el que cocinaría la futura presa. "¿Tardarás mucho?" "Cuando el Sol esté sobre la gran piedra roja, volveré", respondía éste, perdiéndose en la maleza. Y así era, Anteojitos. En aquellas remotísimas épocas, el Sol era el "gran medidor del tiempo" porque el reloj no había asomado aún sus manecillas al mundo. Es casi imposible. imaginarlo teniendo la importancia que hoy tiene para nosotros, ¿no?

¡A no perder tiempo!
La posición del astro rey permitía saber la marcha del tiempo. Se trabajaba de "sol a sol", se comía al mediodía, se interrumpía la labor al atardecer y se descansaba por la noche. Mas el ingenio del hombre procuró un medio más exacto para orientarse en el transcurso del día. Y en una esfera dibujada sobre una piedra lisa colocó una vara vertical que, al proyectar su sombra sobre los números grabados a su alrededor, indicaba las horas transcurridas. Este invento se atribuye a los babilonios (600 años antes de Cristo), pero en el Museo de Berlín hay un reloj de Sol al que se le calculan 34 siglos de vida. ¡Tal cual lo leen!

Tomando el tiempo
¡Claro, los relojes de Sol no servían en los días nublados! Así, los egipcios (en el siglo II antes de Cristo) inventaron las clepsidras o relojes de agua. Consistían en dos ampollas graduadas, unidas por el cuello, en una de las cuales se depositaba el agua. El tiempo se media por la demora en pasar el líquido de un recipiente al otro. De igual modo funcionaron los relojes de arena o ampolletas. Oh, sí, reinaba entonces. aquello de: "Al soldado lo despierta la trompeta; al ciudadano, el gallo". También la distinta cantidad de pasos que median las sombras proyectadas por columnas permitían saber qué hora del día era. ¡Ingenio, pues!


Sin decir: 
"¡Agua va!"
En Grecia y en Roma, los jueces se valían de las clepsidras para determinar el tiempo de las audiencias. También velas marcadas a igual distancia señalaban, una vez encendidas, las diferentes horas según fuera el tiempo que tardaban en consumirse. Ya en los primeros tiempos del cristianismo, un anónimo inventor se dijo: "Si el agua mueve al molino, ¿por qué no aplicar este principio a la clepsidra?". Y así surgieron los relojes hidráulicos. Alejandría, ciudad de Egipto, se destacó como cuna de estas máquinas de complicado mecanismo. Su fabricación estaba en manos de expertos artesanos, muy respetados por su creatividad. Veamos.




¡Le llegó la hora!
Al caer, el agua movía ruedas dentadas; este movimiento se trasladaba a una estatuilla, cuyo brazo sostenía una vara. Ésta obraba como manecilla. Al subir paulatinamente la estatua, la varilla indicaba la hora en una columna situada junto a ella. Por supuesto, se empleaban 24 horas para cubrir el "trayecto" completo desde la base hasta el extremo superior de la columna. Sí, estos aparatos eran privilegio de unos pocos, pues la población media el tiempo sin relojes: el canto de los gallos, las campanadas de las iglesias, la cantidad de aceite o de cera que consumían la lámpara o la vela oficiaban de "cronómetros pioneros". Por supuesto, no eran exactos.



¡A toda marcha!
Durante años y años, los hombres pensaron y pensaron cómo dividir las horas hasta que aparecieron los relojes con pesas. Los primeros aparatos con ruedas y engranajes fueron llevados de Asia a Europa por los cruzados. Funcionaban por medio de cordeles, que se arrollaban y desenvolvían impulsados por contrapesos de metal. Eran muy ingeniosos. Y también de gran tamaño. Sí, el primer reloj colocado en una torre fue el de Westminster, en Londres. Lo mandó construir el rey Eduardo I, allá por el siglo XIII. Se lo llamó Big Tom, y durante 4 siglos este antepasado del célebre Big Ben anduvo sin detenerse una sola vez. ¿Qué opinan?



Tiene cuerda para rato
¡Vaya si corrieron años antes de que los relojes disminuyeran su tamaño! Tantos, que el primer reloj "portátil" data del siglo XV. Ya por el 1600, el físico italiano Galileo hizo observaciones sobre el péndulo, instrumento que regulariza el movimiento. Gracias a ello, se construyeron mecanismos más perfectos para indicar las horas y los minutos mediante piezas reguladoras. Así, los nuevos relojes eran impulsados por cintas metálicas que se enrollaban y desenrollaban lentamente: las cuerdas. Hasta el siglo XV, el tiempo se media con la sola manecilla horaria. Dos siglos después apareció la del minutero y, posteriormente, la del segundero.

Año nuevo... ¡reloj viejo!
Durante los siglos XVII y XVIII, la relojería fue un oficio ejercido sólo por selectos artesanos. La catedral de Estrasburgo atesora, además de un célebre reloj, un planetario y un calendario mecánico, obra del relojero Schwilgué. El 31 de diciembre de cada año, en la medianoche, todos los días de la semana toman sus nuevas posiciones, incluso las fechas movibles. Hacia 1749, John Harrison solucionó el problema de medir el tiempo en alta mar: inventó el cronómetro, que luego fue perfeccionado por Leroy. En nuestro acelerado mundo de hoy, el reloj es máquina esencial. Sí, de Suiza proviene el 60% de esta manufactura de delicadísima precisión.

¿Vivir al día o vivir al segundo?
¿Qué decir del novísimo reloj digital? Es un preciso devorador de segundos. "¿A qué hora te despiertas?" "A las 7 y 28." La radio-reloj se encargará de ello sin cuerda ni campanilla. El mecanismo de los relojes actuales se aplica en todas las actividades, ¡incluso en las interplanetarias! Una pequeñísima máquina luminosa en la muñeca nos determina el día y el momento exacto en que vivimos: era de computadoras y dispositivos electrónicos. ¡Ah... pero ello no quita que nos encanten el tradicional carillón, el alegre "cucú" o el tañido de bronce del reloj de pared de la abuela! Porque... para "matar el tiempo", ¿qué mejor que un buen reloj?

Revista Anteojito N°873, pp.24-26
3 de diciembre 1981

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